Discos
La autenticidad soviética de Shostacovich
Alfredo López-Vivié Palencia
Un anarquista musical. El título de las notas de la carpetilla, debidas a Franz Steiger, ya le hace a uno sospechar de qué va la cosa: que si Shostacovich no sólo estaba pensando en los dramáticos sucesos del llamado ‘domingo sangriento’ acontecidos el 9 de enero de 1905 en San Petersburgo; que si en realidad esta sinfonía era una velada crítica de los acontecimientos tras levantamiento húngaro de 1956; que si, en suma, el autor empleaba un lenguaje codificado para esquivar la censura del régimen. Como es mi costumbre, y mientras no aparezca el dichoso código, dejo a estos detectives que cavilen y discutan al respecto mientras la tozuda realidad se empeña en contradecirles.
Sin embargo, esta grabación me suscita una cuestión desde el punto de vista estrictamente sonoro. Dejando de lado la mayor o menor afinidad de Shostacovich con las autoridades soviéticas, sí había una parte del aparato del régimen que le era familiar: las orquestas. Siendo ambos grandísimos orquestadores, Shostacovich, al contrario que Sergei Procofiev -que viajó por el mundo y pudo conocer el sonido de las orquestas europeas y norteamericanas-, permaneció en la Unión Soviética; y una de las muchas consecuencias de esas vidas distintas fue, para mí, el distinto sonido orquestal que uno y otro autor tenía en la cabeza, que en el caso de Shostacovich era, naturalmente, el de las orquestas rusas.
Es por ello que cuando escucho a una orquesta soviética interpretar música de Procofiev siempre me falta algo de cuerpo y de color en su sonido; por el contrario, cuando una orquesta europea toca Shostacovich normalmente me suena demasiado bien educada. La autenticidad en Shostacovich la encuentro, pues, en las orquestas de su país, con su cuerda áspera, su madera chillona y su metal hueco; respectivamente, en las orquestas que de modo natural reproducen el sonido desértico, el humor sarcástico y la violencia seca.
Y es en este punto donde la Orquesta Nacional Rusa me plantea el problema: es rusa, qué duda cabe, pero sólo en origen, no en sonido; porque Mijail Pletnev se preocupó muy mucho desde el primer momento en hacer de ella un instrumento a la occidental. Y desde luego lo consiguió: su cuerda tiene cuerpo (los violines no presentan aristas y los contrabajos suenan), igual que el metal, y la madera es sedosa. Por eso cuando hacen Procofiev les sale a pedir de boca (ahí está, por ejemplo, su Cenicienta grabada para DG), pero a su Shostacovich le falta, en mi opinión, un punto de verdad.
Pero al fin y al cabo eso no es un reproche de entidad, sino sólo una circunstancia -muy bien puesta de manifiesto, por cierto, gracias a la espléndida toma de sonido de esta grabación-. Sí lo es, no obstante, que Pletnev no acierte a dar el carácter de víspera de la tragedia que tiene el primer movimiento de la obra, convertido en sus manos en una especie de inspección sobre el terreno: todo está muy bien leído, pero nada más, no hay atisbo de tensión. Y lo peor es que la cosa sigue igual durante la primera sección del segundo tiempo.
Pero está visto que Pletnev se encuentra más a gusto en los episodios explícitamente violentos, y a partir de ese momento (10’45’’) la cosa despega con fuerza y se capta la atención del oyente. Hay inquietud en los pizzicati del inicio de ‘In memoriam’, y desgarro en los violines que preceden al momumental crescendo (7’11’). La fanfarria de entrada en el último movimiento está dicha con una sorna que -por una vez- no viene a cuento, pero de nuevo Pletnev endereza la interpretación: el tema festivo (4’37’’) está bien logrado porque no suena ufano, el pianissimo de las cuerdas tras la explosión del gong (8’33’’) es un milagro (habida cuenta de que se trata de la toma en vivo de un único concierto), y la conclusión sale arrebatadora.
Aunque estemos en pleno centenario del nacimiento de Shostacovich, me parece que esta grabación honra más a Pletnev y a su orquesta que al autor.
Este disco ha sido enviado para su recensión por Diverdi
Comentarios