DVD - Reseñas
Hamlet en tiempos del Megxit
Raúl González Arévalo
Durante mucho tiempo ha habido una actitud esnobista hacia la grand-opéra. El juicio lapidario de Wagner sobre la música del sumo sacerdote Meyerbeer (“efectos sin causa”) se extendió al género, como si toda composición que se le adhiriera fuera un espectáculo vacío de contenido musical. A pesar de todo, en la segunda mitad del siglo XX la representación de los grandes títulos parisinos del berlinés se vivía como un auténtico acontecimiento. Hasta el día de hoy, que afortunadamente su presencia en los escenarios parece ir a más.
Entre los demás compositores, apenas Halévy (La juive, La reine de Chypre) escapaba a esta valoración. Solo los genios habrían sido capaces de ofrecer obras maestras, pero bien procedían del repertorio italiano, como Donizetti (Les martyrs, La favorite, Dom Sébastien) y Verdi (Les vêpres siciliennes, Don Carlos), bien triunfaban en la más dinámica opéra comique como Massenet, que ofreció cantos de cisne con Le roi de Lahore y Hérodiade. Por último, estaba Thomas, a quien Chabrier situaba como última categoría en la escala de música buena o mala.
Ambroise Thomas alcanzó una gran popularidad en vida con obras como Mignon y La cour de Célimène, óperas que conocen grabaciones excelentes. Sin embargo, a día de hoy es recordado en mayor medida por su Hamlet, que goza de mayor reconocimiento a pesar de todas las críticas, centradas en el incomprensible final “feliz” en el que el protagonista es coronado rey, entre otras “traiciones” al original shakesperiano, sin tener en cuenta que el libreto, más allá de las necesidades específicas del género lírico, no se basó directamente en la obra original del Bardo inglés, sino en la traducción preparada por Alexandre Dumas y Paul Meurice, estrenada en el Théâtre Historique en 1847, bastante libre y con importantes licencias por lo demás.
Comoquiera que sea, para ser un autor que no hace tanto estaba denostado y cuya obra no subía a los escenarios es realmente sorprendente que nos encontremos ante la cuarta grabación oficial de la ópera seria cumbre de su carrera. Como en tantas otras ocasiones, primero la rescató Richard Bonynge (Decca 1983), con unos buenos Sherill Milnes y Joan Sutherland habiendo pasado su mejor momento. Para la ocasión preparó su propio final, más cercano al original. Más tarde Antonio de Almeida ofreció la versión más completa posible (Emi 1994), incluyendo un apéndice con el final alternativo llamado “de Covent Garden” y un dúo inédito, con un gran reparto encabezado por unos estupendos Thomas Hampson y June Anderson, aunque penalizado él por la poca variedad cromática del instrumento y ella por la frialdad de expresión en su perfección canora. En el nuevo milenio la grabación definitiva, en DVD, llegó de la mano de sus grandes patrocinadores, Simon Keenlyside y Natalie Dessay (Emi 2003), dos monstruos absolutos en sus respectivas partes, ejemplos de hasta qué punto es posible fusionar canto lírico y actuación dramática.
Llegados a este punto se podría pensar que cada generación tiene su Hamlet y su Ofelia. Desde luego, en el umbral de la tercera década del siglo XXI, tienen el nombre de Stéphane Degout y Sabine Devieilhe. Degout es menos físico actoralmente que Keenlyside y compone un Hamlet menos alucinado, pero no es menos intenso como actor (para muestra, su Eduardo II en Lessons in Love and Violence de Benjamin), como confirman en particular los momentos más dramáticos: el final del segundo acto, con las acusaciones de asesinato tras la pantomima; o el final del tercero, cuando arremete contra su madre hasta que le frena el espectro de su padre. Para valorar la dificultad del papel no está de más recordar que Battistini lo comparaba directamente con el esfuerzo vocal y emocional de cantar Rigoletto. Estilísticamente irreprochable, con una dicción que es una maravilla y una forma de decir el texto que es toda intención, Degout tiene todo lo que se pueda desear para el príncipe de Dinamarca. Con un canto a flor de labios, una emisión mórbida (¡ese brindis!) y una paleta de colores amplia, el barítono francés sabe transmitir toda la gama de emociones que atraviesa el personaje, con un retrato vocal, físico y psicológico tan definitivo como se pueda desear. Lo demás es cuestión de gustos.
