Estudios fonográficos
Recuerdo discográfico de Sergiu Celibidache
Alfredo López-Vivié Palencia

Federico Calabuig Alcalá del Olmo.
Exaltación y estupor. O mejor, en el orden inverso y de forma sucesiva: estupor y exaltación. En la última oportunidad que tuve de escuchar a Sergiu Celibidache en vivo (se encontraba ya al final de su carrera) se produjo mi caída del caballo en el camino de Damasco y pude finalmente llegar a atisbar la grandeza de sus planteamientos y disfrutar con mayúsculas de su arte, que hasta entonces me parecía vedado. Mi recuerdo se precipita a aquella velada de julio de 1993, en el Palacio de Carlos V, dentro del marco del Festival de Granada.
Aquella noche Celibidache dirigió a su Filarmónica de Múnich una Quinta Sinfonía de Sergei Procofiev que desde entonces figura en mi Walhalla particular. Todas las oportunidades anteriores me habían parecido fracasadas. ¿O era que mi juventud e inexperiencia me impedían conectar o que simplemente no estaba -ni lograría estar- dotado para alcanzar el sublime mensaje que todos los celibidachianos -que ya entonces en España no eran ni pocos ni indocumentados- proclamaban? El mismo día anterior, en el mismo lugar, Celibidache nos había ofrecido otra Quinta, la de Chaicovsqui, que me había parecido pecaba, como en todas las ocasiones anteriores, de una laxitud y morosidad que la hacía caerse y aburrirme y que la alejaba de mi concepción hiperromántica y extrovertida de la obra. Pero aquella otra noche, el hiriente, incisivo y mordaz Procofiev logró el milagro: al progresivo estupor que, movimiento tras movimiento, crecía hasta niveles paroxísticos siguió un estado de exaltación cercano al místico. Celibidache me había tocado finalmente, y no puedo negar que aquello produjo un antes y un después en mi afición melómana.
Hablar de la grabación que mejor homenajea a Celibidache es, atendido su pensamiento y su obra musical, un sacrilegio que espero que el maestro no nos tenga en cuenta. Sentado esto y aceptada la sinrazón, desgraciadamente no puedo recomendar como tal la grabación que nos dejó de la Quinta Sinfonía de Procofiev con su Filarmónica de Múnich para EMI porque no logra transmitir, y ya me hubiese gustado lo contrario, la magia de su versión en directo. Sin embargo, su compañera de disco, la Primera llamada 'Clásica', que le grabaron repetidamente, constituye un referente de su obra. No hay la inmarcesibilidad de su raptada interpretación de la Quinta escuchada en directo, porque otros son los caminos por los que la obra discurre, pero la claridad en las texturas, la diferenciación de planos sonoros, los ritmos sosegados a punto de caer pero que se mantienen milagrosamente y la articulación perfecta son enseñanzas haydnianas que Procofiev plasmó cum laude y que nadie como Sergiu Celibidache supo interpretar. Esperemos que EMI nos vuelva a ofrecer pronto, en formato DVD, su grabación audiovisual de la obra.
Mientras tanto, escucho el CD intentando rememorar el estado de estupor y exaltación que me produjo la última vez que le escuche en vivo, en la que el maestro rumano descendió del Nirvana para anunciárseme y hacerme su acólito.
EMI 5785428
Carlos Ginebreda
Tuvimos la gran suerte de que Sergiu Celibidache uniera sus destinos a los de numerosos melómanos españoles, entre los que me encuentro. Sólo puedo hablar de su etapa final y casi siempre con la Filarmónica de Múnich: Tercera de Brahms en Barcelona, Cuarta de Bruckner en Múnich, Octava de Bruckner en Madrid (una de las experiencias más emocionantes de mi vida de aficionado a la música) y Quinta de Chaicovsqui en Granada. Y mi memoria viaja con emoción a Granada, a un lejano mes de julio de 1993, a una audición en el Palacio de Carlos V de esa Quinta sinfonía del compositor ruso.
