España - Canarias
Una niña que duerme, un amor por despertar
Nuria Delgada

Cuando vas a escuchar un concierto del órgano del Auditorio de Tenerife se te pasan por la cabeza infinidad de ideas tan estrafalarias como brillantes. Esa misma mañana me escribió un amigo artista que había visto las fotos que publiqué en Instagram la noche anterior al concierto preguntándome si cedían el órgano para una de sus exaltadas obras. Me reí con tanta intensidad que le debo a este amigo, como mínimo, una caña.
El auditorio de Tenerife es un hermoso lugar con unas vistas extraordinarias al mar. Un manjar del Atlántico, una perla (como lo llamaron sus arquitectos), pese a las críticas vertidas a lo largo de los años sobre irregularidades en la construcción de un edificio tan emblemático.
Esperando los primeros acordes del gran órgano del Atlántico observo sus tubos en los laterales de la sala. Expertos que participaron en la construcción de este instrumento, como Juan de la Rubia, organista de la Basílica de la Sagrada Familia de Barcelona, cuentan que “por ser un instrumento del siglo XXI tiene muchos accesorios contemporáneos que permiten una interpretación desde el repertorio más antiguo hasta el más contemporáneo y experimental”. “La sonoridad de este órgano tiene presencia en sí misma”, comentó Jean Guillou (1930-2019). El genial organista francés que ejecutó el último concierto en este órgano en 2015, aseguró que la Sala Sinfónica de Tenerife era “la más bella sala de conciertos que ha visto en el mundo". Rosario Álvarez (musicóloga y asesora en el proceso de construcción del gran órgano), explica que el órgano del Auditorio “es único en el mundo por sus registros y medios técnicos”. Es realmente grandioso, no puedo imaginarme tanta belleza en el primer concierto que asisto después del confinamiento.
El concierto empieza con una de las obras estándar del repertorio para este instrumento, la Toccata Bux WV 156, de Dietrich Buxtehude. Bellos paisajes surgen en derredor de la sala impregnándola de hermosos registros agudos que se entremezclan con un pedal en tónica y dominante que suena al otro lado de la sala. El ambiente es perfecto, como si en la sala estuvieran sucediendo varias cosas. Debe de ser el espectro sinfónico que contienen los órganos de esta envergadura, una sonoridad heterogénea que muestra distintas estancias sonoras en el espacio, dando pie a una serie de paisajes imaginarios, alamedas, torres, jardines, amores, dolor, y gloria. La ejecución de Loreto Aramendi es limpia, clara, y concisa. Madurez en los pasajes musicales, gran riqueza en los matices, y un despliegue de talento quedan claros con los primeros acordes de la primera pieza de un gran concierto dedicado en buena parte a las transcripciones organísticas de populares composiciones pianísticas y orquestales.
El Preludio en do sostenido menor -publicada como nº 2 del álbum Morceaux de Fantaisie op 3- de Serguei Rachmaninov, estrenada en la Exposición Eléctrica de Moscú (1892), protagonizó el debut público de Rachmaninov como compositor y desde su publicación en 1893 se ha mantenido como una de sus obras más populares. En la espléndida transcripción de Louis Vierne (1870-1937) el Preludio adopta una naturaleza organística desde su inicio con unos acordes tenebrosos que asientan la tonalidad en Do sostenido menor. Un pianisimo donde asoma el tema principal, es decir, el amor, y un agitatto formado por tresillos que se desprenden en cromatismos descendentes de manera precipitada. La destreza de Loreto Aramendi consigue invisibilizar la gran dificultad de la transcripción de Vierne, se me hace imposible describir la majestuosidad que se aprecia en el talento de la intérprete, la energía que desprende intimida la sala hasta el final del concierto.
La transcripción de Louis Robilliard de Funerailles, de las Harmonies poétiques et religieuses de Liszt, nos recupera de la zozobra y nos introduce en el ambiente, ese espectro poético tan característico de Liszt sin abandonar el carácter tenebroso del concierto.
La Danse macabre, op 40 de Saint-Saëns-Robilliard comienza con unos acordes picarescos. Sueltos, volátiles, haciendo burla a la muerte, porque la muerte para un artista es eso, un viaje con gracia hacia el mismo infierno. La interpretación cargada de una musicalidad extraordinaria irrumpe en la sala en forma de allegro gracioso. Parece que la muerte se quiere reír de todxs. Tiene un aire esta pieza muy popular que se complica oscureciendo el paisaje. La risa cada vez se torna más oscura y tenebrosa. La complejidad de la obra comienza a desarrollar terrenos movedizos cargados de inocencia y generando ilusión. Lo peculiar de esta pieza son los sonidos, un despliegue de sonidos caracterizados causando todo tipo de mágicos e ilusorios espectros imaginarios. Una buena pieza para saludar al diablo un domingo por la mañana.
La morbosidad romántica de Pelléas et Melisande representa una especie de paréntesis en este programa perfectamente diseñado, en el que esta pieza arroja serenidad y sosiego. La transcripción de Robilliard cede el protagonismo a los pedales -hay fragmentos donde sólo se hace uso de ellos- y Aramendi logra dar la impresión de estar tejiendo música.
'Coulée', Etüde für Orgel de Gyorgy Ligeti fue la pieza que más me gustó del concierto. A estas alturas el repertorio tradicional de órgano quedaba completamente atrás, abriéndose a un mundo completamente nuevo donde un instrumento de estas características tiene un mundo que ofrecer al repertorio contemporáneo.
La pieza de Charles Tournemire 'Victimae Paschali' Choral Improvisation, fue la obra más brillante del concierto en cuanto a sonoridad. Una buena pieza para el final del programa, que no del recital. El final del concierto fue una obra que no estaba en el programa y que Loreto Aramendi tocó sin partitura. Un hermoso regalo. Una obra maravillosa y jovial que parece emanar de ella misma ofreciendo un lenguaje particular al programa, ojalá la haya compuesto ella. Para nosotrxs, para ella misma. Una niña que duerme, un amor por despertar.
Respecto a las medidas de seguridad del Auditorio he de reconocer que me sentí muy segura y pude disfrutar de lleno del concierto. Había una fila de butacas desocupada por una ocupada. El concierto transcurrió sin ningún tipo de incidentes. No me cabe duda de que el Auditorio de Tenerife se encontraba a la altura de lo que patrocinaban ("Cultura segura") en un afán de hacer entender a la sociedad que la cultura era una apuesta segura para la recuperación global. Con un aforo de 1500 butacas en la sala sinfónica, sólo podían entrar 400 personas.
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