‘Lo que me importa es volver a ver a la dama blanca’.Esto dice el protagonista, Georges Brown, en el tercer y último acto de la obra más famosa de Boieldieu, el compositor que da nombre a la plaza en la cual se eleva hoy el maravilloso edificio de la Opéra Comique.
Que en esta 'Die Frau ohne Schatten' el mejor de una serie de notables fuera el Barak de Volle no fue una sorpresa, porque el cantante en estos últimos años se ha convertido en un referente para varios papeles de su cuerda en alemán y domina el rol además de darle un sesgo claramente simpático y empático.
Es difícil decidir cuál de las versiones aventaja a la otra: ambas tienen valores excepcionales que apreciar: más refinada y de lenguaje cortesano la francesa, y más pasional la italiana.Por otro lado los elencos convocados para ambas presentaciones fueron de verdaderas estrellas internacionales y es prácticamente imposible sopesar cuál de los dos elencos aventajó al otro en su totalidad aunque en cada caso individual pueda haber algún rol mejor interpretado en la versión de 2017 en francés -por caso el Rodrigue de Ludovic Tézier- y en otros mayor relevancia en éste elenco de 2019 en italiano -probablemente el Filippo de René Pape.
La ilusión escénica se asoció tan estrechamente con la fantástica decoración de la sala que por primera vez comprendí como la fantasía teatral y el ceremonial de corte podían fusionarse en un todo donde canto y ballet son una ficción compartida con una audiencia similarmente teatral en su modo de vida.
Esta vez la versión musical fue mucho más pareja, pero me aburrí un tanto.Creo que la causa estuvo en la presentación escénica, tan aplaudida por el público, con una coreografía reiterativa y totalmente basada en el atletismo y movimientos en general violentos, y una puesta que alternaba un espacio abstracto y en general sumido en una oscuridad sólo ocasionalmente atravesada por momentos -no muy largos- de colores vivos con guiños a la actualidad
El punto de partida de The sleeping thousand es una huelga de hambre que llevan a cabo mil detenidos palestinos y que tiene al gobierno contra las cuerdas: no puede matarlos, ni puede alimentarlos, ni dejarlos morir, de manera que decide dormirlos, anestesiarlos para que no estén ni vivos ni muertos.
En escena está únicamente la mujer, la maravillosa Miah Persson, que canta en directo y actúa sobre esa pequeña maqueta que va construyendo.Todo lo demás aparece proyectado en una pantalla, filmado en 3D (el público debe utilizar unas gafas especiales), y de hecho, toda la intervención del barítono que encarna al hijo, Roderick Williams, es grabada, así como la del Nederlands Kamerkoor, al que nunca llegamos a ver.
Una Tosca correcta en lo musical, lastrada por una puesta en escena excesiva, que pese a partir de un punto de vista interesante, a priori, acabó perdiéndose en los meandros de una realización demasiado barroca.
El contrapunto de Weill sonó exacto, serio, con una rotundidad melódica y rítmica que desmentía cualquier recuerdo de orquestina desafinada que a veces se tiende a asociar con su obra.Música con mayúsculas, con sus momentos más estruendosos dado el carácter de la historia, pero con otros en los que era imposible no pensar en corales bachianos o en auténticas arias operísticas de un extremado lirismo.
El sonido que consigue el Ensemble Pygmalion es de una belleza y una carnalidad absoluta.Pichon dirige con una precisión y meticulosidad que hacen que Mozart suene a nuevo en cada nota y al mismo tiempo cada nota sea como volver a casa.