DVD - Reseñas

Una vieja y esperada novedad

Josep Mª. Rota
jueves, 21 de septiembre de 2006
Richard Wagner: Tannhäuser (versión de París). John Macurdy (Landgraf), Richard Cassilly (Tannhäuser), Bernd Weikl (Wolfram von Eschenbach), Robert Nagy (Walther von der Vogelweide), Richard J. Clarck (Biterolf), Charles Anthony (Heinrich der Schreiber), Richard Vernon (Reinmar von Zweter), Eva Marton (Elisabeth), Tatiana Troyanos (Venus), Bill Blaber (Ein junger Hirt), Douglas McDonnell, Erik-Peter Mortensen, David Owen, Jean-Briac Perrette, Victor Ruggiero, Eric Sokolsky, Konstantin Walmsley (Edelknaben). Otto Schenck (Producción), Günther Schneider-Siemssen (Decorados), Patricia Zipprodt (Vestuario), Gil Wechsler (Luminotecnia), Phebe Werkowitz (Dirección de escena). Coro, Ballet y Orquesta de la Metropolitan Opera de Nueva York, David Stivender (Director del Coro). James Levine, director musical. Michael Bronson (Productor ejecutivo), Clemente d’Alessio (Productor), Brian Large (Director de vídeo), Jay David Saks (Director de sonido). 2 DVDs de 189 minutos de duración, grabación en vivo en el Met de Nueva York en 1982. Color: NTSC 4:3, Código 0 (universal), PCM stereo, DTS 5.1/Dolby digital 5.1. Subtítulos en alemán, inglés, francés, español y chino. Deutsche Grammophon 00440 073 4171. Distribuidor en España: Universal
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Llega por fin, de la mano de Deutsche Grammophon, la legendaria grabación del Tannhäuser del Met. Igual que su coetáneo Lohengrin, era lo poco de Wagner en el Met que quedaba por distribuir (queda sólo el Holandés). Por cierto, ambas grabaciones son anteriores en el tiempo a todas las demás (Anillo, 1990; Parsifal, 1993; Tristan, 2001; Maestros, 2004). Estos Tannhäuser y Lohengrin pertenecen a producciones de los últimos años 70 y primeros 80; grabados en aquellas fechas, fueron comercializados por Pioneer en EEUU. Primero en vídeo, luego en DVD. El devoto wagneriano que anhelaba hacerse con dichos ultramarinos de lujo corría el riesgo de perder los dólares y la paciencia, porque se trataba de sistemas incompatibles (yo vi este Tannhäuser en los años 80 en casa de unos amigos wagnerianos que habían tenido que practicar unas cuantas operaciones ingenieriles a la cinta en cuestión).

La versión es, naturalmente, la de París. Es de todos sabido que, en Nueva York, las representaciones que pasaban de las 12 de la noche comportaban un dispendio enorme a causa de las horas extras que había que pagar a los trabajadores; en consecuencia, las obras wagnerianas se recortaban sin piedad. En el caso del Tannhäuser, la versión favorita en Nueva York era la de París por su mayor brevedad (1). Además, en el dúo ‘Tannhäuser’-‘Elisabeth’ del acto segundo, hay un corte de dos páginas con la intervención de ‘Wolfram’ (2). Las particularidades de dicha versión son: Obertura-Bacanal y reelaboración de la escena primera en la gruta de ‘Venus’ y enlace con la intervención del pastorcillo; final del acto primero; reelaboración del torneo de canto con la supresión de la canción de ‘Walther von der Vogelweide’; final del acto segundo, con el añadido de seis compases de violines primeros y segundos con violas; y últimas siete páginas del final del acto tercero (3).

El veterano John Macurdy encarna un buen ‘Landgrave’, autoritario por su dignidad a la vez que paternal con su sobrina, como debe ser. La voz es grande y se muestra noble en el color, con agudos firmes; sin embargo, a partir del La grave, pierde forma y carece de rotundidad (Fa1 que cierra su aria). Su aspecto como Landgrave es imponente.

Richard Cassilly tiene que lidiar la parte más dura de la obra, sin duda el tenor wagneriano más difícil, que muchos cantantes de campanillas jamás han osado cantar (en un escenario, claro). Cassilly supera los numerosos escollos de su parte no sin apuros. La voz pierde a veces la homogeneidad, se estrecha y se apoya demasiado en la nariz, con lo que emite sonidos un tanto fijos. Sin embargo, la voz es auténticamente heroica, con el squillo necesario para afrontar el terrible relato del acto tercero y el concertante del segundo (“Erbarm dich mein...”). En el dúo con ‘Venus’ del acto primero despliega todo su conflicto interno y sus propias contradicciones; arrepentido, primero, a los pies de María y a los de ‘Elisabeth’; visionario, después, en el torneo de canto, recordando su experiencia personal; Cassilly, ya maduro de aspecto y voz, viril, se entrega sin reservas y ataca los numerosos Lab y La natural con arrojo y decisión (4). En conjunto, su interpretación del caballero cantor es sobresaliente.

