'Coppelia x Machina' pone el dedo en la llaga en controvertidas cuestiones de suma actualidad: ¿Qué puede ocurrir cuando desaparezcan las fronteras entre el ser humano, la marioneta y la máquina?
La cuerda, como siempre en Fischer, se erigió en el aspecto más expresivo desde su múltiple presencia y sólido armazón;por supuesto, dentro de un estilo moderno: es cálida sin llegar al sentimentalismo empalagoso.
Hubo más música que de costumbre en esta versión de 'Lakmé' y sin embargo nadie se aburrió.A ver si va a ser que cada vez que cortan una obra por miedo a aburrir al público el problema no es de la obra sino de los intérpretes, que no saben darnos su visión de conjunto
Josep Pons y Patricia Petibon han colaborado estrechamente en ocasiones anteriores, y solo así se entiende la presencia en el escenario de la sala sinfónica de la soprano francesa, dado su calamitoso estado vocal.
Antoine Tamestit regaló unas intervenciones simplemente impecables, y además ejerció de “personaje”, tocando desde distintas posiciones de la caja escénica y reaccionando a veces de forma graciosa ante ciertos pasajes.
Los criterios historicistas, o personales, que tienen que ver con asuntos de espacio escénico y que empeoran la capacidad de percepción del público son siempre un error desde el momento en que la sala es algo que no se modifica.
En el 'Concierto para violín' de Ferruccio Busoni predominó el orden, y la labor de la solista, Francesca Dego, llegó diáfana.La discutible labor de Nil Venditti en el 'Concierto para orquesta' de Alfredo Casella no consiguió opacar del todo lo divertida que puede llegar a ser esta obra, sobre todo ese brutal scherzo mahleriano que es el último movimiento.
Thierry Fischer se estrenaba como director titular y el tremendo concierto para violonchelo de Fazil Say, 'Never give up', no desentonó entre dos obras de puro repertorio.Fue, lo más impresionante de la noche, porque el pianista y compositor turco logra con esta obra llegar al corazón del público desde recursos que están dispuestos con inteligencia
Midori, lejos de una interpretación perfecta (ataques dubitativos, algunos problemas de afinación en dobles cuerdas, sonido pequeño), dejó algunos momentos maravillosamente perfectos en las partes líricas (que son mayoría) del Concierto para violín de Korngold.
Garattini Raimondi inserta a Mahatma Gandhi (Rudy Goddin) como un observador silencioso que, en cierto modo, extrae de la historia la motivación para sus posteriores enseñanzas.En el proceso, su papel se duplica.