Reino Unido

Onegin: ¿Más Chejov que Pushkin?

Agustín Blanco Bazán
martes, 1 de octubre de 2024
Huffman, Eugene Onegin © 2024 by Sebastian Nevols Huffman, Eugene Onegin © 2024 by Sebastian Nevols
Londres, martes, 24 de septiembre de 2024. Royal Ballet and Opera (RBO) en el Covent Garden, Yegveni Onegin. Siete escenas líricas en tres actos con libreto de Konstantin Stepanovich Shilovsky and Piotr Ilich Chaicovski y música de Piotr Ilich Chaicovski. Regie: Ted Huffman. Escenografía: Hyemi Shin. Vestuario: Astrid Klein. Iluminación: D. M. Wood. Director de movimiento: Lucy Burge. Onegin: Gordon Bintner. Tatyana: Kristina Mkhitaryan. Lensky: Liparit Avetisyan. Olga: Avery Amereau. Prince Gremin: Brindley Sherratt. Madame Larina: Alison Kettlewell: Filipyevna: Rhonda Browne. Monsieur Triquet: Christophe Mortagne: Coros y orquesta de la RBO bajo la dirección de Henrik Nánási.
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En esta audaz nueva producción de Yevgeni Onegin los caracteres principales vagan por una escena vacía, encerrada en una enorme caja negra y solo aliviada en su abstracción por alguna que otra silla, una mesa larga y angosta contra el fondo durante la escena del cumpleaños de Tatiana y otras dos parecidas que cortan el espacio perpendicularmente durante el baile en San Petesburgo. Y nada, pero nada más, ¡pero qué intensidad de dinamismo el del movimiento de un coro de comparsas y ballet en vestidos en estilos diferentes, como si hubieran tomado del guardarropa del teatro lo que pensaban que más convenía a sus personajes!

Durante el intervalo algunos me preguntaron en que época transcurría la acción. Mi respuesta es que la pregunta era errada, porque en este tipo de abstracciones escénicas, la acción 'no tiene época'. No puede tenerla porque lo que estamos viendo son actores poblando aquí y ahora un vacío experimental que les permite explicar … no …, mejor dicho, vivificar, la dramaturgia, en este caso de una obra de perfiles psicológicos por definición “de todas las épocas” como lo son los sueños, el temor y los equívocos que parecieran hacer del amor y la felicidad algo inalcanzable. 

El amor no es más que una quimera para disfrazar lo único concreto, a saber, el hábito, nos dicen no sólo la madre sino también la niñera de Tatiana y Olga, dos jóvenes que, como Lensky, viven de ilusiones finalmente equívocas. Y que el amor termina en hábito es una de las reflexiones que Onegin descarga sobre la desesperada Tatiana para destruirle el sueño expresado por su carta. Sólo al final de la obra Onegin quiere soñar como lo hizo alguna vez Tatiana. Pero ocurre que esta ya ha aprendido demasiado bien la lección que le impartiera al comienzo su victimario.

'Eugene Onegin' de Chaicovski. Director musical. Henrik Nánási. Regie: Ted Huffman. Londres, Covent Garden, septiembre de 2024. © 2024 by Tristam Kenton.'Eugene Onegin' de Chaicovski. Director musical. Henrik Nánási. Regie: Ted Huffman. Londres, Covent Garden, septiembre de 2024. © 2024 by Tristam Kenton.

Mérito fundamental de esta producción fue dar sentido, con extraordinaria nitidez, a los equívocos de cada personaje, que perfilados sobre un implacable fondo negro parecieron más de Chejov o Tolstoi que de Pushkin. Y algunos toques geniales reafirmaron, a veces con digresiones, la narrativa original: Tatiana no escribe ella misma su carta sino que se la dicta a una Olga a quien después vemos abalanzarse con una pasión descontrolada sobre Onegin durante el interludio que precede al cumpleaños de Tatiana. Y es gracias a ello que el público puede participar de la desesperación de un Lenski que parece preguntarnos a los espectadores qué es lo que está ocurriendo con Olga. Es una desesperación que le lleva a disparar su pistola contra su propia garganta, cuando Onegin deposita la suya sobre el piso renunciando con ello a un duelo que no tiene sentido, porque ya ha matado espiritualmente a su amigo al sacarle a su prometida de la infancia.

