España - Navarra
Se olvidaron del canto fino
Salvador Aulló
Como el libreto de La favorita no tiene pies ni cabeza en los sentidos histórico y geográfico, admite todo lo que le echen, incluso que, en plena Reconquista, las muchachas que están en la Isla de León, acompañando a ‘Leonor’ y a su dama y confidente, ‘Inés’, aprovechen su asueto para tomar el sol con bañadores de entre este siglo, el pasado y el anterior.
Admite que ‘Fernando’ esté hoy en Santiago de Compostela, de clérigo hijo de 'Baltasar' y mañana en los carnavales de Cádiz, luchando contra el moro. Decíamos que ‘Fernando’ está en Santiago y, en la iglesia, se enamora de ‘Leonor’ por lo que renuncia a hacer sus votos y se va. ¿Adonde se va? Pues nada más y nada menos que a la Isla del León en Cádiz que, como se sabe, está a tiro de piedra de Santiago de Compostela y se llega en un momento. Allí, la que hace un rato estaba en la Iglesia del Convento de Santiago enamorando a ‘Fernando’, está tomando el sol con ‘Inés’ y sus muchachas. Bueno, allí la única que no aparece tomando el sol es precisamente ‘Leonor’, y más vale.
Llega ‘Fernando’, que ha dejado los hábitos por su traje de persona corriente, y se presenta en la Isla a nado con su maleta de representante de pirulís de La Habana a cuestas. Mientras ‘Inés’ y sus chicas toman el sol, aparece ‘Leonor’ y los enamorados se ven. ‘Leonor’ le dice que la cosa amatoria no puede ser y, de repente, se anuncia que llega el Rey, con lo cual ‘Fernando’ se da cuenta de que es un donnadie, se coloca su gorra de plato y se va a la guerra.
Y así siguen todas las tonterías que el libretista inventó aderezadas con otras cosas de reciente invención que no son ni buenas ni malas si se piensa en las barbaridades que se están haciendo hoy en día y que se salvan por la buena música de los autores y el quehacer de los cantantes (cuando cantan bien). En esta obra, Donizetti es el salvavidas con su música.
Vamos a lo nuestro. La puesta en escena es todo lo minimalista que se quiera pero no está mal pensada. Un cuadrado dentro del escenario y un mueble que indica lo que representa; cosa sencilla, barata y aceptable. Lo de trasladar la acción a otros tiempos está muy visto y no tiene nada de original, pero no desentona. Salvo alguna cosa como lo del aparecer ‘Fernando’ en la playa como naufrago-representante con su maleta llena de… ¡la gorra de plato!
Hay otra cosa que, para terminar, quiero señalar. En este mundo debería haber una persona que se ocupara de velar por los asuntos de seguridad en el trabajo para evitar riesgos absurdos como, por ejemplo, que se dejen la tapa sin poner en las supuestas fosas que cavan los monjes por donde el coro y demás personajes tienen que pasar, con poca visibilidad y con el peligro de caer dentro y romperse una pierna, como si no tuvieran bastante con los adoquines de Manganito.
Quedamos en que la producción es simple pero aceptable en líneas generales. El vestuario está pensado con el mismo fin y, una vez que te haces, tiene sus cosas interesantes. Hasta los que parecen de Infantería de Marina.
Esto de ver dos veces la obra tiene sus ventajas y sus inconvenientes porque lo bueno debe seguir siendo bueno y lo malo se vuelve peor.
En la función del jueves, día 16, después del segundo descanso se anunció lo que ya habíamos notado, que José Bros estaba mal. Lo debían haber dicho antes. Sin embargo, gracias a estar mal y como tenía que reservarse, nos cantó un ‘Spirto gentil’ que dudo que lo vuelva a hacer y no porque no pueda sino por la manía de los tenores de querer demostrar que tienen fuerza y agudos. Esta romanza la cantó con un gusto exquisito, cosa que no hizo el sábado cuando ya estaba repuesto y pudo dar sus agudos fuertes y robustos olvidándose de la zona del gusto y de lo que le decía Gayarre a Conrado Garcia después de su triunfo en su presentación en Milán: “Aquí no se trataba de tener una voz más o menos grande, sino de tenerla bien educada para vencer todas las dificultades y resucitar el canto fino”. El canto fino del que se olvidan tantas veces.
Como no tenemos grabaciones de Gayarre para saber como cantaba, permítaseme un consejo que no es otro que el de escuchar las de Juan Oncina, que de éste si hay, y darse cuenta de por qué triunfó, que no fue precisamente por presumir de agudos, aunque los daba cuando era necesario.
José Bros, como se ha dicho, hizo el papel de ‘Fernando’, el hijo de ‘Baltasar’ el prior del convento. Vimos dos Bros, el griposo y el recuperado. Sin duda tiene voz pero… ya está todo dicho.
‘Baltasar’, el prior del convento trasladado a Arzobispo de Sevilla en menos que canta un gallo, fue Stefano Palatchi un bajo que no sería demasiado bajo con algo más de potencia. El sabe, mejor que nadie, cuales son sus recursos y como los debe usar.
‘Leonor’, la favorita del rey, que lo mismo está en Santiago, que en Cádiz o Sevilla y que se vuelve andando y enferma a Santiago a buscar a su ‘Fernando’ sin importarle que haya mas de mil kilómetros de distancia, fue la mezzo Elisabetta Fiorillo. El primer día me gustó, con unos pequeños reparos, y el segundo la encontré más gritona o quizá más nerviosa. Es una buena mezzo que maneja los graves muy bien y que el sábado se olvidó un pelo de la zona media.
‘Alfonso IX’ que a pesar de sus guerras, según el libretista, le quedaba tiempo para tener su favorita y pelearse con el Arzobispo de Sevilla venido desde Santiago a decirle que deje a su concubina y se dedique a su esposa, lo hizo otro Stefano, Antonucci, un barítono con una voz anodina y vulgar, que dice muy poco. Tuvo un momento la segunda noche que, cuando se olvidó de oscurecerla y se acercó a la zona de tenor, quiso tener la belleza que echamos en falta los dos días. Para este viaje, me quedo con Iñaqui Fresán.
El papel de ‘Don Gaspar’, el ayudante-pelota del rey, no es precisamente para lucimiento de quien lo canta por lo que no se debe opinar de Jon Plazaola, que fue quien lo hizo. Esperemos a verlo en otra ocasión.
Y surgió la sorpresa vocal de Susana Cordón en el corto papel de ‘Inés’, la confidente de ‘Leonor’. Una voz en su sitio, con un timbre muy bello a la que hay que tener en cuenta para el futuro. Seguramente sería la única de todo el reparto a la que Gayarre le hubiera dicho ¡olé! sin ninguna reserva.
La orquesta estuvo atenta y bien llevada por el maestro Rizzi para no tapar a los cantantes. Ella contribuyó con la bella música de Donizetti a salvar este cúmulo de sandeces que tiene el libreto.
El coro no estuvo bien y quizá no toda la culpa fue suya sino de que la posición en la escena no les dejaba ver bien las órdenes del director y parecían ir cada uno por su lado. No pude evitar acordarme del coro de la Asociación Gayarre de Amigos de la Ópera que dirigía José Luis Lizarraga.
Otra felicitación a Tomás Muñoz por su iluminación. Contribuyó a que una producción minimalista no pareciera pobre. Le pediría, si sigue haciendo esta obra, que tape los hoyos-trampa en el final para evitarse un disgusto si hay un accidente y que piense la forma de no tener varado al pobre tenor mientras cantan las del bañador. Siempre habrá una barca que lo lleve.
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