Alemania
Klavier-Festival RuhrCinco vidas no serían suficientes para tocar todo lo que hay por descubrir
Juan Carlos Tellechea
Yefim Bronfman toca y arrasa en el Klavier-Festival Ruhr. El público se siente fascinado desde el primer instante por la presencia física de este pianista, su virtuosismo, su espontaneidad y su sensibilidad interpretativa. Cuando se sienta ante el teclado, Bronfman no se lo piensa dos veces y arranca de inmediato con la Suite op 14 (1916) de Béla Bartók, una de las menos interpretadas entre las numerosas piezas que el compositor húngaro confió al piano.
La breve obra es moderna por la extrema concentración de sus cuatro secuencias extraídas del folklore magiar. Bronfman, quien participa por octava vez en este Festival de piano del Ruhr, despliega una sobresaliente maestría y mucha claridad en esa compleja erupción de notas. A lo largo de este viaje ingeniosamente concebido, el artista hace aflorar el hedonismo que el compositor reivindicaba más allá de la pura técnica pianística, sea cual fuere la dificultad requerida en términos de ritmo y dinámica.
La sinceridad de la interpretación va acompañada de una preocupación por la autenticidad. Las tres primeras secciones, incluyendo ese giratorio y travieso segundo movimiento (1. Allegretto; 2. Scherzo; 3. Allegro molto), están en el lado animado, mientras que la última (4. Sostenuto), es más lírica y termina literalmente en un prolongado respiro que invade la preciosa sala del Anneliese Brost Musikforum Ruhr.
Las apariencias externas no le interesan al artista, nacido en Tashkent y afincado en Estados Unidos. Los grandes gestos le asustan. En esto se parece a sus maestros Leon Fleisher y Rudolf Serkin. Bronfman es uno de los pocos pianistas de talla mundial que se han abierto camino sin participar en grandes concursos. Por ello ha recibido el Premio Avery Fisher, uno de los más altos honores que reciben destacados músicos estadounidenses. Cinco vidas no serían suficientes para tocar todo lo que hay por descubrir, afirma Bronfman no sin humildad.
Con la Appassionata (1804 y 1805), de Ludwig van Beethoven, las cosas cambian. Bronfman medita con veneración ante el teclado antes de pulsar la primera nota de su compositor favorito. Bronfman, que pone a su servicio una y otra vez sin vanidad las ilimitadas habilidades técnicas que posee, afirma que
Cuanto más aprendemos sobre Beethoven menos sabemos de él. Beethoven siempre es un misterio.
En los tres movimientos de esta Sonata nº 23, Beethoven desata el tumulto y la tormenta. El tono al principio (Allegro assai) es oscuro, redondo, cercano a la madre tierra, se convierte en una tormenta, como un tornado, se retira a pasajes más sosegados y asume una tremenda grandeza. Así es como toca Bronfman y pasa con facilidad al segundo movimiento (Andante con moto), más recoleto, meditativo y casi soñador.
Mas el pianista no se deja distraer, no hace ningún alarde de la música, sino que se implica completamente en ella, antes de perfeccionar el cambio a una sensación de caos y furia con una velocidad e intensidad notables en el final. El Allegro ma non troppo - Presto lo admite sin artificios y yendo al grano, mientras el público contiene la respiración, completamente embelesado. Beethoven pulveriza aquí cualquier noción de vínculo con el pasado, relegando más que nunca al olvido los modelos del siglo XVIII.
La segunda parte de este concierto, apoyado por la RAG Stiftung, la fundación creada por la antigua compañía carbonífera alemana para fomentar proyectos sociales, ecológicos y culturales en la cuenca del Ruhr y en el Sarre, está dedicada de nuevo a Bartók, y a Chopin. Dicho sea al margen también, Yefim Bronfman ha donado los honorarios de varios de sus conciertos, durante la presente gira europea, para respaldar a Ucrania ante la bárbara agresión de Rusia.
La Sonata Sz 80 de Béla Bartók exige una muñeca suelta y fuerza al mismo tiempo, porque en algunos momentos uno gana la impresión de que el piano se convierte en un instrumento de percusión. Los ritmos martillean de forma implacable, con gran impulso y a veces superando los límites de la dinámica en el Allegro moderato.
Es muy difícil permanecer relajado y preciso aquí, y sobre todo hacer música. Pero con su virtuosismo y técnica, Yefim Bronfman entrega estructuras claramente contorneadas y sigue siendo muy diáfano y preciso en su grandioso toque. En el movimiento central (Sostenuto e pesante), se sumerge en una atmósfera mística. Y en el arcaico Allegro molto final, uno tiene que contener la respiración ante los sonidos revoloteantes y hostigantes que logra en el teclado, hasta que los dedos se le ponen al rojo vivo.
El pianista hace una breve (y merecida) pausa entre las efusivas aclamaciones del público, antes de abrirse paso hacia el instantáneo elixir de Chopin. Bronfman aprovecha en el Allegro maestoso el flujo arrebatador de la pieza anterior. Sus dedos se mueven a través del Scherzo a la velocidad de la luz - como si estuviera tejiendo un encaje musical - y luego cede ante la belleza lírica del Largo con una melodía familiar para quienquiera que haya escuchado alguna vez la música del compositor polaco.
A continuación llegan los grandes acordes de apertura del final y otra muestra de los deslumbrantes giros melódicos de Chopin, llenos de urgencia y poder, así como de una belleza, lirismo e intensidad asombrosos. Por último, emprende una carrera desenfrenada hasta el Finale. Presto non tanto, que pone al público de pie en la sala
Las estruendosas ovaciones solo pudieron ser calmadas a medias con dos bises de Chopin: el Nocturno en re bemol mayor, op 27/2, interpretado con serenas pinceladas, y el Estudio en do menor, op. 12/10 "Estudio revolucionario“, con una fuerza épica prodigiosa.
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