Discos
Credo in unum Bruckner
Alfredo López-Vivié Palencia

Soy consciente de que me adscribo a la doctrina minoritaria cuando digo que me cuesta ver el elemento religioso en las sinfonías de Anton Bruckner. Incluso en esta Novena, dedicada “al buen Dios”. El motivo es, lisa y llanamente, porque no lo necesito para disfrutar en lo sensorial y en lo intelectual de una música muy estimulante en ambos sentidos; por eso me gusta igual el Bruckner agnóstico de Sergiu Celibidache que el Bruckner fervoroso de Eugen Jochum. Manfred Honeck se apunta a la hermenéutica mayoritaria, y así lo manifiesta en sus notas de la carpetilla. Como viene siendo costumbre en este sello discográfico, Honeck desmenuza la Novena Sinfonía señalando multitud de ejemplos (indicados con número de compás y minutaje del disco) acudiendo a la liturgia católica, y singularmente al “Agnus Dei” en su tercer movimiento.
Y su versión de la obra es excelente. A lo largo de la interpretación se nota un cierto carácter vienés y en el uso inteligente de un “rubato” que nunca pierde el pulso: el primer ejemplo viene enseguida cuando, tras un arranque muy serio del primer movimiento, acelera el tiempo para subir a la primera explosión (2’25’’) y al llegar lo frena, logrando así imprimir emoción. Precisamente por ese ingrediente nativo, al repetir esa misma cima (13’55) acelera pero esta vez sin soltar el pedal (el “rubato” jamás debe ser previsible); y aunque en general tiene tendencia a ralentizar el final de las frases, no lo hace de la misma manera.
En demostración de un buen trabajo de ensayo, Honeck introduce un crescendo extra (11’16’’) antes de una transición muy calculada al segundo bloque temático; y al llegar a la gloriosa intervención de los violines (19’00’’) los hace sonar grandes sin dejar de sonar cantabile, al tiempo que el metal se hace claramente presente pero no apabullante. La transición a la coda es serena, y esa maravillosa conclusión (no me cansaré de decir que sólo por esos pocos minutos de música Bruckner se ganó el cielo) sale sencillamente impresionante, entre otras cosas porque Honeck –aquí sí- mantiene el tiempo invariable.
En el Scherzo Honeck acude al “Miserere nobis” ejemplificando la machaconería de fanfarrias y timbales con llevar la mano al corazón repetidas veces para pedir perdón (“mea culpa, mea maxima culpa”). Más que el infierno de un Carlo Maria Giulini o de un Leonard Bernstein, esto es la carcajada del diablo ante las humanas debilidades. Y si este Scherzo se toca rápido, el Trio muchísimo más, haciendo de ello un episodio ligero y volátil que recuerda a Felix Mendelssohn.
Volviendo a Viena, el Adagio empieza como si lo hubiera escrito Gustav Mahler, con unos violines afilados como bisturíes antes de llegar al primer colapso (2’14’’) realmente estremecedor. El siguiente tema (5’05’’) se dice en oración recogida, que lleva a una transición con la flauta y las tubas suspendida en el tiempo (8’23’’) antes de retomar la frase inicial. Honeck hace sonar la cuerda grave muy marcada en su ritmo de marcha lenta (11’10’’), como inicio de la extensa progresión hacia el cataclismo final (21’40’’), coronado no con exceso de decibelios, sino con una pausa eterna. De ese modo la conclusión se explica en buena lógica con el “Dona nobis pacem”.
Se trata, por tanto, de una versión incontestablemente coherente, con mucha más fe que drama pero siempre con la tensión requerida. Además, la Sinfónica de Pittsburgh se entrega sin concesiones. De modo que –a pesar de que la toma de sonido no es todo lo aireada que uno desearía-, en mi opinión, ésta es una interpretación muy a tener en cuenta por todo bruckneriano que se precie; y desde luego constituye –hasta ahora y en lo que conozco- el mejor trabajo discográfico de Honeck en Pittsburgh.
Este disco ha sido enviado para su recensión por PR2_Classic
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