Gran trabajo de Slobodeniouk y de toda la orquesta dando cuerpo y densidad a la interpretación, entre quienes me gustaría destacar a las trompas (en solista y en escuadrón), y a Irene Rodríguez, la percusionista encargada de los platillos.
La ironía en este caso, sin el menor atisbo de amargura o ira, proviene de que la música que escuchamos es una suerte de homenaje a la que se hacía en unos años en los cuales la fe en el pacto ciencia/sociedad se tambaleaba, al igual que le sucedía a las 'vanguardias musicales', otro espejismo político y cultural como el mencionado ciencia/sociedad.
Cabe suponer que el Preludio de la Bachiana Brasileira nº 4 debería ejercer de introducción al concierto a semejanza de una obertura operística.Sin embargo la radical abstracción de este Preludio, una espléndida parodia de las zarabandas bachianas, poco o nada tiene que ver con el resto del programa, y la ejecución plana, fría y aburrida de Menezes sólo empeoró el problema.
Finlandia para Sibelius y Australia para Sculthorpe fueron su territorio físico y paisajístico, pero también su territorio espiritual, cultural, antropológico, social y muchas cosas más.Ambos alcanzaron a expresarlo tambien musicalmente con tal excelencia que obtuvieron el aprecio y el respeto de sus conciudadanos, posición desde la cual desarrollaron una brillante carrera internacional.
La naturaleza del teatro musical, al igual que la del cine, es autorreferencial.La versión de Lab.51 es una nueva referencia en la magnífica tradición interpretativa de Mysteries of the Macabre.No se me ocurre mayor elogio.
Perianes sí sacó de la orquesta todo el músculo beethoveniano (qué buenas las retenciones de tiempo antes de las cadencias, y qué atinado el protagonismo del timbal en esos episodios), y la Real Filharmonía respondió con tanto empaste como brillantez.
La «Suite Lírica» de Alban Berg es la "joya de la corona" del repertorio cuartetístico de los neoclasicismos de entreguerras, por su asombrosa perfección estructural y su no menos asombrosa riqueza de ideas, superadas en mayor grado por su refinada belleza, su sensibilidad y su potencia emocional.
Nadia Boulanger supo reconocer en Copland y Glass un talento tan obvio como rebelde, al igual que su ilimitada capacidad para concebir propuestas extravagantes dirigidas a emocionar a unos intérpretes y a un público nuevos, para los cuales la alta y la baja cultura son solo etiquetas políticas sin el menor sentido estético.
Martin Grubinger celebró su ritual y obtuvo la conversión a su causa de todo el público asistente.Grubinger cuida su propia posición, con los pies firmemente asentados para conseguir el mayor equilibrio entre rendimiento y esfuerzo.
A la treintañera alemana Corinna Niemeyer le falta un hervor expresivo en el gesto, muy sencillo aunque enérgico.Pero no le falta nada más: esta noche demostró que tiene ideas claras, que sabe transmitirlas, y que esas ideas son buenas.