Roma ha sido un teatro que históricamente ha apostado por 'Ernani' y tenemos la prueba en esta producción de Hugo de Ana.Un espectáculo que deja satisfechos a muchos y descontentos a algunos, con razones de ambas partes.
No le bastó a Verdi (y otros) con sufrir en vida censura en sus libretos y tener que tragar.Después tuvimos la plaga de los directores de escena que modifican las palabras para que sus originalidades no resulten tan burdas.
Abbado dirigió bien e hizo relucir a la orquesta, que está en un buen momento después de Gatti y a la espera de Mariotti, pero lo hizo muy fuerte en detrimento de las voces que no son, ni tienen por qué en esta ópera, cañones.
Pappano tuvo el gesto, en el que creo que era su último concierto como director musical de la institución, de programar tres autores italianos.Uno de los tres días en que se repitió el concierto hubo también otro gesto, esta vez improvisado, del maestro ante la escasez de público en la sala: "Los aplausos para vosotros, que habéis venido.
Llama la atención en 'I Lombardi' una rareza dramatúrgica: la aparición post mortem de Oronte, lo que es curioso porque la tradición italiana del teatro es realista, no ama lo ultraterreno y cuando en la ópera italiana aparecen los fantasmas estos son traídos de la mano de la gente del norte, Shakespeare, Walter Scott …
Acudir a la producción de "Anna Bolena" que para Parma había ideado el otras veces excelente Antoniozzi no fue buena idea.Todos los cortesanos parecen dipsómanos y Seymour la primera.El vestuario es de una incoherencia total.
Lo mejor de todo fue la maravillosa dirección de Viotti que, con la complicidad de la orquesta del Teatro, dio la mejor versión que jamás he escuchado en vivo, refinada, moderna, sensual pero pocas veces enfermiza, que no debería confundirse con decadente.
Realmente lamentaré no volver a ver a Gergiev, pero creo que estas terribles decisiones alguna explicación o justificación tienen.Al menos él ha sido digno y coherente y no ha abierto la boca.También ha sido el más perjudicado.
La obra fue terminada por el autor en 1922 aunque diversas trabas de orden administrativo eclesial demoraron su estreno hasta el 15 de febrero de 1934 en la Ópera de Roma.Antes del fallecimiento de Licinio Refice -en medio de los ensayos de una puesta precisamente de Cecilia con Renata Tebaldi en Río de Janeiro- la obra alcanzó las 100 representaciones para, luego, desaparecer del repertorio.
Montfort es un padre amoroso y un tirano-asesino al mismo tiempo, pero ni con los trajes (bastante feos todos por cierto) ni con la actuación se ve a un 'capo' de la mafia.Y Procida no es el héroe entusiasta que lucha por una causa justa de las primeras óperas de Verdi: mira ya a Amonasro, y el amor de la patria no basta a justificarlo todo