Alemania
Maestría: Sol Gabetta y Paavo Järvi en Düsseldorf
Juan Carlos Tellechea
La violonchelista Sol Gabetta tiene un poder de convocatoria extraordinario. Público joven, de mediana edad y mayor acude al unísono a sus conciertos, la aclama efusivamente y sale muy feliz, tras escuchar sus cautivantes y logradas interpretaciones. Así ocurrió otra vez esta tarde durante el recital organizado por Heinersdorff Konzerte – Klassik für Düsseldorf en el gran auditorio Felix Mendelssohn Bartholdy de la Tonhalle.
Entre dos sinfonías de Joseph Haydn, el muy introvertido Concierto para violonchelo op 129 de Robert Schumann es vanguardia pura, y esto se debe a la celebrada solista argentina, La interpretación de Sol sedujo por su interiorización casi febril, por su honestidad, sinceridad y audacia, al dejar todo el espacio necesario para lo revoltoso y lo meditativo, lo fantástico y lo informe; en fin, para que se expresaran todos los tormentos del genio de Schumann.
Pragmáticamente, la violonchelista se resistió a una solución puramente musical; no suavizó ni redondeó nada, pero tampoco retocó nada; se mostró más bien serena y entregada a la situación con su impecabilidad técnica. Se puede afirmar sin temor a engaños que Robert Schumann estuvo presente en este concierto.
Sueño hecho realidad
Aunque compuesta en 1850, la obra no se interpretó hasta 1860, cuatro años después de la muerte de Schumann. Aquel fue un período muy productivo para el compositor, ya que escribió también en 1850 su famosa y singular Sinfonía nº 3 en mi bemol mayor op 97, en cinco movimientos, más conocida como "Renana", estrenada precisamente aquí, en Düsseldorf, en 1851.
El Concierto para violonchelo de Schumann consta de tres movimientos enlazados, de los cuales solo el tercero, ''Sehr Lebhaft'', puede evocar cierta alegría poco frecuente en este compositor, cuyos estados de ánimo cambiaban constante e imprevisiblemente.
La perplejidad que probablemente embargó al público de la época de Schumann ante esta obra (legendariamente compuesta en solo dos semanas y estrenada póstumamente) podría trasladarse fácilmente a nuestros días. Es una fantasía hecha realidad con una gran instrumentación y rayana en lo inaudito. Schumann la tituló originalmente ''Pieza de concierto con acompañamiento orquestal''.
Estilo vocal
Posteriormente fue reelaborada antes del estreno de 1860 en Oldemburgo. El Concierto ofrece, en este caso a la brillante solista Sol Gabetta, un estilo vocal instrumental muy logrado. Esto es evidente desde el primer movimiento 'Nicht zu schnell' con una apertura ensoñadora, de la que destaca el canto melancólico de su instrumento (Bonamy Dobree-Suggia, de Antonio Stradivari, 1717).
Atrapa desde el inicio la profundidad y la intensidad de la interpretación de Sol Gabetta, quien no pierde en ningún momento la extrema concentración en el despliegue de la obra. El tempo muy contenido impuesto por Paavo Järvi, al frente de la Deutsche Kammerphilharmonie Bremen, lo hace aún más palpable. Y por los matices infinitesimales con los que impregna su interpretación, a lo largo de toda la gama, en el registro grave en particular. Esto cobra vida poco a poco en el desarrollo, a un ritmo enérgico, pero sin prisas, negándose a ser exagerado.
El director se encarga de que el grano de la música sea perfectamente legible. El 'Langsam' central que sigue se vive como un Lied sin palabras, inicialmente expansivo, muy comedido y camerístico, dejando que la línea sinuosa del violonchelo se exprese libremente, sobre un discreto contrapunto de la orquesta.
Maestría
En este aspecto, la Deutsche Kammerphilharmonie Bremen demuestra su maestría. La interacción es posible, al fin y al cabo, con una orquesta especialmente refinada. La última parte, 'Sehr lebhaft', marcada Vivace, toma el relevo en un agradable contraste: una vivacidad, atemperada aquí, se instala en un discurso cuyo clasicismo es casi perceptible, lejos de un romanticismo salvaje.
La puntillosa dirección de Paavo , magníficamente controlada, tiene mucho que ver en ello. Se movió a las mil maravillas en torno a la parte solista. La breve cadencia que se insinúa hacia el final es un momento casi de dicha vocal. En el transcurso de esta interpretación extremadamente reflexiva, la platea queda absorta por el virtuosismo de Gabetta, que hace cantar a su violonchelo como pocos, de una manera a la vez poderosa y luminosa.
Como bis y para un equilibrio romántico, Sol Gabetta tocó la versión para violonchelo de la canción de Lenski de Eugene Onegin. La orquesta paladeó suavemente la dulce melodía. La solista saboreó y agradeció las estruendosas ovaciones del público, y abrazó emocionada al director, así como al violonchelista principal de la orquesta, el belga Marc Froncoux, en señal de sincero reconocimiento.
Joseph Haydn
La Sinfonía nº 93 de Haydn abrió la velada, la 104 la cerró: perfección total de la forma, pero sin nada hueco. También en este caso, Järvi y la orquesta atacaron la música con tanta sutileza que, incluso a través de ella, la forma nítidamente definida no parecía cimentada, sino simplemente dibujada con precisión.
Especialmente la nº 104, llamada "Londres", anticipa tanto a Ludwig van Beethoven que el espectador solo podía maravillarse de la fluida transición. La música también se fundió suavemente en el Andante, pero solo mientras el brazo suave y ágil del director lo quiso. La calidez de la Deutsche Kammerphilharmonie Bremen en los minuetos ländler combinó lo tosco con lo más sensible. Los solos, especialmente los de viento madera, fueron sobresalientes y la platea los vitoreó efusivamente.
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