Reino Unido
Juan Diego, crudel mi vuoi veder morir!
Enrique Sacau
Gran expectación en Covent Garden, todas las entradas vendidas y corrillos recordando el último Don Pasquale de la casa (catorce años atrás con Battle, Montarsolo y otros). La ocasión merecía el nerviosismo: varios cantantes de relumbrón en el escenario, una nueva producción de Jonathan Miller compartida con Florencia y un título que tiene tirón. Y la cosa no defraudó en términos generales.
La producción de Jonathan Miller tiene su virtud y su defecto en el mismo punto: la escena es como una casa de muñecas abierta en la que se pueden contemplar todas las habitaciones. Así, si un personaje está cantando en su dormitorio, podemos ver todavía a los demás moviéndose por la casa. A veces, resta capacidad de concentración (cuando ‘Norina’ iba por la mitad de su aria me di cuenta de que yo estaba mirando a Juan Diego Flórez escribiendo su carta en la planta baja), pero también da vida a lo que pasa en escena. Además, como Miller es un genio, se ocupa de dejar solo al tenor en el momento de cantar su serenata, rodeado de oscuridad, en el jardín de la casa (o sea, cerrando el frente de la caja de muñecas) y con toda la luz concentrada en él. La realización de la escenografía, así como la iluminación, resultaron muy adecuadas.
Don Pasquale (Maggio Musicale Fiorentino)
El elenco vocal no desmereció un ápice. Tatiana Lisnic debutaba en Covent Garden y si bien comenzó con la voz algo descolocada, ganó prestancia en la escena en que toma el mando de la casa e hizo un segundo acto muy solvente. También fue de menos a más Simone Alaimo quien, sin embargo, no lució su voz poderosa y broncínea, sino una por momentos algo carrasposa. Hizo un buen ‘Don Pasquale’ desde el punto de vista dramático, con su mejor momento en el dúo con el ‘Dottore Malatesta’. Éste fue cantado de maravilla por ‘Alessandro Corbelli’, uno de los dos triunfadores de la noche.
El otro, que merece párrafo aparte, fue Juan Diego Flórez. Lo mejor que hace es frasear con calma, articulando cuidadosamente y fiándose de su sobrado fiato. Y luego afina, emite, proyecta, controla la intensidad, es flexible y un etcétera interminable que lo convierten en uno de los mejores tenores de su tipo de los que se tiene memoria (no conocemos a los del XIX; qué le vamos a hacer si no grababan discos). No se echa de menos a nadie cuando se le escucha y sólo se siente el privilegio de estar ante algo único, algo que no pasa a menudo. Me gustó todo, pero si tengo que quedarme con algo es con la serenata ‘Com’è gentil’, premiada con un prolongado aplauso del público. ¡Cincuenta veces bravo!
Bruno Campanella distó de ser sutil como director durante la ópera y se pasó de sutil durante la obertura. O sea, en vez de exponerla de forma vivaz y animada, se perdió en incontables rallentandi que lo hicieron caer en un innecesario amaneramiento. Luego pasó sin pena ni gloria, acompañando lo normal y contando, eso sí, con una orquesta y un coro (preparado por Renato Baldasona) de grandísima altura.
Fue una noche de ópera estupenda que nos deja el buen sabor de boca de haber visto a un tenor fabuloso.
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