Por ello, mi grabación escogida para este décimo aniversario de la muerte de ‘Celi’ es la Quinta de Chaicovsqui con la Filarmónica de Múnich (EMI), similar en calidad a la que les escuché en Granada, (en Japón se editó en su momento un Laser Disc, hoy inhallable, con una interpretación de la misma obra más o menos contemporánea a ese concierto). El propio Celibidache grabó -o le grabaron- en estudio, al inicio de su carrera y para DECCA, esta misma obra junto a la Suite del 'Cascanueces' con la London Philharmonic (está reeditada por DECCA en Alemania en la serie Dokumente a precio baratísimo), y aunque renegó siempre de esta grabación, el registro era muy bueno, pero tan diferente del de EMI que parecen dos directores distintos. No recuerdo quién dijo que Celibidache sólo dirigía bien a los compositores rusos, a los impresionistas franceses y a Bruckner -aunque para mí su Haydn y Beethoven tienen una originalidad fuera de duda-. Pero lo cierto es que esta Quinta de Chaicovsqui, intensa, inacabable, infinita y tan trabajada, unida a los aromas de Granada, la Alhambra, al frescor de la noche, la amistad, el chocolate con churros, y unos riquísimos y típicos píononos, permanecerá indeleble en mi memoria.
EMI 5565222
Samuel González Casado
Hace unos años, cuando prácticamente no existían grabaciones oficiales de Sergiu Celibidache en el mercado, no muchos osaban criticar al maestro rumano, máxime cuando sus cursos se convirtieron en uno de los puntales de la moderna dirección de orquesta europea (Swarowsky, cuyos alumnos fueron siempre más conocidos, era otro). A diferencia del húngaro, el rumano fue director antes que cualquier otra cosa, tan personal e intransferible que ciertos acólitos, entre ellos algún español, asimilaron mal sus enseñanzas y por eso nos toca sufrir de vez en cuando algún engendro sonoro de difícil digestión. Hoy día, con las oportunas (y oportunistas) ediciones de sellos oficiales, podemos hacernos una idea del estilo de "Celi", no siempre satisfactorio sobre todo en sus últimas etapas, con interpretaciones a veces monótonas —pese a la proverbial planificación y equilibrio de timbres (se lo llamó "alquimista del sonido")— y lentitud exasperante, tampoco criticable en sí misma, es cierto. Realmente creo preferible a aquel director joven, lleno de garra y acidez (registros con la Filarmónica de Berlín o mediocres orquestas italianas) antes que al anciano parsimonioso que habla y habla en maratonianos ensayos. Sin embargo, en sus últimos tiempos, dejando al margen la fantástica calidad de su orquesta, la Filarmónica de Múnich, existen interpretaciones que, sea por la razón que sea, nos tocan especialmente la fibra. Como esa Sinfonía nº 4 de Bruckner del año 1988.
Es conocido el maridaje de Celibidache con Bruckner, lo mucho que se lo ha alabado durante años, y también las críticas que ha cosechado, las más sonadas nacidas de colegas como Carlos Kleiber o Franz Welser-Möst. Su estilo, contemplativo, trascendente, se aparta kilómetros del más "germánico" de los Abendroth, Kabasta o Furtwängler, lleno de tensiones, cataclismos, rubati, subjetividad. Desde luego, si hay que elegir, me decanto por estos últimos, capaces de hacerme levantar de asiento, sudar o perder horas de sueño, antes que por nuestro homenajeado. Sin embargo, lo que hace con esta sinfonía, construida desde un intervalo de quinta que recorre y muta por todas sus nervaduras para desembocar en la coda conclusiva más sublime jamás compuesta, donde ese mismo intervalo, transformado, late esperando la asunción definitiva mientras la trompa se despide de lo terrenal, es tan emocionante, llega tan hondo, que cualquier intento de explicación resulta ridículo, palidece ante lo incontestable de su —casi verdadera: es un cedé— realidad. El director prácticamente dobla el tempo en este mágico punto y, mientras pone a prueba a los profesores del conjunto bávaro con el control más absoluto y la exigencia más temible, alcanza lo que aquí también alcanzó el apocado pero genial Anton Bruckner: la eternidad.
EMI 5566902
Alfredo López-Vivié Palencia
Mientras estuvo vivo, si uno quería escuchar el Bruckner de Celibidache, había que peregrinar: o el directo rabioso, o nada (los registros ‘privados’ que circulaban por ahí no valían la pena). Hace muchísimos años tuve la suerte de escucharle una Cuarta en Barcelona, pero en aquella ocasión salí maldiciendo esas ‘longitudes nada celestiales’; perseveré y -con la también perseverante insistencia de Jordi Cos, otrora colaborador activísimo de esta casa- al cabo del tiempo fui a París a ver una Octava: ahí me convertí. Por eso, cuando EMI editó la colección de sinfonías con la Filarmónica de Múnich no tardé en comprarla.