Pena que la versión musical no alcanzó la intensidad sugerida por la escénica, en gran parte por la timidez de Henrik Nánási para lanzarse a las profundidades insinuadas por la puesta. Simplemente se limitó a explorar un lirismo sensible, pero más bien superficial, que sólo explotó para acompañar el nihilismo final del protagonista. Tal vez sea cuestión de gustos, pero creo que esta explosión postrera de emociones podría haberse hecho presentir más ya a partir del maravilloso diálogo de Madame Larina con Filipievna al comienzo de la obra.

Con excepción del histriónicamente entregado Lensky de Liparit Avetisyan, el reparto fue correcto, pero tan tímido como la dirección orquestal. Kristina Mkhitaryan interpretó una Tatiana de bella voz lírica y tal vez apropiada por su juventud y frescura para este personaje tan elusivo y joven. Su presencia escénica tímida careció del pathos que sabían darle a este personaje figuras como Mirellla Freni o Galina Gorchakova, pero tal vez convenció por eso mismo. Porque finalmente se trata de un personaje reflexivamente introvertido. En la culminación de la escena de la carta, Mkhitaryan cantó en sensible y frágil piano su plegaria a quién no sabe si es un ángel o un demonio, mientras apoyaba su fragilidad en el marco dorado que limita el proscenio del teatro y con tiempo lentísimo pero por una vez acertado. El efecto fue irresistiblemente conmovedor. 

Gordon Bintner, aportó un physique du rôle ideal por su elegancia y distanciamiento como Onegin, pero su voz, de timbre claro pero a veces precario en el pasaje del medio al agudo, le ocasionó algunos perceptibles problemas de entonación para interpretar su difícil explosión dramática final. 

Christophe Mortagne en 'Eugene Onegin' de Chaicovski. Director musical. Henrik Nánási. Regie: Ted Huffman. Londres, Covent Garden, septiembre de 2024. © 2024 by Tristam Kenton.Christophe Mortagne en 'Eugene Onegin' de Chaicovski. Director musical. Henrik Nánási. Regie: Ted Huffman. Londres, Covent Garden, septiembre de 2024. © 2024 by Tristam Kenton.

Every Amereau cantó una Olga de voz a la vez densa y cálida y el bien cantado Gremlin de Brindley Sherrat fue agraciado por un inteligente toque escénico, porque su reflexiva aria que a veces sale tan aburrida y desconectada de la fiesta alrededor suyo fue resaltada por un cambio de luces que detuvo a los invitados en un mágico cuadro inmóvil. Y también Monsieur Triquet (Christophe Mortagne) adquirió una relevancia no vista en la mayoría de las producciones al presentarse como una reminiscencia del joker de Batman para animar la fiesta con la magia de una varita que encendió con los fuegos artificiales de una torta de cumpleaños. Después acentuó la reprimida angustia de Tatiana obligándola tomar unos globos de cotillón. 

¡Qué poesía, la de este contraste entre la conmoción emocional de la joven, y el sentido de manipulación de este inquietante maestro de ceremonias! El dramatismo final fue resaltado con la aparición de una Olga solterona controlando los niños de Tatiana mientras ésta se despide para siempre de Onegin. Y enseguida, la magia de las luces de la sala me permitió observar un público atento, pero algo confundido con esta palpitante evocación de ilusiones fugaces que, bien lo dicen sus creadores, no es una “ópera” sino una sucesión de “siete escenas líricas” a apreciar como la mejor poesía. 

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