Obituario

Treinta años sin Rudolf Kempe

Alfredo López-Vivié Palencia
viernes, 12 de mayo de 2006
Rudolf Kempe © Warner Classics Rudolf Kempe © Warner Classics
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No está claro si Rudolf Kempe (Niederpoyritz, Sajonia, 1910 - Zúrich, 1976) murió el 11 o el 12 de mayo de 1976. Biografías hay para ambas alternativas. Tal vez la fecha del día 11 sea más correcta, considerando lo que Carlos Ginebreda nos cuenta en su colaboración. Sea como fuere, hace ahora treinta años que se fue este finísimo director de orquesta, y por lo tanto es una ocasión tan buena como cualquier otra para recordarle a través de sus grabaciones.

Kempe estudió piano y oboe, y a este último instrumento se dedicó en su juventud hasta que, tras empuñar la batuta en el último minuto como director sustituto para una representación de Der Wildschütz de Lortzing en 1936, comenzó a ejercer la dirección con asiduidad en la Ópera de Leipzig en 1937. Después vinieron las titularidades de la Staatskapelle de Dresde, de la Ópera de Baviera, de la Royal Philharmonic de Londres, de la Tonhalle de Zúrich, de la Filarmónica de Múnich, y, en el mismo año de su muerte, de la Sinfónica de la BBC.

Como viene siendo costumbre en estos aniversarios (o al menos pretendemos que así sea), hemos pedido a nuestros colaboradores un recuerdo fonográfico de Rudolf Kempe. En ese recuerdo, dos compositores destacan sobre los demás: Wagner y Strauss. Kempe sufrió lo suyo en el terrible foso de Bayreuth, pero ahí están los resultados de su Lohengrin, de sus Maestros y de su Anillo; y, como buen dresdense, comprendió como nadie el lenguaje de Strauss en su justamente celebrada integral sinfónica, auténtica piedra de toque en cualquier discografía que se precie. Pero también Brahms, Beethoven y Schubert fueron elegantemente tratados por este hombre, que además reunía en su persona la rara y valiosísima cualidad de saber valsear.

Por fortuna -y por justicia- sus discos no paran de reeditarse, de modo que el lector encontrará fácilmente en el mercado las recomendaciones que siguen.

Federico Calabuig Alcalá del Olmo

Nunca tuve un vinilo de Kempe, por lo que mi descubrimiento y subsiguiente admiración hacia el director de Niederpoyritz corresponde a una etapa todavía épica pero un poco más madura de mi afición, en los prolegómenos del CD. Como, al tiempo que ampliaba horizontes musicales en el nuevo soporte, tenía que ir renovando mi discografía, muy parca entonces, me dispuse a adquirir una nueva versión de la 'Danza de los Siete Velos' de Salomé -la ópera completa vendría después-, que era una pieza que me había cautivado desde que la escuché por primera vez en la legendaria versión de Karl Böhm con la Filarmónica de Berlín. El problema fue que en dichas fechas DG todavía no había editado esa versión en formato CD -no lo haría hasta 1999- de forma que, oportunamente aconsejado, me decanté por la versión de Kempe, que acababa de editarse en el formato por EMI.

El consejo valió un potosí. La versión de la 'Danza' era tan embriagadora como la de Böhm, pero lo mejor fue el inolvidable descubrimiento del Don Quixote op. 35, en la versión de Kempe con Paul Tortelier. Desde entonces Don Quixote es mi obra straussiana preferida, y la interpretación de la misma por Kempe figura como la de referencia. La visión de Kempe es a la vez suntuosamente sinfónica y camerística, brillante y profunda, desgarrada y lírica, todo ello según el momento y la variación, con una sonoridad sinfónica en cada momento apropiada al sentido ilustrativo de la obra. En la batuta de Kempe las aventuras del hidalgo escogidas por Strauss aparecen representadas en forma sonora con una expresividad virtual cercana al realismo onírico, sin duda el mejor elogio que cabe realizar en la interpretación de música programática.

