Francia
Cuando el amor viene así, de esa manera …
Jesús Aguado

Lujuria, ambición, sexo, muerte. Vida, en resumidas cuentas. La representación de L’incoronazione di Poppea en el Festival d’Aix-en-Provence de este año es algo excepcional, que justificaría por sí solo el viaje hasta aquí. El derroche de talento es de tal magnitud que aún siento escalofríos al recordarlo. Talento vocal a raudales, todos los cantantes estuvieron espléndidos, talento musical indescriptible el de Leonardo García Alarcón, y talento escénico el de Ted Huffman y Antonio Cuenca Ruiz, capaces de dirigir a todos los intérpretes para ofrecer un espectáculo tan vivo y apasionante que dejó al público sin aliento.
Podría terminar aquí mi crónica, pues lo que va a venir a continuación van a ser variaciones sobre este primer párrafo, pero añado ahora, por si el lector no se anima a seguir con la lectura, que si lee esto antes del 23 de julio y tiene ocasión de acercarse a Aix, no se lo pierda. Se hará un gran favor.
Por seguir con la convención de lo que se espera de una crítica de ópera, vamos por partes: las voces fueron espléndidas, realmente. Todas. Naturalmente, destacaron más las de los papeles protagonistas: la Poppea de Jacquelyn Stucker es sensual, poderosa, amenazadora, acariciante y vocalmente arrolladora. Su química con Jake Arditti, Nerone en esta ocasión, es explosiva. Arditti tiene una voz de soprano también poderosísima, ágil y brillante, y sus escenas con Stucker eran pura lujuria, sexo prácticamente explícito incluso cuando se miraban desde la otra punta del escenario. Fleur Barron fue una Ottavia con una poderosa voz de mezzo y unos graves impresionantes. El Ottone de Paul-Antoine Bénos-Djian, contratenor de voz mórbida y carnosa, fue conmovedor, Alex Rosen fue un portentoso Seneca, con una hermosísima voz de bajo profundo.
Miles Mykkanen, que triplicaba papel como Arnalta, Nutrice y Famigliare I, literalmente deslumbró por su canto, usando ocasionalmente el falsete pero con su voz de tenor la mayor parte del tiempo, y como actor: divertidísimo como las dos ayas, la de Poppea y la de Ottavia, cambiando de peluca para cada una, protagonizó uno de los momentos líricos más hermosos de la noche en la escena del sueño de Poppea. Maya Kherani fue Fortuna y Drusilla, me voy quedando sin adjetivos, magnífica, y magnífica Julie Roset como Amore y Valletto. Laurence Kilsby fue Lucano, Soldato I y Famigliare II, destacando por supuesto en el primer rol, con un canto sensual que llevó a una de las escenas más morbosas de la noche, nada menos que un trío (y no solo musical, créanme) con Nerone y Poppea. Completaron el intachable reparto Riccardo Romeo como Liberto y Soldato II, y Yannis François como Littore y Famigliare III. Un reparto de ensueño.
La producción, a cargo de Ted Huffman, es modesta en cuanto a los medios empleados: prácticamente lo único que hay es un gran cilindro hueco que cuelga sobre el escenario y va girando sin que fuera capaz de atribuirle un significado particular. Por lo demás, en el escenario del Jeu de Paume prácticamente solo había una especie de gran marco que no ocupaba toda la escena, en el que los personajes se sentaban cuando no intervenían directamente en la acción, y el resto del escenario estaba desnudo, viéndose las paredes sin pintar, y con una serie de sillas y mesas en la que los personajes se distribuían también en algunos momentos. Unas perchas con ropa que se iba utilizando durante la obra, un espejo para que Miles Mykkanen se cambiara peluca y maquillaje, todo a la vista.
Es una coproducción con algún otro teatro, entre ellos el Palau de les Arts, de Valencia, y yo no podía dejar de pensar en cómo se podría trasladar algo de tan pequeña escala al enorme escenario valenciano. Veo en el programa que si bien la idea original del decorado es de Johannes Schütz, hay una persona, Anna Wörl, encargada de su adaptación, así que imagino que para un teatro más grande la escena se modificará.
Pero, al margen de la simplicidad del concepto escénico, la obra respiró vida, sexo y lujuria por todos los poros gracias a la dirección de actores. La juventud del reparto fue una gran aliada, pues el movimiento fue constante y vivísimo. Los personajes se abrazan, se aman, saltan, se suben a las mesas, gatean por debajo, se desnudan (en el caso de Poppea, casi totalmente), se cambian de ropa, bailan, se seducen, pasan la aspiradora, y arrebatan al espectador con su pasión y su entrega. Pura vida, una vez más.
Y qué decir de la Cappella Mediterranea y de Leonardo García Alarcón. Trece personas en total, y desde el primer acorde estuvo claro que aquello era una orgía sonora. Con Taruskin casi de cuerpo presente no vamos a empezar a discutir de instrumentos originales o historically informed performances, pero es que además no haría falta. Estoy seguro de que si Alarcón dirigiera una orquesta de ocarinas de plástico el resultado sería magnífico. Doce músicos magníficos dirigidos por Alarcón son directamente el paraíso, pero no algo seráfico y estático, sino un paraíso en que los ángeles tienen necesidades muy terrenales y el conjunto les proveyó del acompañamiento perfecto.
Pura vida, me repito. Vida que suda, que escupe, que genera adrenalina, que se mueve por el sexo y la ambición, todo eso y mucho más en una de las mejores representaciones operísticas que he visto en mucho tiempo. Si tienen ocasión, no lo duden. Me lo agradecerán.
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