El rendimiento de la orquesta (las orquestas) fue el de las grandes noches, porque desde el patio de butacas se veía que estaban disfrutando de su trabajo.Por eso el público supo respetar los quince segundos de silencio que impuso González-Monjas antes de recibir la salva de aplausos.
Venditti salió al escenario micrófono en ristre y en un santiamén presentó las piezas del programa en un italiano con voz fuerte y penetrante, perfectamente comprensible para todos
Brönnimann no pareció manifestar ninguna afinidad por Bruckner.Su interpretación fue cuadriculada, el fraseo careció de la menor flexibilidad, los bloques sonoros se sucedieron sin que intermediase la necesaria tensión en las transiciones, y la orquesta muchas veces sonó sucia.
La interpretación que dieron González-Monjas y la Sinfónica de Galicia de la Sexta Sinfonía de Ludwig van Beethoven me la llevaré a la tumba.No es que todo saliera bien, sino que todo salió de ensueño.
Todo fue como una seda: Martín-Etxebarría no sólo supo mimar a sus cantantes -siguió su respiración y nunca les tapó- con un tejido orquestal cálido y empastado, sino que trabajó las oberturas a fondo
La triunfadora indiscutible de la noche fue la soprano Miren Urbieta-Vega que revistió a Mimí de sinceridad y sensibilidad, envolviendo al personaje con su dúctil instrumento de leve tono oscuro en el timbre y un agudo seguro y brillante.
No es que la orquesta no tocase bien la sinfonía de Sibelius, sino que esa deficiente traducción sonora se debió a la inexperiencia de Zinca para dar cuerpo a la cuerda, y al consiguiente error de pretender sustituir ese espesor orquestal con los decibelios de los metales.
Qué poco se escuchan las 'Variaciones Enigma' y cuánto se agradece poder hacerlo en una interpretación tan sobresaliente como la de esta noche.González-Monjas acertó con el concepto: flema británica en las variaciones solemnes, seriedad brahmsiana en las variaciones saltarinas, y la inteligencia suficiente para dar a la circunstancia su mayor valor por encima de la pompa