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Filtros pretéritos
Samuel González Casado
¡Qué agradables sorpresas nos están deparando sellos como Walhall! Enormes tesoros discográficos escondidos, muchas veces inéditos, salen a la luz a precio económico, aunque respecto a esto último depende mucho el establecimiento donde hagamos nuestra compra. En cualquier caso, todos los que amamos estas grabaciones míticas, representantes ante todo de una forma de entender y servir al arte del canto con calidad y estilo hoy inhallables, debemos congratularnos del inmenso catálogo del sello rojo, y también hacer enormes esfuerzos, por qué no admitirlo, por no dejarnos todos los ahorrillos en una joyas que jamás pasan de moda y proporcionan emociones sin fin.
Así ocurre con el Tristán und Isolde que provoca estas líneas, inédito hasta ahora y con unos nombres de quitar el hipo: Traubel, Vinay y Reiner, Metropolitan, 1950. De la maravillosa soprano norteamericana es bien conocida su versión de 1943, dirigida por Leinsdorf, con un reparto insuperable (Melchior, Thorborg, Kipnis...), que han publicado Naxos y otros sellos con buen sonido y cuya escucha es poco menos que obligatoria para todo aquel que pretenda juzgar lo de ayer y hoy con conocimiento de causa (y también para el que desee simplemente disfrutar, como pocas veces, de una música servida como se merece); igualmente puede acudirse a la versión de 1946 con Fritz Busch o la de 1949 con Jonel Perlea, grabaciones más difíciles de encontrar aunque realmente interesantes. A ellas se suma ésta de 1950, de sonido aceptable para la época, aunque el ruido de fondo sea excesivo y en algunos momentos ciertas intervenciones se escuchen lejanas.
Traubel se encuentra aquí en un momento realmente espléndido —en puridad siempre fue así en sus 10 años de carrera en el Met—. También como siempre, nos topamos con sus inseguridades alrededor del Si4, más debidas a problemas de preparación (suele descargar excesivamente en las notas anteriores en vez de utilizarlas como adecuado trampolín) y miedo antes que verdadera incapacidad. Acostumbra a dar muy cortos estos agudos o a atacarlos abiertos, aunque en este último caso suele recuperar bien la posición. No intenta ni por asomo dar los Do5 del segundo acto, y se queda directamente en el La4, nota que armónicamente suena bien, aunque el momento se nos presente algo cojo, dada la importancia que tiene en el gran arco constructivo de toda la obra.
Pero lo demás es absolutamente memorable: desde la belleza de una emisión perfecta y unos medios hermosísimos, de dramática auténtica aunque sin peso, manejables, livianos cuando es menester, hasta una personalísima concepción del personaje, siempre enfocado desde los propios recursos del canto, sí, pero de una variedad y sinuosidad impresionantes: es la 'Isolda' de sonidos más seductores e hipnóticos que pueda escucharse, sobre todo después de una evidente maduración del personaje si comparamos, por ejemplo, con la más arriba mencionada versión dirigida por Leinsdorf.
La cantante transmite sensación de autoridad en todo momento, porque conoce muy bien un papel recurrente en su carrera, y la experiencia ya acumulada en 1950 no cae en saco roto. Escuchando esa fantástica línea de canto, esos recursos en la matización tan imaginativos como adecuados, nos preguntamos de dónde puede venir esa leyenda de cantante dotada pero inerte (quizá de su rotunda presencia escénica). Bien escuchada y sin imágenes que puedan despistar, es simplemente todo lo contrario. Esta mujer era una joya a la altura de Flagstad o Nilsson, y su escaso pero selecto legado discográfico no debe llevarnos a engaño: se trata de una soprano muy especial que merece mayor consideración que la dada habitualmente, algo así como el reverso luminoso del grito gallináceo al que hoy estamos lamentablemente acostumbrados.
