El toque de Rachlin fue técnicamente impecable, pero fue su originalidad musical lo que hizo que este concierto en una de las salas de mejor acústica de Alemania, fuera tan especial.El reto dotó a la interpretación de una tensión adicional.
La Sinfonía de cuerda de Auerbach dio en el clavo: una obra sustancial, vital, intrigante, dramática, que causa una gran impresión a la primera escucha, y que exige ser escuchada de nuevo.
Esta primera edición del festival 'Primavera da Vienna' coincide con el 125 aniversario de la Sinfónica de Viena que interpretará a lo largo de esta temporada muchas de las grandes obras del repertorio vienés que ella misma estrenó en su día.
Freitas Branco se revela como un absoluto maestro a la hora de conseguir que no haya un solo tiempo muerto o aburrido: las tensiones son continuas y todos los elementos tienen una lógica constructiva a la que es difícil encontrar errores.
Rara vez una interpretación de la Cuarta Sinfonía de Brahms llega a la platea de forma tan violenta como la maravillosa experiencia que se ha vivido aquí.
La isla de los muertos es una obra maestra impresionista de clase propia que libera a Rachmaninov de la acusación general de hiperromanticismo sentimental a la manera de la desgarradora maquinaria sonora de Hollywood.
A veces el espectador tenía la sensación de que los 24 fotogramas por segundo de una cámara de televisión (el concierto está disponible en streaming hasta el 15 de abril) no alcanzarían para captar la impresionante digitación de Kantorow y que el artefacto capitularía, produciendo solo imágenes borrosas cuando sus dedos martillearan el teclado en el Allegro agitato assai.
La batuta de Gimeno hizo volar los grandes arcos melódicos de Chaikovski, que se basan en muchos casos en unos sencillos recursos que le dan mucho juego
Con precisión, ofensiva incansable, concentración y maestría, Orozco-Estrada cinceló la convincente música de Beethoven en el amplio auditorio de la Filarmónica de Colonia como una confesión atemporal.
Vadim Gluzman posee una calidad técnica que permitió disfrutar del Concierto n.º 2 de Shostakóvich, sin el menor sobresalto y maravillarse con ese sonido pleno, transparente, solidísimo del israelí, alcanzado sobre todo hacia la mitad del primer movimiento y exhibido ya hasta el final de su intervención, incluida una propina donde demostró que la perfección existe.