España - Galicia
¡Olé, olé y olé!
Alfredo López-Vivié Palencia

Hace unos días, mi admirado Enrique Sacau justificaba la ingenuidad del título de una reseña con la ecuanimidad de la propia expresión. Hoy es un servidor quien se apunta a ese carro para resumir el evento de esta noche. Antoni Ros Marbà daba su último concierto en la temporada regular de la Real Filharmonía de Galicia: programa atractivo, piezas queridas del maestro, orquesta reforzada para la ocasión, cámaras y micrófonos invadiendo el escenario, noche de viernes, asistencia del respetable por encima de lo normal… y éxito grande.
Joám Trillo hizo su Divertimento (ma non troppo) el año pasado por encargo de la Real Filharmonía, y esta noche tocaba su estreno. De acuerdo con las notas al programa de mano, "la obra está, en grandes líneas, estructurada en dos partes. La primera se articula a partir de secuencias melódicas de semicorcheas con un marcado carácter lineal, que en la segunda de las secciones da paso a un ritmo obstinado (2/4) en intervalos de tercera menor y de cuarta, que funciona como base para desarrollar una ágil figuración de tresillos y de patrones de negra, corchea con punto y semicorchea."
Tecnicismos aparte, mi impresión es que Trillo ha sabido traducir en trece minutos y de forma estupenda la idiosincrasia de un pueblo cuyo permanente temor por el futuro le impide pasarlo bien incluso cuando tiene motivos para ello; y que eso lo logra -mediante un lenguaje siempre asequible- empezando por una fanfarria llena de disonancias, a la que sigue una sección muy lírica de reminiscencias straussianas, una marcha fúnebre y un final de tiempo vivo que recuerda mucho al Nino Rota de Fellini 8 ½, aunque sin atreverse a la jovialidad descarada del italiano. Salvo un oboe que se atragantó, diría que la orquesta tocó con ganas lo que estaba escrito, y el público así lo reconoció, premiando a autor e intérpretes con aplausos más fuertes de los que se escuchan habitualmente en los estrenos.
Ros Marbà es un brahmsiano irredento, así que el Concierto de Max Bruch le tenía que salir mejor que bien. Y le salió de miedo: con una cuerda a su servicio que esta noche se aumentó hasta 11/10/8/6/4 (aunque no siempre el conjunto sonó con la limpieza debida), el maestro consiguió unas texturas densas y pastosas que supo impulsar de modo incansable -espléndido el tutti antes de la recapitulación que deriva en el segundo movimiento-. No me gustó tanto Mark Kaplan: técnica no le falta, desde luego, y lo demostró en el Concierto y en uno de los Caprichos de Paganini que dio de propina; pero tocó el preludio un tanto inseguro y no acertó a guiar a la orquesta hasta su primera explosión; y aunque extrae de su instrumento un sonido muy bello, en el tiempo lento no igualó en lirismo a sus acompañantes.
De la interpretación de El sombrero de tres picos sólo puedo decir que con mucho gusto me habría unido al coro de palmeros, porque esta noche Ros Marbà dio una versión muy seria y -ahora sí- con la orquesta sonando más limpia que una patena (mención de honor para todos los primeros atriles de madera y metal; y también para la valenciana Martos). Nada de duende, ni embrujo, ni ninguna de las monsergas con que se suele adornar esta obra; sino elegancia para la ‘danza de la molinera’, contundencia en la ‘farruca’, sinfonismo de muchos quilates para la ‘jota’, y todo unido sabiamente para que no pareciera una mera sucesión de bailes regionales.
Que una interpretación se reciba con gritos de ‘bravo’ no es habitual en Santiago; y que el público siga aplaudiendo después de que se enciendan las luces de la sala, todavía menos.
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