Jamás recomendaría ese álbum como una primera opción (aunque el bruckneriano de ley no puede desconocerlo), pero la Novena sinfonía que ahí se contiene -grabada en 1995- es para mí una de las mejores versiones que existen. ‘Celi’ no se entretiene demasiado y firma una interpretación que mantiene un nivel de intensidad casi insoportable: nunca he escuchado una coda del primer tiempo más inexorable, ni tampoco conozco a nadie que haya sabido graduar tan milagrosamente -en volumen, en expresividad y en expansión- las tres sucesivas explosiones sonoras que preceden la conclusión serena del adagio.
EMI 5566992
Paco Yáñez
Bien conocido es aquello de que para el bueno de Celibidache escuchar una grabación discográfica era como irse a la cama con una foto de Brigitte Bardot, en lugar de con la original; ocurrente idea propia de una de las personalidades más controvertidas de la interpretación musical del siglo XX, y que, sin embargo, encierra una buena dosis de verdad. A pesar de su postura reacia a las grabaciones, a Celibidache, como a la actriz francesa, también le han hecho muchos “robados”, y a lo largo de los años numerosas instantáneas sonoras del rumano han poblado el mercado y los trapicheos varios del circuito fonográfico pirata (cierto es que haciendo la vista gorda el bueno de Sergiu en muchas ocasiones). Ha sido sólo después de la muerte del maestro cuando su hijo, Serge Ioan, en colaboración con EMI, ha sacado a la luz un conjunto de “fotografías sonoras oficiales” registradas en su mayoría por la Radio de Baviera, que si bien no son el original, sí nos sirven para hacernos una idea bastante aproximada de hasta qué punto habían llegado los presupuestos estéticos de Celibidache en sus últimos años muniqueses.
La Mer, de Claude Debussy, era para Celibidache una “Biblia de la música”, además de “la pieza más hermosa del repertorio francés”, palabras que el propio Celibidache nos dejó en vida y que encajan a la perfección con el mimo, nunca mejor dicho, 'celibidachiano', con que desarrolla esta extraordinaria partitura, con la cual mantuvo una larga relación a lo largo de su carrera, y que para esta interpretación (13 de septiembre de 1992 en la Philharmonie de Gasteig, Múnich) preparó durante todo un verano. Conocida es también la anécdota de que las primeras dos horas del ensayo de esta obra las 'consagró' al estudio de los primeros ¡¡20 compases!! de ésta su personal Biblia sonora. El resultado es una profunda y cuidada lectura de 33 minutos de duración, algo que a priori uno juzgaría una insensatez si no le dicen que se trata de la mano de Celibidache la que está en el podio; y que contrasta con la duración promedio de otras versiones en el mercado, como las de Jean Martinon (1974, EMI) 24:26; Bernard Haitink (1976, Philips) 22:56; Pierre Boulez (1993) 23:32; o Daniel Barenboim (2000, Teldec) 24:32.
Celibidache desgrana estos tres bosquejos sinfónicos en 13:10, 8:43 y 11:18 minutos, respectivamente, con una minuciosidad de detalles escalofriante, sacando cada nota, cada relación, cada crescendo, cada pausa a la luz como si analizara la partitura con un gigantesco microscopio con el cual no perdemos detalle posible. Por momentos el planteamiento parece casi más propio de la música de un Webern, pongamos por caso, destacando el peso de cada nota, el valor de cada sonido en un conjunto que Celibidache concibe estrechamente relacionado entre sus partes, sostenidas en sus vínculos, por momentos, en el límite de lo posible (pienso en esas maderas, haciendo realmente prodigios para mantener el discurso con unos tempi como los descritos).
La lectura es, en general, soberbia, con momentos antológicos, como el final de 'De l’aube à midi sur la mer' o el comienzo del 'Dialogue du vent et la mer', arranque este último que siempre me ha dejado boquiabierto por su intensidad, su fuerza, su concisión, por la capacidad para destacar cada instrumento y a la vez dotar de una unidad aplastante al conjunto, algo en lo cual destaca un manejo de los timbres realmente sabio y refinado, que nos soprende a cada paso, haciendo de ésta una audición de sorpresas a la que asistimos casi incrédulos hasta su deslumbrante final. Es una Mer que, siendo hermosamente francesa, clara, cristalina, ligera, estática por momentos, a la vez goza de un pulso, de densidad y fuerza casi diría que germánicas, unión ésta de 'imposibles' que Celibidache consigue en la que es una joya ya no de su discografía, sino de la historia del sonido grabado... esas instantáneas maravillosas que tanto nos hacen conocer y disfrutar.
EMI 5565202
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