Cuando hay teatro y música bien avenidos, todo el mundo sale ganando.Tanto los intérpretes como el propio público e incluso los mismísimos Congreve y Haendel.
Este es uno de los mejores trabajos de Py: la acción se sigue sin problemas, cada uno de los personajes queda perfectamente encarnado, las situaciones tienen coherencia, y encontramos tanto el sentido del humor como el sentido trágico, ambos presentes en la obra de Stravinsky/Auden
Cualquier manifestación de arte que se busque cancelar en tiempos de guerra, resurge con mayor fuerza cuando más se busca suprimirla.Porque es en medio de este tipo de circunstancias adversas extremas que el arte sobrevive con respuestas proféticas, liberadoras, idealistas, esperanzadas y optimistas.
La puesta de Alfredo Arias se desarrolló en un único marco escénico que evoca los ‘teatros o anfiteatros anatómicos’ de las facultades de medicina de hace unos siglos.Aquí Tom Rakewell es el objeto de estudio.
Stravinski creía en la encarnación del diablo, en el infierno (en el sentido literal y dantesco), en el purgatorio y en el paraíso;se persignaba incesantemente y santiguaba a los que le rodeaban.
La vinculación entre texto y música nos pone sobre la pista de uno de los temas que más interesan a Stephan Winkler: la prosodia como alfaguara musical;de ahí, que los patrones fonéticos de la novela se conviertan en los pulsos rítmicos que van espoleando la partitura de Winkler.
“Tiene razón Jochen, la denominación correcta es 'alto masculino' no 'contratenor'” me confirma Michael Chance (1955) cuando le cito lo que me dijo una vez Jochen Kowalski.Y sigue: “la terminología de contratenor salió a la moda después de que Michael Tippet descubriera a Alfred Deller, elogiara su maravillosa voz y dijera que podía llamarse contratenor, como reverso de oposición al cantus firmus tenoril.
Estas “aventuras”, estos nuevos proyectos, no son solo exclusivos de los intérpretes, sino de sus “copartícipes”: ¿qué sería de la excelencia de un cantante, de un pianista, si nadie los viera ni los escuchara?
Approaches to tragedy have varied considerably in the time since Euripides, but the fundamental goal has remained largely consistent: one emerged from 'The Bassarids' slightly dazed, dismayed perhaps by the immutability of fate, but strangely elated from the experience of having watched it unfold.