España - Cantabria
Festival de SantanderDiletto Scandiuzzi
Roberto Blanco
No puede decirse que la esperada visita del que proclaman ser uno de los mejores bajos actuales haya despertado el entusiasmo, aunque en esta ocasión, la responsabilidad la tendrán que compartir también la orquesta y la carencia de un director más idóneo. Si a la ‘Obertura’ de I Vespri siciliani le faltó chispa y vibración, la ejecución de la Obertura de La forza del destino y la ‘Polonesa’ de Eugene Oneguin resultaron decepcionantes. El joven Ottavio Marino no pudo sacar a su orquesta de un estado plano, sin niveles, con una descoordinada sección de viento y una inexpresiva y monótona cuerda. Lo mismo puede decirse de las ‘Danzas de las esclavas persas’ de Jovanchina, donde se echó en falta una tímbrica más neta y mucho mayor empaste entre las distintas secciones orquestales.
Pero en realidad, la noche era de Roberto Scandiuzzi, y en sus intervenciones hubo de todo. El de Treviso es un bajo profundo, con un instrumento compacto, recio en el registro inferior, fluido en el medio y suficiente en el alto. Tiene un color oscuro y homogéneo y buen criterio interpretativo. Comenzó con una lectura matizada del aria de ‘Procida’ ‘O patria… o tu Palermo’ de I Vespri, prosiguió con el aria de ‘Attila’ ‘Mentre gonfiarsi l’anima’ evidenciando en la cabaletta su flexibilidad vocal, y concluyó la primera parte con ‘Il santo nome di Dio Signore sia benedetto’, con participación del coro y de su hija Diletta Rizzo Marín, de voz pequeña pero armoniosa.
El coro también intervino, con desigual fortuna, interpretando ‘O Signore, dal tetto natio’ (I Lombardi) y ‘Va pensiero’ (Nabucco), éste último encadenado con el aria de ‘Zaccaria’ ‘Oh, chi piange’, que Scandiuzzi cantó con profundidad y convicción, mostrando su capacidad de legato, pero que impidió que el coro recogiera el aplauso inmediato tras su intervención en el celebérrimo número.
Concluida la parte verdiana, le tocó el turno a la rusa, con el aria de ‘Gremin’ de Eugene Oneguin, una de las más bellas del repertorio ruso, el final del acto I de Jovanchina, donde el coro no se distinguió precisamente por la precisión y redondez del sonido, y terminó con la brillante 'Escena de la coronación' del Boris Godunov.
Muy aplaudidos, lo peor llegó en las propinas: el mefistofélico ‘Le veau’ del Faust gounodiano, con perceptible falta de fiato, sin color y opacidad en el timbre, y la ‘ejecución’ de la romanza de ‘Simpson’ de La tabernera del puerto de Sorozábal, esta última realmente para olvidar.
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