Discos
Rebelarse contra Europa, para alcanzar su perfección
Paco Yáñez
La ciudad rusa de Perm, emplazada a orillas del río Kama, en la vertiente occidental de los Urales y en la antesala, por tanto, de Siberia, es asociada, incluso por sus propios moradores, con la grisura, el frío y el aislamiento (a pesar de ser un importante nudo ferroviario en la articulación de la Rusia europea y la Rusia asiática, así como de contar con más de un millón de habitantes, situándose por población entre las quince primeras urbes del país). Su institución cultural más relevante es el Teatro Académico de Ballet y Ópera Piotr Ilich Chaicovski, cuyo actual edificio fue terminado en vida del compositor, en 1879, lo que lo convierte en uno de los teatros de ópera en activo más antiguos de Rusia, así como en una de sus referencias de más larga tradición en el campo del ballet. Si, en general, sobran motivos para bautizar con el nombre de Piotr Ilich Chaicovski (Vótkinsk, 1840-San Petersburgo, 1893) a cualquier auditorio ruso, en el caso de Perm ello se ve reforzado por el hecho de que Chaicovski naciera en la República de Udmurtia, con la que limita por el suroeste el Krai de Perm: uno de los ochenta y tres sujetos federales que conforman la actual Rusia.
Era de esperar, por tanto, que en algún momento la orquesta residente del Teatro Académico de Ballet y Ópera Piotr Ilich Chaicovski abordara discográficamente la música del compositor que da nombre a dicha institución y de cuya cuna son vecinos; más, teniendo en cuenta la sólida formación que en la tradición del sinfonismo ruso recibió en el Conservatorio de San Petersburgo quien es su actual director musical y artístico desde febrero de 2011: el griego Teodor Currentzis, una de las batutas más personales, controvertidas y, en mi opinión, necesarias dentro de un panorama orquestal que viene padeciendo desde hace lustros la decadencia de aquello que Norman Lebrecht acuñara en 1991 como «el mito del maestro». Frente a la figura del director musical permanentemente subido a un avión, amo y señor de varias formaciones sinfónicas en diversas latitudes del globo (con las obligaciones sociales y comerciales que ello apareja, así como con la estandarización del sonido orquestal que tal dinámica ha supuesto), Currentzis opone un modelo que diría artesanal al frente de MusicAeterna, la orquesta residente de la Ópera de Perm, cuya plantilla ha conformado a lo largo de los últimos años con los mejores músicos graduados en los conservatorios rusos (algo que recuerda a la rejuvenecida Orquesta Filarmónica de Moscú de la etapa Kondrashin), así como con intérpretes europeos (varios nombres españoles leemos en la lista de músicos que dan cuenta de este disco) llegados a Perm para participar de lo que podríamos calificar de 'comuna musical' embebida del concepto artístico de Teodor Currentzis, un director al que, como reconoce una de las intérpretes más reputadas de MusicAeterna, la violinista moldava Patricia Kopatchinskaja, sigue toda la orquesta sin cuestionar su liderazgo, confiados en una figura que destila una seguridad y un aura poco frecuentes con tal grado de autenticidad en esta segunda década del siglo XXI (pese a que, igualmente, MusicAeterna se define como una formación democrática en la que todos sus miembros deciden conjuntamente los criterios artísticos y técnicos de sus interpretaciones).
Una de las señas de identidad por antonomasia de Teodor Currentzis es su concienzudo trabajo a largo plazo sobre las partituras, buscando una lectura personal que refresque y aporte algo sustantivamente nuevo a repertorios tantas veces caídos en la desidia de la rutina, trillados hasta desnaturalizar el impulso germinal que, como obras de arte, los había fraguado. Es algo que ya quedó de manifiesto en sus reveladoras lecturas de las óperas mozartianas registradas para la Sony, y que se vuelve a escuchar en el disco que hoy reseñamos, íntegramente dedicado a una de las páginas mayores de la música rusa: la Sinfonía Nº6 en si menor "Patetícheskaya" opus 74 de Piotr Ilich Chaicovski. La relación de Currentzis con la Sexta chaicovskiana viene de lejos, pero sólo ahora se ha convertido en un soberbio compacto que el director griego dedica a quien fue su maestro en el Conservatorio de San Petersburgo, Iliá Musin. De Musin ha recibido Currentzis una decisiva influencia a la hora de comunicarse con la orquesta a través de sus manos, con una expresividad gestual que puede pasar en apenas un compás del refinamiento propio de un dandi a una intensa agresividad que se diría (hasta incluso por estética en cuanto a indumentaria) propia del rock underground...