En la belleza del sonido y en la conjunción y respuesta gran parte del mérito es de la esplendorosa Staatskapelle Dresden, debiendo coincidir con los entendidos, aunque sólo fuera por esta grabación, en calificarla como la mejor orquesta straussiana del mundo. Por su lado, Tortelier es el solista ideal para representar ajustadamente a 'Don Quixote', ya que obtiene de su instrumento un sonido redondo y efusivo, capaz de la agilidad y de la contemplación y en todo momento atinado al discurso y concepto del director. Merece destacarse finalmente la soberbia intervención del entonces primer viola de la Staatskapelle, Max Rostal, en el papel de 'Sancho', cuya interpretación está al nivel de la del director y el solista. En fin, un summum de aciertos.

Tanta ha sido -y es- mi admiración por la grabación comentada que, aun cuando luego he disfrutado de otras versiones de la obra, siempre he acabado volviendo a Kempe y Tortelier. Incluso habiendo adquirido después el ciclo completo de los poemas sinfónicos y conciertos de Richard Strauss en la interpretación del sajón, cuando de escuchar Don Quixote se trata, siempre recurro a mi viejo CD intentando lograr, quizá, que se reproduzca la magia de aquellos días de épica y bisoña afición.

Orchestral Works by Staatskapelle Dresden / Rudolf Kempe. © EMI.Orchestral Works by Staatskapelle Dresden / Rudolf Kempe. © EMI.

Carlos Ginebreda

El día 12 de mayo de 1976, Herbert von Karajan y la Orquesta Filarmónica de Berlín se hallaban en Londres para un concierto conmemorativo del 25 aniversario de la inauguración del Royal Festival Hall. Karajan pidió un minuto de silencio por el fallecimiento de Rudolf Kempe acaecida el día anterior. Fue un buen homenaje, ya que en Alemania, al estar en huelga todos los periódicos, se supo poco y se homenajeó menos la memoria del discreto Kempe.

A petición de nuestro editor, un recuerdo y una grabación. En primer lugar y desde aquí un ruego a quien sea: que se reedite en DVD vídeo y en buenas condiciones la hermosa película Das Lebens Anton Bruckners de Hans Konrad Fisher, estrenada el 4 de septiembre de 1974, donde puede verse a Kempe, tan elegante y fino como siempre, dirigiendo fragmentos de las Sinfonías 1ª, 2ª y de Bruckner: es un documento imprescindible para recordar a Kempe.

En CD mi elección personal es el Requiem Alemán de Brahms, con la Filarmónica de Berlín, Dietrich Fisher-Dieskau, Elisabeth Grümmer y el Coro de la Iglesia de Santa Eduvigis preparado por el maestro y jesuita Karl Forster, para EMI; que no es el documento de mejor sonido grabado por Kempe, pero sí el más emotivo que existe en su discografía, y además nos sirve para recordar, con su rezo, la memoria del gran Kempe, hombre tímido y enfermizo, pero estupendo director de orquesta.

Brahms: Ein Deutsches Requiem / Rudolf Kempe. © EMI.Brahms: Ein Deutsches Requiem / Rudolf Kempe. © EMI.

Samuel González Casado

Es el Lohengrin de Kempe, como tantas otras, una grabación antigua en mi vida. Después de mi primera etapa discográfica, en la que pretendía abarcar toda la música sin preocuparme de la calidad de las versiones, y la segunda, "guiada", cuando me fiaba de las listas de bondades publicadas por algunos expertos, me dispuse a actuar a partir de un recién desarrollado gusto musical, que en absoluto estaba de acuerdo con la mayoría de discos de la primera etapa y varios de la segunda. De Kempe conocía poco, sólo una recopilación de música vienesa, y ese Lohengrin no me atraía mucho: como ahora, me gustaban las rarezas, lo difícil de encontrar (buscaba la versión de Schüchter), las genialidades de un Abendroth, un Kabasta, un Furtwängler. Demasiado oficial y difundida, incluso "moderna" para mí, esa grabación en estudio de EMI... Pero el caso es que la compré. Y descubrí Lohengrin.

