Cualquier manifestación de arte que se busque cancelar en tiempos de guerra, resurge con mayor fuerza cuando más se busca suprimirla.Porque es en medio de este tipo de circunstancias adversas extremas que el arte sobrevive con respuestas proféticas, liberadoras, idealistas, esperanzadas y optimistas.
'Simon Boccanegra' es endiabladamente difícil.Y es extraña: además del conflicto público-privado hay ‘sólo’ tres grandes arias, dos ‘relatos’ o monólogos breves para la copia en negativo del protagonista, también barítono (claro embrión del futuro Jago), y una dificultad constante en la partitura por los cambios de ritmo y dinámica que presenta.
Los grandes nombres de la dirección, la escenografía, el canto y el baile conforman un panorama en el que se combina la tradición con las nuevas propuestas.
Uno de los nombres señeros del teatro europeo de las últimas décadas, le gustaban las escenografías espectaculares, pero algunos de sus mejores trabajos han sido para pequeños textos de Goldoni.
Secreto importante detrás de la admirable unidad de esta versión es el hecho que Pappano añadió un exquisito y sensible acompañamiento de fortepiano, nunca exhibicionista, pero siempre lo suficientemente imaginativo para concatenar recitativos y números cantados en aras de una narrativa sin fisuras.
Esta era una ‘reposición’ no anunciada, seguramente debida a la situación creada por el virus y a la necesidad de hacer un homenaje a Strehler con una de sus producciones más celebradas.Es la tercera vez, en unos treinta años, que Keenlyside encarna en La Scala al Conde.
Turiddu pide un último beso a su Mamma Lucia: “Un bacio!” Y Riccardo Muti agrega enseguida con suave y malicioso sarcasmo: “que no se puede dar porque está el virus…” Decididamente, no hay virus que valga contra el humor y la vitalidad de este director de orquesta durante este taller operístico sobre 'Cavalleria Rusticana' e 'I Pagliacci'.
De la regie de Christof Loy merecen destacarse un movimiento de personas en los cuales las miradas, ya sea cómplices o temerosas, de los diferentes personajes acompañaron un movimiento escénico que transformó en secundarios los disfraces de Ferrando y Guglielmo, porque su colorido vestuario, contrastante con el riguroso negro de los demás, nunca podían hacerlos irreconocibles.
Como el gran Bacquier, tan grande en su Sancho, o más, que su señor Don Quijote, decía en una entrevista cuando era profesor en el Conservatorio de París y otros sitios: “en prenant de l’âge, on devient sage”