...su 'Adagio - Allegro non troppo' inicial sintetiza ambos polos para darnos cuenta de un primer movimiento más fiel al calificativo de "Patetícheskaya" en ruso (por tanto, apasionado, tenso y emocional) que al concepto de lo Pathétique en un sentido francés del término que tanto ha improntado a numerosas lecturas discográficas por ello más blandas y amaneradas, construidas desde un romanticismo afectado que hoy se antoja demodé. Frente a dichas versiones -más habituales en batutas occidentales-, Currentzis ataca un comienzo de sinfonía marcado por la oscuridad, los contrastes y la tensión, así como por un fraseo tan personal, que en sus melodías (destacadamente en las cuerdas) cambia los pulsos y los acentos a los que estábamos acostumbrados, enfatizando cada inflexión e impeliéndonos a reformular nuestro concepto del desarrollo de los temas expuestos en su gran forma sonata. Es más, en sus tan interesantes notas para este compacto, Teodor Currentzis afirma que Chaicovski explora en la "Patetícheskaya" el caos a través de una forma sonata que el compositor aprendió de aquello que lo había enseñado a expresarse como músico pero que, al tiempo, lo había matado (supuestamente, como autor ruso): «el lenguaje europeo». La Sexta sería, entendida como lo hace aquí Currentzis, todo un ejercicio de furia y angustiosa reacción contra ese lenguaje y constreñimiento estructural, un revelarse contra sus normas para, paradójicamente, alcanzar su perfección expresiva y formal a través del desarrollo, clímax y disolución del 'Adagio - Allegro non troppo' como sonata: una sonata tremendista, furibunda, febril e indómita que se acerca más al género del poema orquestal, tan querido por Chaicovski, que a una arquitectura propiamente sinfónica, adquiriendo una entidad de gran enjundia en esta lectura, con consistencia suficiente como para conformarse en una página autónoma.
Dentro del primer movimiento, destaca un clímax central prácticamente convertido en un anticipo del expresionismo, en una auténtica cacería humana, en el rostro horrorizado de un perseguido (las lecturas biográficas se ponen aquí en primer plano). El contraste en tempo con los tan suspendidos compases previos hace que, por ritmo y golpeo dinámico, se detone en el desarrollo del 'Adagio - Allegro non troppo' como una auténtica bomba anímico-musical, tensando la arquitectura al tiempo que constituyendo un deslumbrante ejemplo de técnica de dirección orquestal por cómo se regresa de un pasaje tan desquiciado y fulgurante como el aquí expuesto al curso de la sonata de la que había partido, casi para independizarse, retomando su arquitectura destacadamente a través del tema principal de clarinete y de un timbal en lontananza que prolonga algunos compases más el eco de la tormenta previa (además de suspender un ritmo percutido que será latido axial en diversos momentos de la Sexta hasta su morendo final -tan súbito como lo será en esta versión-). Impresiona, igualmente, cómo Currentzis es capaz de conjugar en una sola lectura semejante brote de fuerzas telúricas con una melancolía que atraviesa el primer movimiento, especialmente audible en el segundo tema de la sonata, acusando un señalado contraste con una luminosidad aquí velada, pero sin duda aún existente, que pugna por brotar entre las tinieblas en las que el griego sumerge el primer movimiento. Por ello, su dirección realza acusadamente la componente rusa de una "Patetícheskaya" que diría más próxima a Músorgski que ninguna otra versión hasta ahora conocida en disco. Debido a esa rusticidad lóbrega y aguerrida, el precedente más próximo a esta grabación sería, si hemos de buscar alguno, pues la personalidad de esta versión se referencia por sí sola, el registrado en 1960 por Yevgueni Mravinski para la Deutsche Grammophon (también en el Ígor Markévich de su grabación del año 1962 para la Philips se podría enraizar la genealogía currentziana, si bien más por dirección aristada y eslavamente pasional, que por sonido orquestal: el de la London Symphony Orchestra). Por sus 19:40 minutos de duración, el 'Adagio - Allegro non troppo' es en manos de Currentzis algo más lento que el de ambos directores rusos, si bien ese minutaje se reparte de forma muy diferente a nivel interno, no porque el griego tire de rubato para flexibilizarlo, sino porque cada pasaje y tema de la sonata se ataca con un planteamiento rítmico individualizado, además de presentar unos silencios más propios de las monumentales lecturas de Sergiu Celibidache (1992, EMI) y Leonard Bernstein (1987, DG) que de las batutas rusas más reputadas en la "Patetícheskaya". No se va Currentzis, en todo caso, a las elefantiásicas duraciones del rumano o del norteamericano (en dos lecturas soberbias de ¡25:12! y 22:34 minutos respectivamente para este primer movimiento), pero sus silencios comparten algo de su densidad emocional, así como de ese estado de paralización anímica que conocemos a través de la literatura o del cinematógrafo: ese instante de recogimiento de un Chéjov o de un Dostoievski, de un Sokúrov o de un Tarkovski. En tal respiración rusa, en unos vaciamientos que son pálpito y plenitud agazapada, hemos de enmarcar los dos silencios que en esta lectura se resignifican de un modo tan obscuro como lógico en una mentalidad eslava, encaminados hacia la latencia en extinción de cuerda y trompas en el final del 'Andante mosso'.
