España - Madrid
Crónica sentimental de una noche mágica
Nuria Balbaneda

El teatro está lleno y la niña del segundo palco mira fascinada a su alrededor, visiblemente nerviosa y sin parar de hablar a un padre de traje y corbata que sonríe distraído mirando el reloj. Aplausos, saluda el director de orquesta, atacan la obertura.
Por fin, se alza el telón. Una impresionante galerna sucede en el escenario. Los piratas naufragan… amores, aventuras, raptos, peleas, huída… la trepidante acción nos lleva del mercado de esclavos al palacio del pachá pasando por la gruta de los piratas a través de una fastuosa escenografía y de un diseño de iluminación que coopera en cada cambio para sorprender al espectador.
Cambio escenográfico de la costa al mercado de esclavos, y ya no es nuestra niña, sino el aburrido papá el que queda boquiabierto, pero no es más que el preludio de la magnificencia del palacio del pachá, que como por arte de magia va transformándose de cola de pavo real a jardín, y luego a salón de baile.
Ballet del Mariinski
Fotografía ©2006 by Javier del Real
Si no se ha visto al Mariinsky no se sabe lo que es bailar, y El Corsario es precisamente una buena excusa para disfrutar de un sin fin de variaciones de clasicismo puro. Es un ballet largo y duro para los principales, y hay cuatro elencos. En el de esta noche destaca Adrian Fedeyev, 'Lankedem', el malvado traficante de esclavos, y Ekaterina Osmolkina, una dulcísima y bella 'Gulnara'.
Ekaterina Osmolkina
Fotografía ©2006 by Javier del Real
Perfectamente correctas, aunque menos brillante fueron las actuaciónes de Irma Nioradze en el papel de 'Medora' y Eugeny Ivanchenko. El pas de trois del segundo acto arrancó una gran ovación del público, principalmente para Antón Korsakov, que se lució en la variación que inmortalizara a Nureyev.
Pero probablemente la “estrella” de la noche fue el cuerpo de baile y sus solistas. El nivel técnico de la compañía es impecable y la precisión su característica: en la sincronía de los movimientos, las líneas, la musicalidad… Lo más notable, las tres odaliscas del tercer acto, que 'bordaron' sus difíciles variaciones.
Ballet del Mariinski
Fotografía ©2006 by Javier del Real
Más de cinco minutos de aplausos. Hasta cuatro veces tuvieron que saludar los protagonistas. Pero el público no se movía. Nuestra niña sonríe entusiasmada, pero lo más notable es la transformación sucedida en el padre. Atrapado por una historia que en nada tiene que envidiar a los piratas del Caribe, por un montaje que hace palidecer Hollywood… atrapado, sobre todo, por la magia de la danza.
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