Reino Unido
A este Tannhäuser ni Elisabeth lo salva
Agustín Blanco Bazán

Para esta reposición de la puesta de Tim Albery, el
Covent Garden contrató la Elisabeth de Lisa Davidsen, una soprano de descomunal
timbre dramático que convence menos como lírica. Su ‘Dich teure Halle’ arrasó
con enorme volumen, un fraseo sólo aceptable y un agudo final que salió
estridente. Quienes tienden a compararla con Birgit Nilsson tal vez nunca
experimentaron como esta última graduaba su proyección y volumen con suprema
nitidez y control a lo largo de todo el registro. Es así que desde el pianisimo
al forte, Nilsson llegaba a nuestro tímpano sin ensordecernos jamás.
Más convincente estuvo Davidsen en su plegaria del tercer
acto. Aquí sí que logró ‘contarnos’ y
‘compartir’ con nosotros su angustia
fraseando como es debido. No olvidemos que, después de todo, Davidsen puede ser
una excelente liederista. Escuchándola me interrogué constantemente sobre cuándo veremos
su Isolda, su Elektra o su Brünhilde, pero al imaginarla con su voz actual me
atacó otro interrogante: ¿logrará encorsetar la espléndida densidad de su voz
con las aristas e inflexiones necesarias para una convincente transmisión dramática?
Su Tannhäuser, Stefan Vinke, tuvo que cancelar la première en el último momento, y como la casa no tenía a mano un doble, a Vinke no le quedó más remedio que mimetizarlo todo mientras un tenor muy flojo cantaba desde el costado. En la segunda función (que comento), Vinke comenzó su elogio de Venus con una voz monocrómica y dilatada. Hacia el final de la primera estrofa, las flemas comenzaron a quebrar su legato y en la segunda, su voz comenzó a estrangularse, hasta el punto de obligarle a desaparecer fugazmente, tal vez para una gárgara, y volver para entonar la tercera estrofa con frágil heroísmo. Pero como ahora no había nadie que lo reemplazara, este artista de robustez a toda prueba volvió para un segundo acto mejor cantado. Su relato de Roma fue tan penoso como las frustraciones del gran pecador que estaba interpretando y … ¡telón final!, con todos respirando aliviados después de una noche tan accidentada. Un seguro atenuante para el sufriente tenor fue el hecho que esta puesta, estrenada en 2010, había sido hecha un poco a medida de Johan Botha, permitiéndole sentarse gran parte del tiempo para aliviar su obesidad.
Repasemos un poco los puntos escénicos principales. El primer telón se abre para mostrarnos un telón idéntico, encajado en un también idéntico marco de oropeles dorado. Este teatro dentro del teatro abre a su vez su cortinita para dejarnos ver una gran mesa de banquete sobre y alrededor de la cual un ballet de parejas en gala contemporánea agita la bacanal con una sensualidad enérgica y bien coordinada con la partitura. Tannhäuser sentadito al costado derecho se muestra visiblemente cansado de tanta orgía cuando una Venus de negro se le acerca moviendo sus caderas como Marilyn Monroe para preguntarle si le está gustado la fiesta.
El último intento de la diosa para retenerlo es abrir
el telón del teatro dentro del teatro para mostrarle al protagonista una cama
tamaño ‘King’, ciertamente mucho más atractiva que el cubo negro con pedazos de
mampostería de las ruinas del teatro en el cuadro siguiente. El páramo es solo aliviado
por el pequeño y frágil árbol verde bajo el cual el pastorcillo canta su lied de primavera.
En la escena final el mismo árbol, caído y marchito, será reemplazado por un retoño verde, justo en el momento en que el coro
anuncia que el cayado del Papa ha florecido como expresión del perdón al
pecador. Es también sobre las ruinas del teatro que se desarrolla un torneo de
canto con cantores de smoking en medio de invitados harapientos y soldados con
metralletas.
Tampoco Elizabeth escapa a esta miseria, con su ajado
trajecillo de gala bajo un sacón también desgastado por el uso y sin
posibilidades de competir sensualmente con el negro escotado de Venus. ¡Sí!
¡Bien había advertido la diosa cachondera que todo es frío en el mundo del
Wartburg!
Las buenas puestas normalmente evitan lo obvio para
insinuar una idea, porque lo obvio es normalmente pueril. Aquí comienza siendo
pueril la idea de elegir las ruinas del Covent Garden para una puesta en el
mismo Covent Garden. Y sigue siendo
pueril por una regie de personas que
demuestran la falta de credenciales wagnerianas de Albery. Por ejemplo:
Elisabeth se desmaya como si fuera Violeta Valery en el ensemble del segundo acto; y nuevamente en el tercero, cuando
descubre que Tannhäuser no ha vuelto con los peregrinos. En Wagner nunca se
desmaya nadie, porque Wagner, a diferencia de Verdi, no hacía melodramas. En
esta reposición se pretendió aliviar el acartonamiento general con algunos
gestos hieráticos y sin intensidad.
Magnífica vocalmente estuvo la Venus/Marilyn de
Ekaterina Gubanova gracias a su radiante color y seguridad de impostación y un
fraseo lleno de apasionada frustración. Y magnifico también Gerald Finley como
un Wolfram ni frío ni apasionado, sino con el distanciamiento y la sensibilidad
requerida para este poético corifeo wagneriano en su lied a la estrella
vespertina. Pero más excelso aún fue su lied sobre la pureza del amor en el torneo
de canto, que normalmente pasa desapercibido en su importancia dramática. Como
nunca recuerdo haber podido admirar la mezcla de idealismo y amargura con que
este personaje acepta, no sin alguna agresividad, el haber perdido a su amada en manos de Tannhäuser.
La dirección de Sebastian Weigle se esmeró en todo lo
contrario a la poesía que sugiere Wolfram. Faltaron las alternativas de
cromatismos, arrebatos y afirmación de los famosos cánones dominantes en los
corales y la orquesta contribuyó a la desequilibrada rutina general con un sonido
chato y falta de detalles. ¿Qué fue del regocijo de las cuerdas al final de la
introducción de ‘Dich Teure Halle’? ¿Y qué de los famosos sforzandi en crescendo del preludio al acto tercero? En fin, inútil
seguir con este tipo de interrogantes en medio de una reposición ciertamente
olvidable.
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