España - Valencia

Midori en el tablao

Rafael Díaz Gómez
miércoles, 24 de noviembre de 2021
Midori y Nodoka Okisawa © 2021 by Live Music Valencia Midori y Nodoka Okisawa © 2021 by Live Music Valencia
Valencia, miércoles, 10 de noviembre de 2021. Teatro Principal. Midori, violín. Orquesta de Valencia. Nodoka Okisawa, directora. Amparo Edo Biol: Monologue overture for orchestra. Johannes Brahms: Concierto para violín y orquesta en re mayor, op 77. Robert Schumann: Sinfonía n.º 3 en mi bemol mayor, op 97, Renana. Segundo concierto de abono de la temporada 2021/22 del Palau de la Música de Valencia.
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Me dicen personas en las que confío que la acústica del Teatro Principal ha mejorado respecto a la temporada pasada. Me aseguran que algunas de las modificaciones introducidas en el escenario por el Palau de la Música han merecido la pena. Y yo, que es la primera ocasión en la que escucho una orquesta sobre esas tablas, pienso, ¡pues menos mal! 

Porque el batiburrillo acústico, pesado como un cortinaje grueso y polvoriento, pero a la vez con la fragilidad de un barniz desgastado, me alejó de las obras interpretadas. Si hay árboles que a uno no le dejan ver el bosque, yo me enfrenté a sonidos que apenas me dejaron escuchar la música. Me comentan que aún falta por colocar una concha acústica de la que se obtendrá mejor provecho. 

Todo esfuerzo será agradecido. Y necesario. Pero lo fundamental es volver cuanto antes al Palau. Se entienden los plazos, las cuestiones legales y procedimentales para llevar a cabo la reforma. No obstante, o se espabila o, en esas condiciones, el descrédito para intérpretes y obras y el perjuicio para el público está servido.

La sensación física de vivir en una época pasada (como si no tuviera uno bastante con lo que social y políticamente le envuelve) fue del todo remachada por la primera obra del programa. Amparo Edo Biol (1988), valenciana de carrera internacional, sobre todo estadounidense, que toca varios palos, aunque al parecer con una dedicación especial al mundo de la música cinematográfica y de la orquestación, nos trasladó con su Monologue overture for orchestra a una especie de banda sonora de los años 50. 

Faltó el NO-DO (si bien es verdad que ahora de eso hay de sobra y más a mano que nunca) y la silueta de Hitchcock recortándose en un palco. Por lo demás, se trata de una pieza breve que probablemente revele un dominio tímbrico tan sólido como poco sustancioso. No me atrevo a juzgarla más por esas condiciones acústicas tan desconcertantes, y en especial, para mí, en el comienzo de la velada.

Lo que no se puede saber es lo que opinarían Schumann o Brahms de esa calidad acústica. En mi infinito desconocimiento, me pregunto, ¿concibieron sus obras para espacios sonoros similares a los del Principal? Y si es así, lo que nosotros escuchamos en una sala moderna y supuestamente bien construida, ¿tiene algo que ver con lo que escucharon ellos? O, ¿habrían compuesto igual de haber contado con salas como las que ahora consideramos adecuadas? En fin, y todo esto dejando la cuestión fonográfica al margen.

¿Y por qué me hago estas preguntas tan elementales? Pues porque me cuesta concebir que Brahms o Schumann se reconocieran a sí mismos (a su música me refiero) en similares circunstancias. Me pareció que de algún modo Nodoka Okisawa se dio cuenta y, profesional, eso sí, hizo lo que pudo para que aquello no se desmadrara demasiado. Con una técnica muy ortodoxa y clara, marcó y reguló lo que pudo, y quizás maldijo cortésmente en japonés para su interior la noche patinadora de los metales. No estaba la cosa para finuras ni para gustarse. Labor de aliño y a esperar mejores situaciones. El público tampoco se mostró lo que se dice cálido. Cada uno sabrá por qué.

Así que el fuego lo tuvo que poner Midori. Su ímpetu, minucioso, determinante y preciso. Su cantabilidad, bien alentada, sensible. Rico su colorido. Limpia su digitación. Su cuerpo, con frecuencia picassianamente arqueado, en una tensión, lejos de rígida, maleable, dulce. Le dejaba hacer a Okisawa, pero ella mandaba. Y sus pies zapateaban. ¡Flamenca! Después, sola, la propina. Bach. Preludio de la Partita nº 3. Y entonces, pese a todo, mereció la pena estar ahí. No sé en qué época. Pero ahí. En el tablao.

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