Un jovencísimo Bernd Weikl nos regala un estupendo ‘Wolfram von Eschenbach’, tanto en el canto como en la actuación. Weikl sabe transmitir el conflicto interno de ‘Wolfram’, que a menudo pasa desapercibido al lado del de ‘Tannhäuser’: renuncia a la propia felicidad a cambio de la felicidad de los demás. Su canto es noble y puro, como lo son su corazón y su alma. Aunque la confesión pecaminosa de ‘Tannhäuser’ lo lleva a la sorpresa y a la indignación, asiste a su amigo ‘Heinrich’ hasta el último momento en pos de su salvación, salvación que exige el sacrificio de la mujer que ambos aman, él en secreto. Sus dotes canoras y dramáticas brillan no sólo en el torneo de canto o en la romanza de la estrella, sino también en el concertante final del acto primero y en la escena final del tercero.

Robert Nagy es un muy buen ‘Walther von der Vogelweide’, que lidera con autoridad los dos concertantes de sendos actos primero y segundo. ¡Qué triste resulta, aquí, la versión de París, que nos priva escucharle su canción en el torneo de canto: “La fuente que Wolfram nos ha mostrado/también la vio la luz de mi espíritu”! Richard J. Clark aparece como un ‘Biterolf’ menos agresivo de lo que es habitual; marcial, sí, pero no belicista; ofendido con ‘Tannhäuser’, como los demás, pero dispuesto a la reconciliación; comprometido, como los demás cantores, con el amor cortés. Su porte es poco caballeresco, pero vocalmente no merece ningún reparo. Charles Anthony y Richard Vernon son ‘Heinrich der Schreiber’ y ‘Reinmar von Zweter’, respectivamente; empastan a la perfección con las demás voces en los concertantes y se integran perfectamente en la escena. El Pastorcillo es aquí verdaderamente un pastorcillo y no una señora disfrazada de pastorcillo; la afinación no es perfecta y su pronunciación del alemán con acento angloamericano es, hasta cierto punto, desagradable; pero el efecto dramático es genial.

Eva Marton, también muy joven, encarna a ‘Elisabeth’, una mujer segura de sí misma, que por el hecho de ser Santa Isabel de Hungría no deja de ser una mujer que ama. La voz es pura y está emitida con buen gusto y elegancia, cosa nada fácil en una voz ancha y broncínea como la suya. Compone un personaje redondo: asaltada primero por la duda, no sin un cierto rencor, se entrega finalmente a su amado en su aria de entrada y el subsiguiente dúo; valiente en lucha desigual contra hombres armados en el torneo de canto, con lágrimas en los ojos, le salva la vida; y luego, el alma, gracias a su amor redentor, después de su bellísima plegaria a la Virgen María. Al final de la obra, entre los aplausos ante el telón, un anónimo fan se desgañita gritando: ¡Brava, Eva!

Tatiana Troyanos, dentro del sobresaliente general que alcanza el reparto, obtiene la matrícula de honor cum laude y cum lo que haga falta en su encarnación de ‘Venus’. Su aspecto es verdaderamente atractivo, con una belleza innata que rezuma sensualidad. Su acertadísima visión del personaje la convierte en una autentica diosa del Olimpo, que por el hecho de estar enamorada no deja de ser una diosa olímpica; y a fe que está enamorada del cantor (5). Despliega todos sus recursos ante el atribulado ‘Tannhäuser’, como mujer enamorada que ve perder a su amado y lucha hasta el fin para retenerlo. Además, en lo canoro las da todas ¡y no son fáciles de dar! La partitura de ‘Venus’ exige una extensión de dos octavas y medio tono, desde el La2 al Sib4, nota, ésta, que tiene que dar más de una vez. Su canto es matizado y transmite todos los estados de ánimo por los que pasa en su tempestuosa relación con ‘Tannhäuser’: sensualidad, seducción, sorpresa, lucha y desesperación. La voz es cálida en los graves, brillante en los agudos y corre con facilidad, bien emitida y proyectada: toda una lección de canto.

James Levine le coge el pulso a la obra desde el primer compás y no decae en ningún momento; la tensión se mantiene con fuerza, especialmente en los finales de acto. Refuerza la orquesta con un cuarto trombón para el tema de los peregrinos de la obertura, que dichos instrumentos tocan al unísono; dado que la bacanal suprime la reexposición, ese tema ya no vuelve a sonar; en el preludio al tercer acto, las imágenes enseñan ya sólo los tres trombones preceptivos. Si se muestra un poco machacón en la entrada de los invitados, en el preludio al acto tercero -la peregrinación a Roma de ‘Tannhäuser’- es moroso pero nunca pesado, como era presumible (recuérdese sus plúmbeos preludios I y III de Parsifal). Los músicos, tanto en el foso como entre bastidores, están al nivel de un teatro de primera como el Met. El coro, preparado por David Stivender, canta con arrojo y potencia; además, actúa con solvencia y dramatismo: ¿se puede pedir más?