El resto del reparto está casi a la altura de la protagonista, empezando por un Vinay algo irregular dramáticamente (en ocasiones parece que está solfeando), aunque muy entregado sobre todo en el tercer acto, donde puede lucir su vozarrón de trueno. A este respecto, es muy significativo cuando, después de tomarse el filtro, responde un "Isolde" que parece querer devorar a la amada en vez de sonar dulce y amorosamente. Sus dificultades para apianar no son demasiado perceptibles en el dúo de amor, pues anda sobrado de poderío y se las apaña para no desentonar con la delicadeza de Traubel, con quien hace buena pareja por aquello de que los extremos se atraen. En Bayreuth Vinay extraería más matices de los personajes wagnerianos, aunque el que quiera escucharle en todo su esplendor vocal aquí tiene la versión perfecta.
El 'Kurwenal' del gran Schöffler es simplemente inatacable, aunque la voz tarde en entrar en calor. Nunca carga las tintas sobre la tosquedad del fiel escudero, y sí se preocupa de enriquecer el personaje siempre interiorizada y discretamente, sin mucho ruido aunque su presencia se haga notar por la calidad de un fraseo marca de la casa y esa dignidad humana que dio siempre a todas sus encarnaciones.
Blanche Thebom, de concepto algo impersonal y emisión imperfecta en ciertas zonas, extrae lo mejor de sí misma en una "advertencia" sutilísima y perfectamente afinada. En el resto de su papel quizá tiene que sufrir la competencia de su inalcanzable ama. El color claro de esta mezzo no contribuye a dar carácter a su actuación, aunque hay que agradecerle que escatime poco y se muestre adecuadamente arrojada cuando así se necesita. Sven Nilsson —presente en otra versión para el recuerdo, la de Victor de Sabata— se luce echándole pathos a su 'Marke', aunque no siempre: comienza su monólogo estáticamente y poco a poco la intensidad sube hasta llegar a sacrificar la línea y la posición del sonido, mostrando inteligentemente que sabe cantar y también actuar. El resto de cantantes, habituales del Met por esas fechas, cumple muy profesionalmente.
De Reiner no hay mucho que añadir, pues de todos es conocida su excelencia, salvo que es muy difícil encontrar una dirección de belleza comparable excepto, quizá, la de él mismo dirigiendo a Flagstad y Melchior (Covent Garden, 1936), en lo que es la mejor versión, en términos generales, que se ha registrado de este drama musical wagneriano. Resulta descorazonador que, perteneciendo como pertenece el húngaro al triunvirato de directores que ha conseguido resultados excelsos con estos pentagramas (junto con Furtwängler y Sabata, con el amargo desconocimiento de lo que podría haber hecho un Abendroth), nunca llegara a grabar Tristan und Isolde en estudio, donde sin duda la orquesta hubiera lucido más que en sus dos versiones en directo.
Aquí muestra su categoría y a la vez sorprende, como ya hace otras veces, con una concepción que viaja del puro ensimismamiento al arrebato mas brutal, con especial hincapié en obsesivos accelerandi que culminan en espeluznantes descargas de tensión, todo ello sin hacer mella de un rigor y una precisión inapelables —sirva como ejemplo el 'Liebestod'—. Ata en corto a los cantantes, a los que no permite ninguna libertad fuera de sus requerimientos, que acatan sin rechistar. Traubel, tradicionalmente perjudicada por los tempi rápidos (recordemos su espectacular fallo en el intensísimo 'Dich, teure Halle' de la versión completa de Tannhäuser dirigida por Szell), se mueve ahora como pez en el agua y puede pasar de puntillas sobre algunos agudos sin mucho escarnio.
En definitiva, otra versión para coleccionar y escuchar asiduamente, un bálsamo antiguo a tanto despropósito actual —incidimos demasiado en esta comparación, y admitimos excepciones, es cierto; pero simplemente escuchen y juzguen—, como extraído de esa colección de remedios que la princesa de Irlanda porta en su viaje sin retorno. ¿Volverán alguna vez los tiempos de Traubel al canto wagneriano? ¿Se dará con una fórmula para no destrozar interesantes carreras en dos años por inadecuación, impaciencia o codicia? ¿Cuál es el filtro que devolverá el calibre necesario a estas voces? Isolda responderá.
Este disco ha sido enviado para su recensión por LR Music
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