El 'Adagio con grazia' lo desgrana Currentzis en unos 7:42 minutos de duración que lo acercan especialmente a Ígor Markévich (7:32), conformando una lectura apremiante y veloz que no deja, por ello, de resultar elegante, cual brindis a la vida y -diría que aquí sí- guiño a Europa. En manos del director griego, se trata de un vals exquisito, cuasi vienés, por lo que también se aproxima su lectura a la soberbia versión de Claudio Abbado (1974, DG) con una refinadísima Wiener Philharmoniker en este movimiento. Sin embargo, en medio de esta elegante danza aristocrática que Currentzis convierte en todo un acto de aculturación europea, si bien un tanto ligera y con visos de impostación, el director heleno remarca la pulsación central del timbal para presentarnos (en otro deje biográfico) el corazón de un Chaicovski apremiado por las que dice «pasiones prohibidas» del compositor en el seno de una sociedad que se torna ajena y hostil. Ahí, los vientos de MusicAeterna cobran un gran protagonismo, complejizando la escena acústica y alcanzado más relieves que en un primer movimiento en el que las cuerdas y los metales los solapaban por momentos (con una grabación que, como veremos al final de esta reseña, resulta un tanto hinchada en cuanto a registro grave). 'Adagio con grazia', por tanto, bien resuelto, pero sin el énfasis o la expansión de otras versiones, observado con cierta ironía, además de como un reposo mundano entre la furibunda tormenta ya sufrida en el 'Allegro non troppo' y las que en esta lectura aún nos quedan por padecer.
Tras el respiro y el solaz del vals, con su visita a la nobleza de San Petersburgo en sus propios salones y ritmos de danza, nos encontramos con un 'Allegro molto vivace' que nos devuelve a lo mundano y a lo temperamentalmente incisivo, con un tempo fiel a la indicación del movimiento que apura la duración del mismo hasta los 8:35 minutos, referenciándose, por tanto -entre algunas de las lecturas clásicas que en esta reseña estamos manejando-, a la de Yevgueni Mravinski (DG, con sus 8:20 minutos). Para Currentzis, este tercer movimiento es verdaderamente torrencial: una marcha implacable en la que galopa la vida con todos sus éxtasis y miserias, un tótum revolútum en el que se apura la ciudad hasta sus heces, como punto de encuentro y catarsis del yo en lo colectivo. Afirma en sus notas el director griego que este movimiento jamás puede sonar alegre, que ello resulta completamente equivocado; a lo que contrapone hasta cierta vulgaridad rústica, trivial y tosca: un lanzarse a la vida en sus más primordiales pasiones antes de alejarse de ella para siempre (¿se adhiere Currentzis, por tal énfasis en la conciencia de una muerte segura, a la tan cuestionada especulación sobre un final de su vida premeditado por el propio Chaicovski, a un suicidio en toda regla?)...
