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Adieu, adieu! il faut partir!
Jorge Binaghi
Es legítimo preguntarse, sin llegar a la crítica lapidaria de Berlioz que figura en el programa, si hacía falta una reposición de esta obra, simpática pero no la más importante ni interesante de su autor, del que faltan aún títulos por reponer o por tener una primera oportunidad (en absoluto o en mucho tiempo). Sobre todo cuando es la versión escénica de la última vez, aunque, lamentablemente, no estuvo en ella el gran motor de su creación, la inolvidable Natalie Dessay.
Se entiende que haya querido darse una oportunidad a otro gran tenor amado por el público de recrear uno de sus personajes fetiche. Y es cierto que Camarena salió con la frente bien alta (y un bis) del reto. Derrochando simpatía, naturalidad, calidad tímbrica, técnica impecable y sobre todo un estilo y línea de canto fascinantes logró estar a las alturas de sus grandes predecesores, Kraus y Flórez, siendo siempre él mismo. Es más, y pese a que el bis fue tras su primer aria, me pareció más brillante y completo en la segunda, que es menos espectacular, aunque el remate es tal vez más difícil, en la que demostró un dominio absoluto de la respiración, el legato y las medias voces. Me atrevería a decir que si no tuviera el do (uno o los nueve) o el re seguiría siendo un gran cantante, y si algún día deja de tenerlos –está en la condición de una garganta humana- también. Y seguramente podrá encontrar más personajes que el sencillo campesino metido a militar. El fue el centro de la representación, pero estuvo muy bien rodeado.
Puértolas es una excelente cantante y actriz, y si su prestación no llegó a los niveles de su Despina es porque se trata, precisamente, de una soubrette, y para las dos arias –por ejemplo- se necesita otro timbre. Realizó bien las agilidades y los agudos –un poco al límite y metálicos muchas veces- pero tuvo que buscar más de una vez notas centrales que opacaron el timbre y la dicción, que en cambio en los diálogos y en otros momentos de la tesitura era muy clara. De todos modos, un gran progreso respecto de la última protagonista aquí. Tal vez su actuación resultó demasiado caricaturesca, o quizá la marcaron así (en más de un momento se parecía más a la muñeca de Offenbach que a la cantinera donizettiana). Su mejor momento fue la escena de la lección del segundo acto, el trío siguiente y la ‘cabaletta’ (‘Salut à la France!’ –aunque los versos centrales costaron un poco- que por casualidad tuvieron una resonancia especial en estos días, esperemos que con justificación posterior).
Alberghini puede hacer bien este tipo de papeles y su Sulpice estuvo muy en carácter. Podlés tiene vis cómica e hizo una creación de su Marquesa, pero el tiempo pasa y lo que se pudo percibir de su estado vocal hace pensar en lo que ocurriría ahora con uno de los papeles que le han dado justa fama.
Los comprimarios estuvieron bien y fueron Carlos Daza (cabo), Isaac Galán (Hortensius) y Olivier Decriaud (Notario). Fue muy buena la actuación del coro y buena la de la orquesta bien llevada por Finzi (esperemos que su espectacular tropezón al saludar no resulte una metáfora).
En esta producción es frecuente, o acostumbrado, que una vieja gloria de la escena lírica o alguien muy conocido en el mundo teatral interpreten el papel hablado de Crakentorp. Es también una costumbre que sea una actuación desmesurada y no siempre de buen gusto aunque haga las delicias del público (en particular del tipo de dos señoras que tenía detrás y conversaron toda la función –pese a los reiterados pedidos de silencio de los que se escandalizaban o reían- para detenerse a hacer alguna foto o pequeño video en algunos momentos -¿no era que estaba prohibido?- y refocilarse con algún agudo o con la intervención de Fernández, en particular en alguna de sus morcillas menos adecuadas).
Por lo que hace a la producción en sí misma no encuentro motivo alguno para no repetir lo que dije alguna vez desde Londres o París: “ Nunca como esta vez los diálogos reescritos o agregados por Mélinand parecieron tan naturales y pertinentes ni mejoraron tanto el original. Nunca como hasta ahora Pelly (siempre algo pasado de rosca) dio tan en el clavo de mantener un espíritu cómico casi infantil, hoy un poco ñoño, demasiado ingenuo, quitándole lo ‘demasiado’, agregándole inteligencia y agudeza ….. No se privó de la crítica en la presentación de los invitados, ni de los efectos sorpresa (los soldados llegan con un tanque comandado por Tonio para rescatar a Marie de esa boda a lo Lucia, pero en broma, que está por contraer).”
Dicho todo esto, creo que ya hemos visto muchas Fille en el Liceu, haya o no haya tenores o sopranos a disposición, y que antes que volver a repetir esta producción o hacer otra que no creo pueda superarla, se recuerde la gran aria de la protagonista al final del primer acto: ‘Il faut partir’.
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