Y así fue, por una razón muy sencilla: la dirección de Kempe era tan lógica, todo estaba tan bien, todo funcionaba tan exactamente, que no te enterabas de ella y te permitía concentrarte, casi sin querer, en la música y en el drama; como si entre director y oyente se estableciera una conexión más íntima que otras veces, casi sintiendo la batuta y la mirada de Kempe susurrándote: "fíjate, cuánta belleza, pero no me hagas caso a mí, lo importante es esto". Después, en otras escuchas, salían a la luz, claro, muchos rasgos de estilo del sajón, como por ejemplo el cariño con el que sostenía a los cantantes. Por cierto, ¡qué cantantes! Jess Thomas me gustaba mucho entonces; después ya me fue gustando menos por varias razones, pero reconozco que transmite un entusiasmo y una convicción como pocos. De Grümmer, Fischer-Dieskau o el entrañable Gottlob Frick qué vamos a decir. Pero la campeona absoluta, la que algún día será exactamente ponderada, porque aun hoy no ocurre así con su talento y perfección estratosféricos, es Christa Ludwig, esa señora que todo lo hizo de notable para arriba. Y sólo el 5 por ciento fueron notables. Claro, esta 'Ortrud' es otra maravilla que sumar a su colección. En fin, versión imprescindible, esencial. Una interpretación al servicio de la música.

Lohengrin | Rudolf Kempe. © EMI.Lohengrin | Rudolf Kempe. © EMI.

Alfredo López-Vivié Palencia

Iglesia de San Lucas de Dresde, 15 de junio de 1970: en medio de las agotadoras sesiones de grabación de la imprescindible integral de la música sinfónica de Richard Strauss, Rudolf Kempe y la Staatskapelle ensayan el concierto que se se iba a dar tres días después para festejar el bicentenario del nacimiento de Beethoven: en atriles, la Obertura de Egmont y la Séptima Sinfonía (en la representación también se tocó el Primer concierto para piano, cuya parte solista se confiaría a Hans Richter-Haaser). Alguien tuvo la feliz idea de mantener conectados los micrófonos y hacer rodar la cinta de grabación. El resultado es este disco apasionante, editado por Berlin Classics y titulado Rudolf Kempe ensaya Beethoven.

Los acordes iniciales del ‘Poco sostenuto’ de la sinfonía ya revelan a esta fabulosa orquesta, de cuerda carnosa y cálida, madera de colores ocres y metal nobilísimo. Al comienzo del ‘Vivace’ escuchamos la voz de Kempe: "por favor, ese crescendo ha de construirse con mejor graduación", y seguidamente tararea cómo lo quiere y señala el punto de la partitura a partir del cual repetir el asunto (no es necesario saber alemán para entenderle: Kempe canta exactamente cómo pretende las frases y las articulaciones). La orquesta se lo da, y Kempe, satisfecho y agradecido, no pierde el tiempo y se dirige al siguiente pasaje. Así, hasta una veintena de ejemplos diferentes de la sinfonía (y media docena de la obertura), gracias a los que descubrimos a un director preciso en sus instrucciones, a un músico elegante y modesto en sus maneras, y a un maestro beethoveniano de primer orden (¡y esto es sólo un ensayo!).

Die Meistersinger | Rudolf Kempe. © EMI.Die Meistersinger | Rudolf Kempe. © EMI.

Josep Mª Rota

En los años ochenta había cuatro versiones de Meistersinger fácilmente hallables: Jochum (DGG), Varviso (Philips), Solti (DECCA) y Karajan (EMI), buena la primera, muy buena la última y muy malas las del medio. Quedaban dos tesoros inhallables: Knappertsbusch (DECCA) y Kempe (EMI). Prácticamente descatalogadas, las versiones más modernas de su casa madre respectiva las habían eclipsado. Recuerdo el álbum de LPs EMI, rojo con siluetas negras, ciertamente raro de ver. En la época del trasvase a CD, estas dos versiones magníficas consiguieron salir del ostracismo y, curiosamente, más baratas, ya que fueron editadas en series históricas a precio medio.

La portada de la nueva edición ofrecía la imagen de Rudolf Schock, muy famoso en Alemania, más que por su carrera operística por su dedicación al repertorio popular germano. La carpetilla interior no traía más que sinopsis y tracks; del texto, ni rastro. Es decir, una de las mejores versiones de Meistersinger (sin duda en el top three) se vendía a precio medio y como producto de consumo interno tedesco.