El tándem Otto Schenk - Günther Schneider-Siemssen se supera, una vez más, a sí mismo. Al inicio del acto segundo, cuando se descorre la cortina y aparece la sala de los cantores en el Wartburg, hay un conato de merecido apaluso a los decorados, costumbre típica del público del Met. Ciertamente, la escena es magnífica, desde el pavimento a las pinturas murales, pasando por arcos, tronos y gradería. La gruta de ‘Venus’ es muy sugerente; la bacanal es sensual, sin dejar de ser clásica en el sentido estricto de la palabra (recuérdese que estamos en la morada de una diosa greco-romana). El valle a los pies del Wartburg resulta precioso para todos aquellos que amamos la naturaleza, como también la amaba Wagner. Además, la pradera aparece con colores diferentes en los actos primero y tercero, acordes con el cambio de estación. Fieles a los detalles, el ‘Landgrave’ aparece en la escena final (como contempla la partitura: ¡la difunta es su sobrina!), escena en la que la cuidada barba de ‘Tannhäuser’ se ha convertido en poblada y canosa con el paso del tiempo y las penalidades. Y así hasta un sinfín de detalles más que confirman, otra vez, la capacidad artística, el sentido teatral y el amor a la obra escenificada por parte de Otto Schenk y Günther Schneider-Siemssen. Aquí nada va contra la música y el drama; todo está a su favor.

A Patricia Zipprodt corresponde el mérito de un vestuario ciertamente lujoso, que no repara en gastos (6): ‘Hermann’ va ataviado como un verdadero soberano; caballeros y damas visten una variedad de suntuosos trajes, tocados, capas, joyas y armas medievales que agradan e impresionan. El vestuario y el peinado de ‘Venus’ son, naturalmente, divinos. Los peregrinos y pajes, en fin, de acuerdo a su condición social.

Si hay que ponerle algún reparo a Brian Large, director de la grabación, y a Gil Wechsler, jefe de luminotecnia, es que las pinturas murales de la sala del Wartburg no se muestren nítidas y queden un poco difuminadas. Por lo demás, su trabajo es magnífico. A Jay David Saks, director de sonido, hay que achacarle los leves ruidos de fondo, en forma de comentario, que se oyen de manera difusa. ¿Acaso el apuntador?

El trabajo de Phebe Werkowitz en la dirección de escena merece todos los elogios (7). Aquí, los movimientos sobre el escenario están cuidados hasta el más mínimo detalle; además de las actuaciones individuales, hay que destacar el movimiento de los conjuntos: los peregrinos y cazadores en el acto primero; los invitados, estandartes, heraldos y pajes en el segundo; peregrinos viejos y jóvenes en el tercero. Si la dirección merece elogio en los detalles pequeños, como el cortejo de cazadores que cierra el acto primero, todo el acto segundo, con su torneo de canto, merece elogio máximo: véanlo y disfrútenlo.

En pocas palabras: de todas las versiones en vídeo-DVD que corren del Tannhäuser (Bayreuth-Davis y Sinopoli, Múnich-Mehta, Zúrich-Welser-Möst y Sevilla/Madrid), ésta es sin duda la mejor en todos los sentidos. Una verdadera gozada.

Notas

1.-Recuérdese aquí el espanto que produjo Lauritz Melchior en Bayreuth cuando se presentó a los ensayos partitura en ristre; en América, él había cantado solamente la versión de París y no estaba familiarizado con la de Dresde, habitual allí.

2.- So flieht für dieses Leben mir Hoffnung Schein! Este corte es también habitual en representaciones de la versión de Dresde o “mixtas”.

3.- En mi opinión, la versión de París, con el final raro del acto segundo y la estrofa mutilada de Wolfram en el segundo acto, rebaja el listón de la de Dresde. Además, es bien sabido que dichos cortes los practicó Wagner por miedo a “cansar” al público francés, aburridizo ya de por si. Teniendo en cuenta los cambios de Wagner en el estreno de Dresde y los sucesivos en las representaciones de Múnich y Viena, hay soluciones “mixtas” más satisfactorias.

4.- Las vocales cerradas (i), (u) son más difíciles de atacar en los agudos que las abiertas (a), (o), (e). Para las sopranos, la mejor es la (a); para los tenores, curiosamente, la (e). Obsérvese a Cassilly en Mein Heil ruh in Maria / Führt mich zu ihr! / Ein Wunder war’s / Erbarm dich mein! /...ich nenn es mein! / den Gnad und Heil / im Venusberg drangen wir ein!

5.- ¡Cómo se equivocan los que quieren mostrarnos a ‘Venus’ como un ser diabólico o como una Madame de burdel! Supongo que su error se debe a la confusión entre la Gruta de ‘Venus’ y las Cuevas del Sado.

6.- Los trajes-chaqueta que llenan los escenarios por ahí adelante o los coros uniformados con mono o en mangas de camisa responden, además de al coco privilegiado que lo ha imaginado, a la miseria económica de la producción.

7.- Wagner era un hombre de teatro y en sus primeras obras demuestra un mayor nivel dramático que musical.

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