Alemania

Beethoven y Frank Peter Zimmermann

Juan Carlos Tellechea
lunes, 6 de julio de 2020
Frank Peter Zimmermann © 2020 by Essener Philharmoniker Frank Peter Zimmermann © 2020 by Essener Philharmoniker
Essen, jueves, 25 de junio de 2020. Gran sala auditorio Alfried Krupp de la Philharmonie de Essen. Frank Peter Zimmermann,,violín. Orquesta Essener Philharmoniker. Tomáš Netopil, director. Ludwig van Beethoven, Obertura del ballet Las criaturas de Prometeo op 43; Concierto para violín y orquesta en re mayor op 61. Aforo reducido al 25% por las medidas preventivas contra la pandemia del coronavirus.
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La reapertura del ciclo de conciertos de la Philharmonie Essen es un gran acontecimiento para el público de la Cuenca del Ruhr, así como de la cercana región de Baja Renania, y nada menos que con el brillante violinista Peter Zimmermann, originario de la vecina Duisburgo, acompañado por la orquesta Essener Philharmoniker, bajo la batuta de su director principal el checo Tomáš Netopil.

El concierto de este jueves 25 de junio, dedicado íntegramente a Ludwig van Beethoven, se abre con la estupenda Obertura del ballet Las criaturas de Prometeo (1801), compuesta para la pieza épico-alegórica del coreógrafo y bailarín Salvatore Viganò. Prometeo, es un titán, como el mismísimo genio de Bonn, quien utilizó algunos de sus elementos con otras varias obras suyas, entre otras, las sinfonías primera y tercera (Heroica), y las 15 variaciones con fuga para piano en mi bemol mayor Eroica-Variationen opus 35.2.

El sonido beethoveniano que logra la orquesta es redondo y lleno en las cuerdas, vivo y transparente en la sección de vientos, equilibrado en los colores orquestales y muy vívido. La obertura fue dirigida con gran precisión y entrega por Netopil; imponente en el inicio, serena en su Adagio, vibrante en su Allegro molto e con brio.

Zimmermann toca hoy (y dos días consecutivos más) como locatario, está en su casa, y tras subir al escenario, con esa forma tan humilde que tiene de hacerlo, saluda al concertino con un breve choque de codos y una espontánea sonrisa que comparte con los demás músicos y la sala. Es un violinista excepcional, de alto nivel mundial, que nunca quiso ser otra cosa; jamás estuvo interesado en el éxito o en los efectos espectaculares exteriores, sino siempre en la música. No tiene ni necesita de ínfulas. ¿Por que y para que habría de tenerlas o necesitarlas?

Es imponente oírlo en su Stradivarius Lady Inchiquin, las emotivas tonalidades que exhala, más allá de toda perfección técnica; a veces extremadamente suave y jugosa, otras delicada y transparente, y otras más también de forma brusca y áspera, según los casos. Sus modelos son los legendarios violinistas de la escuela rusa David Óistraj, Nathan Milstein y Leonid Kogan. La verdad y la pureza son importantes para Zimmermann, lo mismo que la comprensión intuitiva con otros músicos y el sensible contacto con el público.

El año 1806 fue un período fructífero para Beethoven en términos de composición, ya que escribiría no solo su único Concierto para violín, sino también su Sinfonía número 4, con impulsos luminosos que también brillan con resplandor centelleante en la interpretación que nos ofrece Zimmermann esta tarde.

La obra, tan reveladora y que abriera nuevas perspectivas a la música en aquellos tiempos, comienza con una vasta introducción orquestal apoyada por los timbales, medida con sobresaliente precisión por el director, quien crea una atmósfera de dulce sosiego. No es que el ritmo no cobre vida después. Pero el gesto nunca será abatanado. El solista no interviene hasta bastante más tarde, después de esta oleada orquestal inédita en los conciertos para violín escritos a fines del siglo XVIII.

Beethoven, aunque le da un lugar de honor a la orquesta, no olvida al solista, reservando para él al final del Allegro ma non troppo una cadencia de una escritura muy virtuosa. El diálogo del violín con la pequeña armonía es una distinción real durante el famoso pasaje lento marcado por la percusión.

El segundo movimiento, Larghetto - attacca, muy expresivo, sorprendentemente plástico, pareciera que por su orquestación estuviera solicitando en gran medida otra pequeña armonía para anunciar la futura Sinfonía número 6 (Pastoral) que nacería dos años más tarde, en 1808.

Las primeras páginas, cuando el violín está acompañado por el clarinete, luego por el fagot suben al cielo, alcanzan lo sublime. Tiene lugar aquí un aireado diálogo, de tremenda intensidad, en un pianissimo hechizante, sobre las sinuosas frases del violín, sobre los tenues pizzicatos de las cuerdas. La resolución bordea finalmente el silencio.

El último movimiento, un Rondo. Allegro, después de la abrupta transición, tiene obviamente vínculos con la alegre y lírica Sinfonía número 4. Llega muy bien a la platea (la acústica sobredimensionada de la gran sala auditorio Alfried Krupp es sobresaliente), parece ingrávida y la breve cadencia será ligera, como la gloriosa reprise final.

Zimmermann muestra un dominio de todos los matices y la exquisitez del sonido de su Stradivarius es la misma que desenvuelve Netopil con la orquesta. No hay énfasis innecesarios en ella. La complicidad con el director es total. La excelencia de músicos y solista es estremecedora. ¡Qué bien hacen estos conciertos tan equilibrados para el espíritu del oyente!

Las ovaciones de pie del público no se hicieron esperar y fueron retribuídos por el violinista con dos bises, antes de retirarse del escenario con la misma sencillez con la que subió a él.

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