Una producción en la que no hay disonancias entre libreto y partitura de un lado y escenificación del otro, resulta mucho más apropiada para iniciar a la ópera a un público bisoño que “actualizaciones” cuya incongruencia se convierte en un obstáculo insalvable
El motivo del sonambulismo tiene un poder utópico aquí, entre las más bellas coloraturas y melodías cadenciosas.El foco no está en lo resbaladizo de una sociedad que eleva su moral sexual, sino en un escapismo que deja dolorosamente claro el anhelo de libertad y partida.
Oropesa es una de las cada vez más raras representantes de una tradición que está siendo peligrosamente abandonada.Al oírla se tiene la impresión de estar frente a una de las grandes sopranos líricas italianas del siglo pasado.
Como siempre con Loy, por una idea buena hay una serie de tonterías, repeticiones, o simplemente la nada, y entonces nos conformamos con una obra atemporal y moderna pese al texto
Cuando Adriana declama, la cantante entra en el melodrama del habla-conocimiento, un medio de demostrar emoción o desenfado, que aquí consigue un efecto especial por su duración y originalidad (el canto se convierte en un medio normal de comunicación, el habla sirve a la expresión artística).
Homoki logra aquí una puesta maravillosamente minimalista de La Traviata y sin embargo tan emotiva que no deja nada que desear.Esto no solo se debe a la dirección y a la ingeniosa escenografía, una superficie oblicua a modo de espejo en la que se juega todo el destino de una mujer destruida por la sociedad.
Triunfó Marina Rebeka en el complicadísimo papel protagonista.Sigue siendo una voz con entidad, caudal y rigor, pero más detallista y rica en la expresión.Claro que para la matrícula de honor, los graves, que estaban, los habríamos deseado con un pizca más de cuerpo.
La producción, ambientada de forma atemporal en cualquier lugar del mundo y en ninguno en particular, fue comprimida en una hora con respecto a su duración habitual de dos horas y media