El reparto no es sólido, es granítico: al lírico Schock se le une la 'Eva' de ensueño de Grümmer; la pareja cómica la encarnan los veteranos Unger y Höffgen; para el 'Sereno', nada menos que Prey, futuro 'Beckmesser'. Y el equipo de maestros, capitaneados por Ferdinand Frantz, que se reivindica aquí como 'Sachs' excelente. A su lado está el tronchante Benno Kusche, ilustre 'Júpiter' de Orfeo en los infiernos o 'Príncipe' de Sangre vienesa, por citar sólo un par de ejemplos. Los sigue el imponente Frick como 'Pogner' y Neidlinger como 'Kothner' ('Sachs' en Bayreuth, por cierto).

Queda Kempe. Al frente de unos Berliner Philharmoniker en estado de gracia y unas masas corales abrumadoras (Coros de la Deutsche Oper, Staatsoper y de la catedral de Santa Eduviga), Rudolf Kempe dice, acompaña, canta y expresa como casi nadie en una partitura tan amplia, compleja y diversa como ésta. Claridad de texturas, contraste de polifonías, precisión en las cuerdas... belleza, en suma. La otrora Lieblingsoper de Wagner, no sólo en Alemania, sino también en Barcelona, por ejemplo, alcanza en manos de Kempe la cima del teatro popular alemán, desde el Rapto y la Flauta de Mozart, pasando por Fidelio, El cazador furtivo, Zar y Carpintero, Undine, Martha y Las alegres comadres de Windsor. Honrad, pues, a los maestros.

Richard Strauss | Rudolf Kempe. © EMI.Richard Strauss | Rudolf Kempe. © EMI.

Paco Yáñez

Cuando me hice, y ya ha llovido desde entonces, con la integral de las obras orquestales de Richard Strauss por Rudolf Kempe, la primera impresión fue, parafraseando la obra de Nono, “como una ola de fuerza y luz”; una sensación de haber encontrado al intérprete idóneo para aquellas páginas, muchas de ellas ya conocidas. Con el paso de los años, y con la revisión de estas partituras en manos de diferentes maestros, la fuerza y la luz han dejado lugar a un análisis más sereno y reflexivo. El Strauss de Kempe me sigue pareciendo, en líneas generales, ejemplar, en su fuerza, en su equilibrio, en su control, en su refinamiento, en su estilo, en su manejo de timbres y texturas... en todo el mundo, personalísimo, que define a uno de los grandes compositores de la primera mitad del siglo XX.

Paralelamente, el primer enamoramiento de ese vetusto y noble instrumento que es la Staatskapelle de Dresden ha dejado paso a una concepción un poco más analítica de su conjunto según sus diversas secciones. De entre ellas, sigo admirando especialmente la cuerda, un conjunto que en las diversas versiones de este Strauss kempeniano brilla con luz propia, sencillamente como una de las más técnicas y deslumbrantes de Europa.

Es por ello que, para este recuerdo del llorado Kempe, he seleccionado una de esas piezas por las cuales la admiración no ha decaído nunca; su excelente versión de Metamorphosen (1944-45), ese maravilloso lamento en 23 cuerdas, que grabara en enero de 1973. La forma de abordar la obra que tiene Kempe es modélica, en la riqueza de matices, en la claridad de las distintas voces, en la tensión que consigue mantener de forma extrema y a la vez serena, en el juego de los temas, con su tejido contrapuntístico entre las diversas secciones. Existen otras enormes versiones de Metamorphosen, como las de Karajan (DG), Klemperer (EMI) o Barbirolli (EMI), pero en ésta quizás se siente como en pocas un poco de ese mundo añorado por Strauss aflorando entre sus cuerdas, con su infinita melancolía y dolor, ése que tan sosegado e iluminado nos muestra Strauss y de su mano Kempe en el crepúsculo, como crepuscular es la aparición de la cita beethoveniana (23:58, en esta grabación), oscura y profunda como en pocas versiones, con la sombra amenazante de su también marcha fúnebre, aquélla por el desengaño del que se creyera un héroe, y ésta por el final de una época, simbolizada en el propio Strauss envejecido, así como en el derrumbe de sus amados teatros, aunque ese final responde a un proceso que poco tiene que ver con el romanticismo que pervive, en cierto modo, aún en el último Strauss y en la encendida y sabia batuta de Kempe.

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