España - Galicia
Los imprescindibles: Bach, Beethoven y Brahms
Alfredo López-Vivié Palencia
Los programadores de esta temporada de transición de la Orquesta Sinfónica de Galicia la titularon Los imprescindibles. Con ello querían subrayar que las obras en cartel son aquéllas que se consideran obligadas en la construcción del repertorio orquestal más o menos canónico.
Fue una decisión sensata, habida cuenta de que la orquesta comenzó el curso sin director titular, y que Roberto González Monjas sólo podrá participar en estas cuestiones artísticas a partir de septiembre. La pregunta es, por tanto: ¿son imprescindibles las tres composiciones del programa de esta noche? La respuesta no es tan evidente como parece.
Por de pronto, en la música –como en casi todo- además del qué, importa el cómo. Y quienes hoy tuvimos la suerte de asistir al concierto nos llevamos a casa tres buenas raciones del cómo –porque las tres piezas se interpretaron estupendamente bien-, y una sorpresiva ración del qué –porque no sé si la obra de Joey está destinada a convertirse en imprescindible, pero sí sé que constituye la demostración de que en la actualidad se pueden componer cosas tan rabiosamente modernas como profundamente conmovedoras-. Al fin y al cabo, eso es lo imprescindible en la música.
La obertura de Las avispas, en tanto que parte de la música incidental encargada para una representación de la comedia de Aristófanes, no tiene más trascendencia que la de comprobar qué bien escribía para orquesta Ralph Vaughan Que no es poco. La parte onomatopéyica se hace evidente enseguida, y el contexto cómico revela la continuidad de la tradición de Arthur Sullivan. Apenas diez minutos de entretenimiento, pero entretenimiento elegante y comedido, tal y como se encargaron de transmitir la Sinfónica de Galicia y su directora invitada de esta noche, la británica Catherine (Manchester, 1971).
In Unison es un concierto para dos pianos y orquesta escrito en 2017 por el compositor holandés Joey Roukens (Schiedam, 1982), estrenado el año siguiente por sus dedicatarios, Arthur y Lucas
. De Roukens no conocía ni el nombre, pero al leer en las notas del programa de mano queMi música está muy alejada de las tradiciones vanguardistas que han dominado durante mucho tiempo la música moderna
me predispuse a escuchar con cierta expectación (a quien sí conocía es a los hermanos Jussen, que siempre saben dar espectáculo). No sólo no salí defraudado, sino que durante la media hora que dura –que se me pasó en un suspiro- acumulé todas las sensaciones positivas que se pueden dar en un estreno hasta llegar a esa excitación que requiere un posterior apaciguamiento.
Roukens ha conseguido en In Unison hacer que una obra técnicamente dificilísima resulte de fácil comprensión para un público con el que desea comunicarse a toda costa. El primer movimiento, “Neon Toccata”, es de una trepidancia arrolladora: más que diálogo entre los solistas y la orquesta, hay una persecución entre ambos a velocidad endiablada (Roukens no es un compositor vago, y en cada compás se ve y se escucha un trabajo enorme, porque no sólo hay que escribir para los dos pianos, sino además para una orquesta muy nutrida y a tiempo frenético). El segundo tiempo, “What if”, va directamente al corazón del espectador, relatando la historia emocionante de una desilusión (al menos eso es lo que a mí me llegó). Y el finale, “Dark Ride”, vuelve a ser vertiginoso, con una cadencia para los dos pianos y el timbal (homenaje a Paul Jussen, padre de los pianistas y timbalero en la Orquesta Filarmónica de la Radio de Holanda; y homenaje también a Beethoven), que desemboca, tras un “crescendo” de la orquesta, en un fortísimo en la región más oscura de los pianos.
Lucas y Arthur Jussen siguen siendo veinteañeros, pero llevan ya muchos años dando conciertos, lo cual no hace sino incrementar el pasmo ante semejante capacidad de sincronización técnica y emocional (ni siquiera necesitan mirarse para compenetrarse). Y el trabajo de Larsen-Maguire y la Sinfónica de Galicia también fue de sobresaliente: la partitura de Roukens, verdadero encaje de bolillos en precisión rítmica y en color orquestal, exige que todo el mundo toque sin poder recostarse en el respaldo de sus sillas. Que se lo pregunten si no a la timbalera y a los percusionistas José , José y Alejandro : tres hurras para ellos.
La conclusión de la obra obliga al público a guardar silencio hasta que se desvanece por completo el último armónico de los pianos. Más de treinta eternos segundos antes de dar rienda suelta a la excitación y estallar en aplausos. A los hermanos Jussen también debo agradecerles el apaciguamiento requerido, que vino con la “Sonatina” de la Cantata BWV 106 de Bach, en el maravilloso arreglo para cuatro manos de György
: qué respeto por la forma, qué belleza sonora, y qué reconfortante carga espiritual.Todo el mundo conoce las Variaciones Enigma de Edward Elgar, aunque apenas se toquen fuera de Inglaterra. Allí les encanta debatir acerca de quiénes son los personajes ocultos tras cada una de ellas, pero sólo por la mera diversión de la adivinanza; porque, como bien decía el sapientísimo
(cuya grabación es la mejor que conozco), descubrir sus identidades haría que la obra perdiera su gracia. De manera que me pareció buena idea encargársela a Larsen-Maguire, quien las interpretó con contención y sobriedad, construyendo su espesura sonora desde dentro: se me antojaron excesivamente largas las pausas entre números, pero me gustó la seriedad en la introducción, la severidad en las variaciones rápidas (los trombones nunca sonaron agresivos), la elegancia por encima del arrebato en la célebre “Nimrod”, los pianísimos increíbles en la penúltima variación, y una conclusión rotunda pero no efectista. Pues claro que la sombra de Brahms es alargada.
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