Suecia
No eran mil, pero como si lo fueran
Maruxa Baliñas
Para clausurar la parte sueca del Baltic Sea Festival 2006, los tres directores artísticos -Gergiev, Salonen, Tydén- decidieron hacer una de esas grandes obras míticas, la Sinfonía nº 8 de Gustav Mahler, la 'de los Mil'. En la entrevista a Michel Tydén que realizamos el editor, Xoán Carreira, y yo, le preguntamos el por qué de la elección de esta obra, dado que este año el tema del Festival era la pesca ilegal en el Báltico, dentro del marco general de los abusos medioambientales que sufre esta zona, y los aniversarios típicos del año son -a estas alturas del año ya estamos hartos de saberlo- Mozart y Shostacovich. Y la respuesta fue un sencillo "¿y por qué no?" que nos recordó que la música es música, y nada más: ni símbolo metafísico, ni identidad profunda, ni excusa nacionalista.
Es inevitable cuando se habla del Baltic Sea Festival referirse a su contenido ecologista, pero los tres directores del Festival lo tienen muy claro. En palabras de Salonen: "No soy tan ingenuo de creer que la música clásica pueda salvar al Báltico de los abusos medioambientales. Pero creo que nuestras posibilidades de mejorar la situación pueden ser mucho mayores si contribuimos a hacer crecer la conciencia general". Y para ello no es necesario, ni siquiera conveniente, centrar los conciertos 'simbólicos' en la música báltica.
Los otros dos objetivos del Baltic Sea Festival sí se cumplían con esta obra: "presentar los mejores productos artísticos y musicales de la región báltica" y "llevar a un primer plano los proyectos en curso y las agrupaciones". Para la interpretación de esta sinfonía de Mahler, Salonen reunió solistas, coros y orquestas de cuatro países bálticos -Finlandia, Suecia, Letonia y Estonia (cinco si contamos a la soprano alemana)-, muchos de los cuales habían actuado en la interpretación de la Octava sinfonía que sirvió para inaugurar el Festival de Helsinki el pasado 18 de agosto.
Fotografía © 2006 by Mia Carlsson/SR
Los intérpretes no eran mil, pero como si lo fueran, porque entusiasmo no les faltó. Se reunieron los Cantores Minores, el coro infantil de la catedral de Estocolmo, medio centenar de críos bien enseñados y nada tímidos cantando; el Mikaeli kammarkör, una agrupación -vinculada a la iglesia de Adolf Fredrik en Estocolmo- fundada en 1972 por Anders Eby, su actual director artístico, que tiene un amplio curriculo tanto estrenando música coral contemporánea como dentro del gran repertorio; y finalmente el Coro de la Radio de Letonia, un coro excepcional, del cual sólo diré que -a pesar de la competencia que significan Gergiev o Salonen con sus orquestas- dió el pasado 24 de agosto uno de los conciertos estrellas de esta edición del Baltic Sea Festival.
En estas circunstancias, las partes corales de la Octava sinfonía fueron un auténtico placer, tanto técnica como emocionalmente. Son muchos los coros capaces de impresionar en los ff, pero en este caso fueron las partes más suaves las que demostraron la alta calidad del conjunto coral. Además Salonen estuvo mucho más pendiente de lo que acostumbra, más controlador (y no quiero decir con ello que considere a Salonen un 'pasota' dirigiendo, pero su estilo suele ser aparentemente más sencillo y natural). De hecho, y por primera vez, ví a Salonen cansado, incluso sentándose entre la primera y segunda parte de la Sinfonía.
Hilke Andersen, Lilli Paasikivi, Soile Isokoski y Ricarda Merbeth
Fotografía © 2006 by Mia Carlsson/SR
Por su parte los solistas también mantuvieron un nivel medio muy alto, si bien en este caso se notaba que el Baltic Sea Festival pretendía mostrar a 'sus' solistas y entre ellos estaban un par de voces -Lisa Gustafsson y Hilke Andersen- que aún necesitan algo más de madurez en el escenario. La finesa Soile Isokoski sonó maravillosamente, dulce y a la vez potente. El público le aplaudió al final como a una de las grandes de la noche, aunque a mí personalmente en algunos momentos me hubiera gustado una voz más 'wagneriana'. El bajo estonio Ain Anger fue para mí la segunda gran figura de la noche: no tiene un instrumento muy impresionante pero lo compensa sobradamente con inteligencia, técnica y buen gusto. El barítono finés Tommi Hakala tiene una voz bonita aunque no muy ágil, sin embargo le ocurre como a Anger, que acaba superándose a sí mismo gracias a su buen estilo cantando. El tenor Mihka Pohjonen, también finlandés, destacó de sus dos compañeros gracias a la agilidad de su voz, pero técnicamente es muy semejante y como ellos tiene mejores graves que agudos. Ricarda Merbeth -que matizó muy bien sus intervenciones además de crecerse en las intervenciones de conjunto-, Hilke Andersen -voz linda y muy cuidadosa en los matices- y Lilli Paasikivi -ágil y de amplio fiato- también me impresionaron favorablemente.
Esa-Pekka Salonen y Mika Pohjonen
Fotografía © 2006 by Mia Carlsson/SR
La orquesta, donde se juntaba la Filarmónica de Helsinki con buena parte de los miembros de la Radio Sueca, respondió a este Salonen casi agobiante manteniendo un sonido tenso, emocional y muy potente, a veces casi demasiado. El final de la Sinfonía salió redondo, sin tensiones innecesarias, pero manteniendo al mismo tiempo una emoción que no dió descanso al oyente hasta después -un largo después- de que hubiera sonado la ultima nota.
El público -siempre repito lo mismo porque siempre fue lo mismo -respondió con calor y entusiasmo. Posiblemente porque era el último concierto del Festival, los aplausos fueron aún más extensos, casi diez minutos, y se oyeron auténticos aullidos.
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