Verdi cuenta en Nabucco una historia que habla de esperanza, cohesión y humanidad, a pesar de toda la estridente dramaturgia de contrastes.Y la obra lo demuestra una vez más: las contradicciones son grandes, pero hay que soportarlas, hablar de ellas, eliminar los tabúes.
La locura de la heroína es la vía que la lleva a un estado de consciencia a la vez patológico y sublime, trágicamente místico.Ignorar este aspecto metafísico del aria de locura, el principal, y reducirla a un discurso piscológico-feminista lleva inevitablemente a no dar en la diana
Quizá se le puede pedir a Beczala un poco más de variedad expresiva en el fraseo, pero su canto legato, su squillo y su brillantez en la zona superior bastan por sí solas para arrebatar al público.
Juan Jesús Rodríguez exhibió un gran conocimiento del estilo, un uso intachable del canto ligado —espectaculares arcos de fiato— y una generosa proyección, se convirtió indiscutiblemente en el triunfador de la noche del estreno.
Nunca es Muti más italiano y más 'maestro' que en Rávena, y con su orquesta, la por él creada Orquesta Juvenil Luigi Cherubini, que en el 2024 celebrará sus veinte años de vida
Que la Orquesta y Coro de la Scala de Milán ofrezcan un programa dedicado a Verdi no parece el colmo de la originalidad.Pero el público que llenaba el noventa por cien de la sala venía a eso: los grandes éxitos corales de Verdi interpretados por los cuerpos que con más prestigio representan la 'italianità' en todo el mundo
La concepción escénica fue acertadísima.Lejos de connotar con improbables pretextos cuanto propone el cardenal Pamphili, Saburo Teshigawara consideró con extrema inteligencia que lo que el libreto proponía no era un relato sino poesía, una poesía cargada de simbolismo.
Lamentablemente la régie está despiadadamente exenta de toda ironía.No aprovecha el humor negro que prodigara el propio Giuseppe Verdi, verbigracia cuando Sparafucile insiste en la respetabilidad de su profesión de asesino a sueldo.
Amina, en vestido blanco distintivo de su pureza de novia, es asediada desde el comienzo de la representación por una legión de jóvenes bailarines con vestiduras oscuras que giran alrededor de ella, acosándola y dirigiendo sus movimientos por el escenario, cual alma exangüe.