Si existe algo así como la voz o el canto verdiano, su más alto representante fue Tézier, cosa que no sorprende habiéndole visto ya el papel en otras ocasiones.Pero esta vez fue la mejor de todas y su gran recitativo, aria y cabaletta del tercer acto casi interrumpe la función
La presencia del director Riccardo Chailly, al frente de la Orquesta de la Scala de Milán, marca el ciclo del Auditorio Kursaal, por el que pasarán músicos de gran calado que abordarán obras del gran repertorio.
Ramfis es pintado con brocha gruesa porque es el gran sacerdote y ya sabemos que a Verdi estos ‘ministros de muerte’ no le caían bien en ninguna religión.El faraón (llamado genérica -y algo despectivamente- ‘Rey’ a secas) es una copia anónima.
Carsen no ahorra ninguna españolada o lugar común, sino que los incluye a todos en una síntesis magistral de cabaret y drama verista.Y en ningún momento los números musicales empalidecen la intensidad de los diálogos hablados, aquí prácticamente completos e indispensables para el progreso dramático
La mejor entre los cantantes fue Pirozzi, una Abigaille de lujo, impertérrita en los agudos, con graves buenos y excelente centro, capaz de realizar las notas filadas que la partitura -tremenda- le pide ya desde su entrada hasta la escena de su muerte.
Los dramas del Holocausto, tan crudamente documentados en películas que todos hemos visto, no son teatralizables en un escenario de ópera, simplemente porque cualquier teatralización termina reduciendo a una especie de parodia el mensaje político que se quiere pasar al público
Osborn se lució como actor y cantante de modo notable volviendo a su nivel en Cellini y haciendo olvidar su pequeño traspié en "Pescadores de perlas".Dominó la partitura de arriba abajo como si de un juego se tratara y superó su imponente prestación de la salle Pleyel de París con Minkowski.
Fue una nueva puesta en escena muy tecnológica ella, con mucha proyección, luz, espadas láser tipo 'Guerra de las Galaxias' vinieran o no a cuento, trajes de robot y robots, una grúa que maniobraba para abrir y cerrar partes del escenario con el coro en general con muy poco movimiento, un mandarín vestido en el peor estilo revisteril, una Liù que parecía salir de una película de 1940 de Cecil B.
La parte visual pese a lo acertado de su dosificación lumínica, lo preciso de su rico vestuario, lo ajustado del recurso videocreativo o el realismo de su escenografía, no dejaba de evidenciar el engaño, es decir, el cartón piedra, constatación que también se apoderaba de la dirección escénica.
Camarena nunca se conformó con exhibir su valiosa materia prima, Deo gratias, sino que lleva años presentándose como un orfebre en un mundo en el que cada vez más nos topamos con bisutería.De todos los tenores que han pasado en esta temporada, hijos predilectos incluidos, ha sido sin duda hasta la fecha el más ovacionado.