Alemania

Volodos y otros rusos en Bonn

Miguel Morate Benito
miércoles, 27 de septiembre de 2006
Bonn, viernes, 15 de septiembre de 2006. Beethovenhalle. Arcadi Volodos, piano. Franz Schubert, Moments musicaux für Klavier D 780, y Klaviersonate f-Moll D 625. Ludwig van Beethoven, Andante favori WoO 57. Franz Liszt, Sursum corda, La lúgubre gondola, y Funérailles. Beethovenfest 2006. Asistencia 80%
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Durante los días que van del 31 de Agosto al 1 de Octubre está teniendo lugar en Bonn el Beethovenfest 2006. Un festival cuyo origen se remonta al año 1845 en que se alzó la famosa estatua del compositor en la Münsterplatz de Bonn y se celebró su 75 cumpleaños con tres días de conciertos. Más de 60 eventos entre recitales, conferencias, óperas, conciertos didácticos, exposiciones, proyecciones, etc., conforman la programación de este festival cuya temática se ha dedicado, bajo el título de Rossija, a Rusia.

Como hemos adelantado, este año la temática persigue las conexiones entre el compositor y principal motivo del festival, y Rusia. Mediante una programación inteligentemente trabada se pretenden mostrar relaciones diferentes a las manejadas habitualmente abriendo nuevos puntos de vista en la comprensión de los hechos musicales e históricos. Los puntos de acción para dar sentido Rossija son muy amplios y variados, planteados desde destinatarios de obras de Beethoven, mecenas, intérpretes, compositores pasados y vivos así como obras de nuevo cuño comisionadas por el festival.

Por otro lado, el Beethovenfest celebra también los aniversarios de Shostacovich, Schumann y Mozart y al mismo tiempo dedica una atención especial a la música contemporánea. Este hecho se lleva a cabo mediante los encargos ya citados así como prestando atención al Jazz y a otro tipo de experiencias como la que ofrece el concierto cuyo hilo conductor es el theremin, instrumento electrónico inventado por el ruso Leon Theremin. De esta forma se pretende dar continuidad al carácter vanguardista que en su día tuvieron las obras de Beethoven, combinando de manera sincrónica la tradición con la vanguardia.

Forma parte también de la temática rusa el concierto benéfico en que se interpretó la Missa Solemne del compositor de Bonn, destinado a adquirir una copia de imprenta de la obra con anotaciones del compositor para el archivo de la casa de Beethoven. El por qué de la relación de esta obra con el lema del festival se debe a que la Misa fue estrenada de manera completa en el año 1824 en la ciudad rusa de San Petersburgo. Por último, y completando de manera maravillosa el cuadro de relaciones, el Kunstmuseum de Bonn nos permitió participar en una bellísima exposición de artistas rusos, De Kandisky a Tatlin.

Otro hito importante en la presente edición del Beethovenfest fue la aparición de la Orquesta Nacional de Jóvenes de Sudáfrica (SANYO). Este conjunto forma parte de un proyecto que pretende promocionar el sistema de educación musical en Sudáfrica seleccionando a jóvenes de más de 100 ciudades diferentes que tuvieron la oportunidad de permanecer 6 días en el festival y ofrecer dos conciertos. Como parte del evento, la orquesta fue la encargada de estrenar una obra de un compositor sudafricano, Hans Huyssen, y el cantante Abel Moeng interpretó temas tradicionales del continente africano bajo el nombre de Canciones de la Princesa Magogo.

Entre el amplio número de artistas participantes en el festival, citaremos a algunos, muchos de ellos rusos, para dar una muestra de su calidad: Arcadi Volodos, Lylia Zilberstein, la Orquesta Nacional Rusa con Mikhail Pletnev, Elena Bashkirova, el Cuarteto Brodsky, la Orquesta de Filadelfia con Christoph Eschenbach, Riccardo Chailly.

Comentaremos ahora brevemente la velada protagonizada por Arcadi Volodos en el concierto número 22 del festival, primero de los tres a los que pudimos asistir. En este recital el programa fue cambiado en su totalidad por las obras que se citan en la ficha técnica que encabeza la reseña. En un principio íbamos a escuchar el Davisbündlertänze de Schumann y tres piezas de Lisz diferentes a las que se interpretaron, como eran el Vallée d´Obermann, lo Sposalizio y St. François d´Assise: la prédication aux oiseaux. Este tipo de cambios resultan de antemano bastante molestos, aunque imaginamos que no es responsabilidad del Festival sino que más bien se debe a caprichos de artista.

Pues bien, yendo a lo que interesa que es el concierto (si es que a alguien le interesa) manifiesto mi opinión en vistas de lo vivido en la Beethovenhalle y confieso que Volodos es una máquina. Pero una máquina de las que mueven los dedos de manera prodigiosa y sin partitura, aunque sin despedir calor alguno más que el que genera el roce de sus mecanismos. Si con Liszt hubo momentos de emoción y tensión logrados gracias a la artillería pesada del potente virtuosismo de las piezas, el comienzo con Schubert y Beethoven ya nos mostró una ausencia de expresión; una insípida perfección rayana a lo aburrido, cercana a una mecánica sonora, eso sí, preciosista en los timbres y colores. En sus piezas la expresión escaseaba tanto como el desorden entre los alemanes.

Sin embargo, el concierto, desde el punto de vista del público fue un auténtico éxito, porque Volodos supo ganarse -y lo logró con una pasmosa tenacidad- al público de Bonn. Tras la primera parte con las piezas de Schubert y el Andate favori de Beethoven nuestros teutones se mostraron poco entusiasmados en los aplausos que precedieron el descanso, pero en la segunda parte las tornas se cambiaron por completo y el torero se llevó las dos orejas y el rabo. Ello se debió a la mayor idoneidad del repertorio para las manos de Volodos, en donde pudo lucir sin problema alguno un virtuosismo deslumbrante con las piezas de peregrinaje de Liszt.

E igualmente, continuando con el magnetismo creado en el público prolongó su racha de aplausos histriónicos mostrando su impresionante capacidad técnica mediante una adenda de 40 minutos dosificada en 5 propinas que logró hipnotizar al público y metérselo en el bolsillo. Más Liszts, un poco de Rachmaninov y Grieg y Bach para finalizar. Las reacciones fueron clamorosas y los gritos alemanes ardientes tras los chimpunes y el rápido teclear.

Al margen de esta ambigua situación, tenemos que decir a favor del sesudo pianista ruso, que demostró ser un auténtico escultor e inventor de sonoridades. Un orfebre y creador de materias sonoras ricas en cristales y suaves tintineos. Toda una delicada maquinaria sacada a relucir sobre todo en Schubert, como ocurrió en la parte central del primer movimiento de la sonata. Del mismo modo, aunque de manera diferente, también la pudimos encontrar en las sonoridades arpísticas y orquestales de Liszt. En conjunto un concierto ambivalente con resultado final glorioso para Volodos que a fuerza de voluntad supo granjearse el éxito de la noche. ¿Enhorabuena?

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