Barrie Kosky identifica la fuerza del cronos y el eros que anima a «El caballero de la Rosa» con la «Metamorfosis» de Ovidio: el paso del tiempo no es sino una expresión de una transformación constante y radical.
Hoy por hoy nadie se atreve a formular un pronóstico más o menos seguro sobre cuándo podrán ser reabiertas las puertas de las salas de concierto y de los teatros en Alemania.Para los Filarmónicos de Berlín éste fue el cierre de un año de lo más desgarrador, desde el punto de vista de la actividad musical, por la pandemia.
La producción, ambientada de forma atemporal en cualquier lugar del mundo y en ninguno en particular, fue comprimida en una hora con respecto a su duración habitual de dos horas y media
Madame morirá sentada ante la mesa, tras la conmoción que le causara el caos provocado por la revuelta de sus criados.En fin, no se trata de un efecto demasiado contundente como para causar un gran impacto teatral, pero sí como para sonreír con el humor negro de la trágica situación.
Le jeune homme et la mort es el fruto de una colaboración única de Roland Petit para la coreografía, Jean Babilée para la danza y Jean Cocteau para el libreto.Ese encuentro cumbre de creadores singulares, la coreografía a medida de cada uno de los intérpretes y el uso revolucionario de la música consiguieron una obra muy particular, poderosa e innovadora.
Werner Ehrhardt, un verdadero experto en interpretaciones historicistas, consiguió brillantemente sacar la velada de este vergonzoso lodazal y tanto los cantantes como los músicos, con réplicas de instrumentos antiguos, alcanzaron con exquisitez grandes alturas expresivas.
¡Todos enmascarados!que toma el nombre de uno de los números de Una noche en Venecia, la única opereta de Johann Strauß estrenada fuera de Viena (el 3 de octubre de 1883 en el Neuen Friedrich-Wilhelmstädtischen Theater de Berlín), se pasea por el mundo de la lírica, desde Wolfgang Amadé Mozart, pasando por Gioachino Rossini, Jacques Offenbach y Richard Wagner, hasta llegar a compositores e intérpretes modernos como John Davenport, Eddie Cooley y Pete Seeger.
En circunstancias como la presente es sumamente agradable poder concurrir a un teatro y disfrutar a lo grande de inolvidables producciones musicales, prácticamente imposibles de poner en escena actualmente en toda su extensión y con todos sus requisitos.
El arte del desarrollo tan inherente a esta partitura, lo refina Oppitz de manera formidable, y la amplia libertad de elección de los tempi, que sigue siendo el privilegio de todo gran intérprete, va aquí más allá del antagonismo tempo-psicológico metronómico.
El Hombre tiene necesidad de la belleza, del amor y de la verdad.Por ello, educando su sensibilidad por la belleza, se desarrolla también su capacidad racional por la verdad, proporcionando una respuesta constructiva al relativismo y a la pobreza cultural que caracteriza nuestro tiempo.