...cuestiones tan controvertidas al margen (para muchos musicólogos e historiadores, sin base documental alguna; para otros, cifrada en el programa de la propia "Patetícheskaya"), el 'Allegro molto vivace' de Teodor Currentzis resulta progresivamente acelerado y veloz, acumula tensiones y colores logrando una polifonía orquestal con algunos de los momentos de mayor clarividencia y equilibro en el conjunto de toda la grabación (más transparente aquí, sin tanto énfasis en los graves). Es una visión rusa hasta el tuétano, libre y desacomplejada, gogoliana, firme y rascada (el ataque es tan áspero, que por su sonoridad hasta evoca la cuerda de tripa), de una hondura humana y una sinceridad sin miramientos que también convoca al Tolstói de los diarios, así como al atávico Dovzhenko de Zemlyá (Tierra, 1930) o al poliédrico Vértov de Chelovek s kinoapparátom (El hombre de la cámara, 1929). La reexposición emerge como un postrero tumulto vital, con una fanfarria que arrastra todo un cortejo de deseos, ya sean recordados o soñados: momento de total liberación. Su tensión se basa en una cuerda tan punzante como en el conjunto de toda esta lectura (diría que es ésta la sección más sólida de MusicAeterna), progresivamente elevada su impulsiva bacanal de despedida a los vientos, a los metales y a una percusión que rubrica sin miramientos el tercer movimiento, ya en pleno éxtasis...
...el arranque del 'Finale. Adagio lamentoso', aunque tan conocido por cualquier melómano que se precie, no deja de sorprendernos tras un movimiento como el 'Allegro molto vivace'. Según lo apuntado por Currentzis en sus notas, el uno no tiene sentido sin el otro, ambos se necesitan para explicar mutuamente la dinámica vital que complejizaba el crepúsculo de Chaicovski. En la lectura de MusicAeterna, el primer compás resulta, literalmente, respirado, se escucha al director inspirar todo el pálpito de vida recibido del molto vivace para convertirlo en un hálito final ya mortuorio, aquí desesperanzado y sordo, de una oscuridad pocas veces percibida de un modo tan descarnado y violento. En manos del director griego, este 'Finale' supone la disolución del lenguaje, la ausencia de asideros culturales, religiosos, morales o existenciales: el precipitarse a un vacío sin amparo ni redención. Es por ello que sus sucesivos desarrollos hasta los dos clímax resultan flagelados: verdadero martirologio repleto de golpeos en una cuerda que acabará convertida en un auténtico remedo de la percusión. El primer clímax es seco y desgarrado, pero aún tenso en sus expectativas, no resuelto. El silencio que lo sigue es, como en el 'Adagio - Allegro non troppo', de una densidad insondable, estremecedor, por lo que ambos movimientos se permean y comunican a través de la tensión y su subsiguiente reverberación en el vacío, como dos caras de una misma realidad. Así, y aunque el primer movimiento nos llegase a parecer un universo autosuficiente, pronto somos conscientes de que sus tensiones se expanden hasta este 'Finale', condicionándolo, por lo que el segundo (y mayor clímax) del cuarto movimiento nos recordará a la salvaje persecución que presidía el clímax central del 'Allegro non troppo'. Pocas lecturas vinculan el comienzo y el final de la Sexta sinfonía de un modo tan lógico y directo; en escasísimas versiones podemos comprender así de bien el segundo clímax del 'Finale' como una consecuencia de la persecución inicial, con las bestias ya desatadas sobre el compositor, atenazado hasta la asfixia. El metal con sordina se ataca en esta versión de MusicAeterna cual verdaderas trompetas de un apocalipsis en carne viva, expuesto en un sforzando de enorme ímpetu y agresividad, mantenido su desgarro de forma que el enrarecimiento tímbrico de la sordina alcanza texturas que jamás se han escuchado así de fantasmales, en un pasaje digno del último Goya, pues se pierde la razón y las referencias se desmoronan, dejando aullar a los monstruos (la tensión dibujada por Currentzis es, también, netamente pre-mahleriana).
