España - Madrid
Teatro RealGran fantasía invertebrada
Germán García Tomás

En unas antiguas naves del barrio madrileño de Retiro, reconvertidas en una escalonada sala de teatro, concretamente en la Plaza de Daoíz y Velarde, héroes de la Guerra de la Independencia, el Teatro Real ofrece desde abril de 2023 su variada oferta de espectáculos dirigida a los más pequeños, un programa pedagógico para acercar la música representada al público infantil con funciones escolares y para público en general.
Óperas, ballets, conciertos,
cuentos, cine, teatro y talleres musicales en familia se dan cita en el Real
Teatro de Retiro durante todo el año en una de las iniciativas más estimables que
se han implementado en los últimos años en la capital española, un modelo
perfectamente exportable a otros centros operísticos nacionales si se cuenta
con las ganas, el entusiasmo y el presupuesto suficientes.
Dentro de dicha programación, y como colofón del año, le ha
llegado el turno a la ópera infantil del compositor Maurice
Por encima de todo, lo más atrayente de esta producción, que
entra por los ojos a niños y adultos, es la fascinante escenografía y el
vestuario elaborados por el gran artífice de la tramoya y la utilería que es
Ricardo
Elementos en conjunto que engarzan en admirable continuidad
con el discurso pianístico de la partitura de Ravel, siempre cambiante,
modulante y evocativa, acusadamente orientalizante y pentatónica, estrófica y
melódica, y con sutilísimas disonancias, que consiguen desgranar en pinceladas
tímbricas con finura de orfebres, haciéndonos olvidar la riquísima
orquestación, tanto
Porque los detalles de los figurines de Sánchez-Cuerda son
magníficos, diseccionando espléndidamente tanto objetos animados como animales,
y concibiendo a los portadores de algunos de esos pedazos de naturaleza animal invertebrada
como un retrato muy similar al de los hombres grises de la novela infantil Momo del escritor alemán Michael
Feliz guiño o alusión literaria en medio de un conglomerado
de objetos que cobran vida: el reloj, la tetera, la taza china, la poltrona, el
sillón o la muñeca-princesa gigantesca que enamora al Niño, con la irrupción
del profesor de Aritmética ¡que son toda una legión desmembrada de testas
blancas!, antes de que la naturaleza se adueñe de la escena y pulule por ahí lo
más granado de la flora salvaje: libélula, murciélago, lechuza, ardilla, ruiseñor,
rana y esa ineludible pareja de gatos, cuyo dúo remite al dueto bufo que
Rossini escribió cien años antes y que Ravel recrea a su manera con idéntico
empalago onomatopéyico.
El reparto vocal pone toda la carne en el asador en esta hora de ópera infantil, con el añadido de que la mayoría de cantantes dan vida a multitud de estos personajes animados.
La excepción es el Niño, encarnado por
Aida Turganbayeva, espléndida y muy creíble en lo actoral, y de apreciable
pronunciación castellana pese a su origen eslavo, que en los primeros minutos
de la ópera –durante los cuales posee más canto- se hace ininteligible por el
grado de histrionismo con que reviste al personaje titular, y que la velocidad
del discurso vocal tampoco ayuda a clarificar, en una traducción que no
obstante, choca con la mucho más idónea y adecuada acentuación de la original
prosodia francesa.
Tampoco la desigual acústica de la sala ayuda ni a ella ni al resto de intérpretes, entre los que destacamos a la mezzosoprano
en un interesante registro grave como la Mamá, Taza china y Libélula, y a la joven soprano ligera Estíbaliz , que está triunfando en los últimos años tanto en ópera como en musicales, que brinda un hermoso canto, sumamente delicado, en su escena de la Princesa, así como el rosario de picados y agilidades que con pulcritud despliega como el Fuego. Lástima que el texto salga perjudicado en comprensión.El resto del joven reparto, integrantes del programa CRESCENDO de
la Fundación de Amigos del Teatro Real, aporta rigor vocal –qué delicadeza en
la escena de los pastores a ritmo de bordón- y dotes comediantes suficientes para
que la magia se produzca y
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