El empeño del señor Andrews es sugerente y atrevido.No interfiere con la partitura, actualiza sin dejar de profundizar, aguanta el paso del tiempo y azuza el gusanillo que se alimenta del lamento del cerebro en conserva, lo que resulta bastante divertido de momento, aunque supongo que no a la larga.
Trouble in Tahiti es una perla.Una obra corta, pero no menor.Huffman consigue dotar de mucho dinamismo a la acción sin que en ningún momento el movimiento resulte atropellado.
De la colocación de los cantantes cerca del proscenio, del tamaño reducido de la orquesta y de la cuidada concertación de Marcon se benefició el canto y el público, que reconoció una vez más con cariño y admiración la tarea de los instrumentistas y del director.
Mark Minkowski realizó una lectura exhaustiva y lírica, precisa e imaginativa, clara y a la vez colorista, volcada en una orquesta en estado de gracia.Es difícil alcanzar una coherencia y riqueza mayor a partir de lo que de estos pentagramas dejó dispuesto Offenbach antes de morir y, después, quisieron disponer los avatares del tiempo.
Triunfó Marina Rebeka en el complicadísimo papel protagonista.Sigue siendo una voz con entidad, caudal y rigor, pero más detallista y rica en la expresión.Claro que para la matrícula de honor, los graves, que estaban, los habríamos deseado con un pizca más de cuerpo.
El batiburrillo acústico, pesado como un cortinaje grueso y polvoriento, pero a la vez con la fragilidad de un barniz desgastado, me alejó de las obras interpretadas.Si hay árboles que a uno no le dejan ver el bosque, yo me enfrenté a sonidos que apenas me dejaron escuchar la música.
Resulta muy interesante la idea de localizar cada acto en una época (1934, años 60 y etapa actual) y en unas situaciones sin duda de trascendencia para el género zarzuelero: registro de un disco, grabación de un programa de televisión y ensayo contemporáneo (resistencia o muerte definitiva del género).
Alexander Liebreich pretende hacer de la necesidad virtud y poner en valor los espacios urbanos a los que la ausencia del Palau obliga.Es decir, hacer ciudad con su orquesta.Pero, en fin, no queda otra que montar los conciertos donde se pueda.
Músicos que, por serlo en la cárcel, tuvieron ciertos privilegios, como redimir con más celeridad sus penas o gozar de 50 centímetros de suelo para dormir, cuando en un mismo jergón dormían hasta tres presos, si no lo hacían de pie.
Cuando uno no se ha enterado casi de nada recurre a la ironía para salir del paso.De cualquier forma pueden formarse una opinión propia sobre el montaje porque sin mucho problema encontrarán en Youtube una de las interpretaciones en el Festival d’Aix-en-Provence.