Tras este episodio en el que la muerte se presenta como pura violencia explícita, el tam-tam da entrada a un 'Poco rallentando' bastante veloz en cuanto a tempo, como los subsiguientes 'Quasi adagio' y 'Andante giusto' (dentro de una lectura de 10:21 minutos para el total del 'Finale', ligeramente más lenta que la costumbre rusa en este 'Adagio', aunque lejísimos de los acongojantes 17:12 minutos de la versión postrera de Leonard Bernstein en una lectura neoyorquina sobrehumana). La interpretación de Currentzis nada tiene que ver con la del director norteamericano: no existe redención posible ni rastro de reconciliación con el mundo. Un pedal de contrabajo instala en la escena acústica un trasfondo grave y obscuro que ya no nos abandonará: tremendista y sombrío. Desde su base, desde un rugido escarnecido que prolonga en los contrabajos el eco de las tormentas pretéritas, se van desgajando los temas de la cuerda como auténticos latigazos: manos al aire de quien busca un asidero y no lo encuentra, progresivo ahogamiento en la muerte. La disolución del lenguaje en esta versión de Currentzis y, por tanto, de la vida, no es serena ni reconfortante: se precipita con una lógica secreta que desconocemos, en un pizzicato, como los silencios que han salpicado esta interpretación, insondable, de sonido seco y opaco. Si en Bernstein la cuerda grave se convertía en un electrocardiograma a lo largo del 'Andante giusto', paladeado con todo detalle el 'Ritenuto' final hasta el infinito y más allá, para así exponer los más nimios matices en la agonía del compositor; en Currentzis ese motivo de los contrabajos es casi disuelto en un pedal de esfumada oscuridad: no hay claridad ni estructura posible tras el furibundo apocalipsis del segundo clímax, sólo pérdida y desamparo, ni siquiera el progresivo morendo dinámico que Chaicovski escalona en los doce últimos compases de la partitura; aquí, abrupta caída a las tinieblas. Currentzis se adentra en la dureza del alma rusa y en la violencia primordial que une a la vida con la muerte, haciendo de tercer y cuarto movimientos un yin y un yang implacables. El director ateniense se reviste finalmente, así, de dios griego y envía al compositor a una muerte sin Hades ni laguna Estigia, puro vacío y negrura: Obscurum per obscurius, que dirían los alquimistas, como esta versión ha demostrado.
Las tomas de sonido con las que se ha editado este soberbio compacto y esta sobrecogedora inmersión en la muerte fueron realizadas en la Funkhaus Nalepastraße de Berlín y muestran la habitual filosofía de Teodor Currentzis en el estudio de grabación: un intenso trabajo de varios días mano a mano con el ingeniero francés Damien Quintard en el que se vuelve sobre cada compás de la sinfonía hasta alcanzar una sonoridad tan refinada como apabullante (procedimiento que podemos ver en el documental publicado por Deutsche Welle sobre la minuciosa grabación de la trilogía Mozart-Da Ponte: ejemplo de un trabajo en estudio mayoritariamente en desuso por su detalle, duración y costes -si bien la Sony se está volcando con quien sabe es una de las joyas y directores más carismáticos de su catálogo-). Por poner un pequeño 'pero', el registro peca un tanto de un sonido muy digitalizado, ligeramente hinchado, algo que afecta de un modo especial a unos graves que pueden llegar a saturar nuestros altavoces; pero, en global, ni se aprecian los (seguro que numerosos) cortes de montaje ni se puede decir que el sonido nos impida ser golpeados por el concepto interpretativo currentziano (en este sentido, me han gustado más las transparentes grabaciones de las óperas mozartianas: de verdadera audiofilia). Completan esta tan recomendable edición unas muy jugosas notas a cargo del director ateniense, en las que desgrana su experiencia biográfica a través de la "Patetícheskaya", ya dirigiéndose al propio Chaicovski para alabar su enorme calidad como compositor, ya desgranando su experiencia de San Petersburgo, o hasta relatándonos cómo él mismo ha reorquestado partes de la Sexta para conocer mejor sus engranajes y posibilidades, reafirmándose en que no existen salidas a sus laberintos formales mejores que las de Chaicovski. Todo un pensador (muy pertinentes, las múltiples referencias filosóficas y poéticas con las que analiza la sinfonía), todo un director y todo un artista, Teodor Currentzis (por cierto, próximo titular de la SWR Symphonieorchester, formación de aquilatada trayectoria en el repertorio contemporáneo en la que tomará el testigo de batutas como Hans Rosbaud, Ernest Bour, Michael Gielen o Sylvain Cambreling. Conociendo su flexibilidad para brindar de un Mozart a un Chaicovski de tal enjundia y personalidad, así como habiéndole escuchado ya un Lontano (1967) de primerísimo orden (o su querencia por jóvenes compositores rusos -bien conocidos en Mundoclasico.com- como Serguéi Nevski o Dmitri Kourliandski), no cabe duda de que tendremos que seguir al director ateniense para estar al tanto de por dónde irán los futuros derroteros de la dirección orquestal; con la esperanza, además, de que acerque mutuamente a una Rusia y a una Europa Occidental cada vez más alejadas -como el pasado domingo comprobamos-).
Este compacto ha sido enviado para su recensión por Sony Classical Spain.
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