Ofelia tiene en la ópera de Thomas un protagonismo del que carece en la obra de Shakespeare y Sabine Devieilhe no teme la comparación con nadie: su personaje no está trastornado desde el principio, de modo que permite ver mejor en qué medida Hamlet es desencadenante de su demencia. Vocalmente no tiene nada que envidiar las grabaciones históricas de la escena de la locura de Mado Robin o Mady Mesplé, está más fresca que Sutherland en la integral (mejor el recital The Art of the Prima Donna), más expresiva que Anderson y en mejor forma que la intérprete de referencia hasta la fecha, la gran Natalie Dessay, que lo grabó después de su primera crisis vocal. El sobreagudo es facilísimo, las agilidades corren que es una maravilla y la intérprete es una grandísima actriz: menos neurótica, más terrenal y dulce que la de Lyon, matiza a placer una parte que no se le resiste, del dúo inicial al aria del segundo acto o la escena de la locura, todo es portentoso.
Los papeles secundarios están muy bien: Sylvie Brunet-Grupposo es la mejor Gertrude que recuerdo, devorada por los remordimientos y sobrada vocalmente. Julien Behr confirma con Laërte, como ya hiciera con su recital soberbio para Alpha, que es uno de los grandes espadas actuales del repertorio francés, en un gran momento vocal y por absoluto dominio del estilo, sacando todas las posibilidades a un personaje que normalmente pasa desapercibido. Jerôme Varnier tiene toda la autoridad que necesita el espectro, más carnal que fantasmal; solo el Claudius de Laurent Alvaro, adecuadamente sombrío, queda un tanto desdibujado, poco contundente. En el doble cometido de Marcelo/segundo enterrador y Horacio/primer enterrador, Kévin Amiel y Yoann Dubruque se hacen apreciar pese a la brevedad de sus cometidos.
El coro Les éléments causa una impresión sensacional, como la Orquesta de los Campos Elíseos, precisa, dramática, variada bajo la dirección incisiva de Louis Langrée. Acompaña a la perfección a los cantantes, cuyas cualidades realza, y elige sabiamente los tiempos para resultar teatral pero no teatrero. Incluso un momento tan delicado como el clásico recurso al teatro dentro del teatro, “La muerte de Gonzago” con la que Hamlet denuncia la responsabilidad de su tío en el asesinato de su padre, explotando en el segundo final, tiene la dosis justa de tensión narrativa.
Como en todo DVD, la excelencia musical descrita sería preferible en CD si no le acompañara una propuesta escénica interesante. Cyril Testé traslada la acción a una época contemporánea en la que el protagonista es un príncipe incómodo en su piel, mientras que Ofelia aspira a ser una princesa que no será (inevitable el paralelismo con la icónica Lady Di): un Hamlet en perfecta sintonía con el Megxit que estas semanas nutre el morbo de los monárquicos británicos. El uso de la tecnología, con una enorme pantalla sobre la que se proyectan los protagonistas y sus emociones, acerca la historia al espectador y ayuda al desarrollo del drama, incluso de modo muy poético, como cuando sugiere el ahogamiento de Ofelia con Devieilhe bajo el agua. El montaje de vídeo alterna sabiamente primeros planos con tomas generales, dando a la historia gran consistencia dramática y ritmo narrativo.
En definitiva, una grandísima propuesta para un título que crece con cada ocasión que lo visitan grandes intérpretes. Una alternativa perfectamente válida a la grabación de Barcelona, complementaria y actual, que satisfará plenamente a los amantes del título y enganchará a los nuevos espectadores que tengan curiosidad por la obra de Thomas. Para este año el Palazzetto Bru Zane anuncia la reposición de Psyché. ¿Podemos esperar también una visita a su postrera Françoise de Rimini?
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