Pongamos que sea la forma que encuentro de encajar el planteamiento del tercer acto.Porque hasta ahí, dos bloques: el barrio deteriorado para el mundo de Falstaff y el barrio rico para el mundo de las comadres.
Ni el esclerótico libreto ni el alambicado estilo vocal de L’isola disabitata, por no mencionar la ausencia de una orquesta, parecen ser los más adecuados para atrapar a neófitos.Vamos, que la operita en cuestión, ya se pueden destacar los detalles que se quiera, es, a bocajarro, un serio tostón.
Pelly describe dos mundos, el real, situado en una época cercana, con vestuario y objetos contemporáneos, y el onírico proyectado por Cenerentola, que vaga entre distintas tonalidades de rosas y morados por el siglo XVIII, con sus trajes, pelucas y atrezo fantástico.
Joaquín Achúcarro, 88 años recién cumplidos, se vino a Valencia para seguir reivindicándose en un escenario y para homenajear a José Iturbi en el 125 aniversario de su nacimiento (un 28 de noviembre de 1895).
Si Beckett se empapa en Shakespeare y lo vierte en su texto, Kurtág hace lo propio con Monteverdi.Así, las palabras del escritor no parecen sufrir lastre alguno.Más bien se impulsan.Es probable que no siempre en la misma dirección.
Se alcanzó un atractivo equilibrio entre lo ingenuo y lo culto, entre lo pastoril y lo urbano, entre lo cosmopolita y lo local.Por cierto, hay que ver cómo una seguidilla en mitad de una ópera italiana enaltece aún el orgullo del público patrio.
Hubo diafanidad, pero sin espesura.Autoridad, pero no tanta hermandad.Timbres se escucharon todos, en su sitio y perfectamente aislados, cual una guía orquestal.No obstante, es algo más lo que se le puede exigir a una formación que aspira a estar en un alto nivel y que, idealmente, no debería estar atenazada por el miedo.
La escena, básica.Con apenas unos cortinajes de tiras tras los que se medio ocultaban y se transformaban los personajes;unos escasos objetos geométricos de uso variable;un vestuario actualizado, una luz que iba explorando todos los colores del espectro, y un movimiento bastante contenido.
¡Con cuánta candidez disfrutábamos el último día de febrero de un año bisiesto (cumpleaños de Rossini, por cierto) de una obra, 'Il viaggio a Reims', en la que los personajes no podían viajar!
Gabetta domina el 'Concierto' de Saint-Saëns, lo mima, lo disfruta, lo comparte con los atriles que la rodean, y el director, Jakub Hrůša.de su misma quinta (1981), balancea la orquesta, coordina sin rigidez y redondea una versión que nos atrapa desde que comprendemos (pronto) que la propuesta de la solista es más persuasiva que imperativa.