Una quinta justa, acordada entre un fa grave de los violonchelos y el do desnudo de las violas, abre en tu pecho una ventana por la que se asoman a tu interior los violines primeros entonando una melodía que suena a disimulo de niño travieso.
El tedio aguarda al acecho para saltar sobre ti en cualquier rincón oscuro de la música que amamos: entre los plieges de partituras desprovistas de alma, en la ausencia de fraseo ordenada por un director sin talento o, más común, en los programas rutinarios de las entidades culturales más reticentes al cambio, las orquestas, caldos de cultivo de este fastidio que dotado de la habilidad de una enfermedad vírica suele apoderarse a menudo con sigilo y buenas maneras de tu cuerpo.
Así llego hoy: sostengo que un concierto no comienza cuando el sonido ordenado se adueña de la escena sino antes, en el preciso instante en que el oyente pone sus pies en el auditorio.La música debe ser el clímax necesario de una experiencia que se inicia en los pasillos de los teatros, y cuyo objetivo final debe ser el mismo que perseguía Kafka en la literatura: la música como hacha que “resquebraje el mar congelado dentro de nosotros mismos”.
Cuanto más se acerca la música al silencio más difícil resulta su interpretación.A veces la vida de una partitura pende de un hilo de sonido, tan fino como la crin del arco con el que recorres a menudo su liviana geografía reprimiendo el susto de romperlo que sientes al acecho en la boca de tu estómago.
Una creencia oriental advierte de que instalar en la capilla de nuestro cerebro un altar permanente a la memoria de un muerto, mantiene el espíritu de éste atascado en el centro del túnel que comunica el mundo con su trascendencia, frustrando su reingreso en el ciclo de reencarnaciones.
La influencia de Celibidache alcanza incluso a quienes no han estudiado con él.Ese fue el primer pensamiento que mantuvo ocupada mi cabeza la última vez que Josep Pons dirigió a los sinfónicos del Vallés.
Los escritores sostienen que los beneficios que aporta la lectura alcanzan incluso a quienes no leen.Sé de mucha gente, en cambio, que podría argumentar lo contrario sino fuera porque un libro los mató.
El hecho que los músculos del repertorio sinfónico del siglo XX y el ansiolítico más utilizado para soportar la modernidad, el Válium®, compartan un mismo origen, demuestra que ningún guionista puede superar la brillantez de la Historia en la construcción tanto de argumentos de tragedia como de comedia.
En mi historial como músico de orquesta figura una mancha de penumbra: los fosos de los teatros;los bajos fondos de la ópera donde con demasiada frecuencia la mano derecha, la orquesta, desconoce lo que hace la izquierda, los cantantes, pues de su voz apenas nos llega un eco lejano, como de otro mundo.
En un intento por vislumbrar el futuro que le espera a la música sinfónica, he buceado en diversos exámenes de música de escuelas de la sede del imperio, Estados Unidos, realizados por la generación destinada a convertirse en el público del futuro, los niños.Devastador.