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Bruckner 200

Las Sinfonías de Bruckner por la Orquesta del Concertgebouw de Ámsterdam

Carlos Ginebreda
viernes, 9 de febrero de 2024
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Anton Bruckner: Sinfonías 1 a 9. Orquesta del Concertgebouw de Amsterdam. Sinfonía nº 1 en Do menor (versión de Linz de 1877), director: Bernard Haitink (10 de febrero de 1972); Sinfonía nº 2 en Do menor (versión de 1872/1877), director: Riccardo Chailly (2 de abril de 1990); Sinfonía nº 3 en Re menor (versión de 1889), director: Kurt Sanderling (8 de noviembre de 1996); Sinfonía nº 4 en Mi bemol mayor “Romántica” (versión de 1880), director: Klaus Tennstedt (28 de octubre de 1982); Sinfonía nº 5 en Si bemol mayor (versión de 1878), director: Eugen Jochum (4 de diciembre de 1986); Sinfonía nº 6 en La mayor (versión de 1881), director: Mariss Jansons (7-9 de marzo de 2012); Sinfonía nº 7 en Mi mayor (versión de 1885), director: Bernard Haitink (2 de abril de 2006); Sinfonía nº 8 en Do menor (versión de 1890), director: Zubin Mehta (2 de diciembre de 2005); Sinfonía nº 9 en Re menor (versión original de 1984), director Riccardo Chailly (6 de junio de 1996). 9 CDs grabados en la sala del Concertgebouw de Amsterdam.
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El presente año 2024 se conmemora el bicentenario del nacimiento de Anton Bruckner (1824-1896), y se celebrará con muchos conciertos y grabaciones en memoria del genial compositor austríaco. Es objeto de la presente reseña la caja que contiene las grabaciones de las Sinfonías 1 a 9 que ha editado (el pasado septiembre de 2023) el sello discográfico de la Orquesta del Concertgebouw de Amsterdam, adelantándose acertadamente a la celebración del bicentenario. Se trata de grabaciones realizadas en directo por la Radio de Holanda en diferentes fechas, pero siempre en la sala de la orquesta (no figuran datos de los ingerieros de sonido o de producción). Les adelanto que este estuche vale la pena por la calidad de las interpretaciones y el buen sonido de las retransmisiones radiofónicas.

Este bicentenario de 2024 nos da pie a una reflexión sobre el mundo bruckneriano actual. Hay cientos de grabaciones de Sinfonías de Bruckner (en todas las ediciones y partituras alternativas), y en las salas de concierto se interpreta mucho Bruckner e incluso se ha convertido en objeto de culto. Celibidache declaró que Bruckner es el mejor compositor de todos los tiempos, y en alguna ocasión se ha dicho que junto a Beethoven, Bruckner es el mejor sinfonista de la historia. Para verificar la cantidad de grabaciones brucknerianas basta echar un vistazo a la página web abruckner.com que dirige con buen criterio John F. Berky. Más allá de modas y obsesiones, lo cierto es que Bruckner está ya totalmente integrado en la vida musical, pero no siempre fue así.

En 1949 se conmemoró el 125 aniversario del nacimiento de Anton Bruckner. En ese año 1949 las grabaciones de sinfonías de Bruckner eran prácticamente inexistentes. Por ejemplo, una excelente Octava sinfonía en la que Eugen Jochum dirige a la Filarmónica de Hamburgo editada por Deutsche Grammophon (DG); mientras que Furtwängler grabó -o le grabaron- con la Filarmónica de Berlín dos interpretaciones soberbias de la Séptima y Octava (Audite, Warner-EMI y otras discográficas). Mucho después se supo que Knappertsbusch había dirigido una bellísima Séptima en el Festival de Salzburgo (Orfeo), y procedentes de la Alemania Oriental disponemos también de registros de la Cuarta, la Quinta y la Octava por la orquesta de la Radio de Leipzig dirigidas por Hermann Abendroth (Berlin Classics), un gran bruckneriano, al que exageradamente se ha identificado como 'el otro Furtwängler'.

Austria, intervenida por las cuatro potencias aliadas tras la Segunda Guerra Mundial, editó en 1949 un sello de correos dedicado al 125 aniversario de Anton Bruckner, pero el mundo no estaba para muchos homenajes. La imagen de la Viena de 1949 dividida en cuatro zonas quedó en la memoria colectiva por la película El tercer hombre filmada en ese mismo año. Su director Carol Reed hace de narrador en la primera escena diciendo

Nunca conocí la Viena de antes de la guerra, con su música de Strauss, su glamour y su encanto, siempre preferí Constantinopla. 

Esa ciudad, bombardeada y con su mercado negro, no estaba para celebrar muchos aniversarios. En cuanto a la banda sonora, con la música de Anton Karas tocando la cítara ya había suficiente.

Aun así y consultando diversos archivos correspondientes al año 1949, he podido verificar que la Filarmónica de Viena en uno de sus conciertos de abono de 1949 programó la Séptima sinfonía dirigida por un joven Sergiu Celibidache. La Sinfónica de Viena en su temporada de 1949 puso en atriles la Misa nº 3 dirigida por Clemens Krauss y la Novena dirigida por Eugen Jochum. En el Festival de Salzburgo del mismo año, además de la Séptima dirigida por Knappertsbusch ya mencionada, se interpretó el Te Deum por Joseph Messner y la orquesta del Mozarteum. La Filarmónica de Berlín, como se ha dicho, programó la Séptima y la Octava dirigidas por el genial Wilhelm Furtwängler. En el Festival de Edimburgo de 1949 Eduard van Beinum dirigió la Tercera con la Orquesta del Concertgebouw y la Quinta tanto en Rotterdam como en Amsterdam con la misma orquesta; y Koussevitzky dirigió la Séptima con la Sinfónica de Boston. Esto ha sido lo que he encontrado, y probablemente alguien más experto seguro que encontrará información complementaria. Todo esto era poco Bruckner en comparación con este año 2024. A día de hoy para Bruckner todo son lujos y alfombras rojas, y ha habido durante los últimos años un auténtico diluvio de discografía. 

Orquesta del Concergebouw de Amsterdam

Volvamos a la caja de la Orquesta del Concergebouw de Amsterdam. Esta orquesta tiene una sólida tradición bruckneriana. Sus directores iniciaron una buena vía en la interpretación de las sinfonías de Bruckner: van Beinum (que en la era del LP grabó las sinfonías Quinta, Séptima, Octava y Novena), Jochum y Haitink. El ciclo de sinfonías que se grabó a partir de 1963 para Phillips dirigido por Haitink tiene justa fama. El volumen ahora editado va a competir con los rutilantes registros de Thielemann con la Filarmónica de Viena (Sony) y Nelsons con la Gewandhaus de Leipzig (DG).

El ciclo comienza con la Primera sinfonía en su versión de Linz de 1877 en la edición de Robert Haas. Bernard Haitink la dirige con autoridad en un registro de 1972 justo después de que se grabase el ciclo completo de las sinfonías. Suena cálida, transparente y con el latido bruckneriano siempre presente. Destaca el tercer movimiento con un ritmo vibrante conducido de manera experta. Quizás las grabaciones de referencia son las de Claudio Abbado (Decca y DG), pero esta de Haitink es también una buena opción para iniciarse en el ciclo bruckneriano.

Mientras Bruckner componía esta Primera sinfonía, sufrió de un brote depresivo. Entre el 8 de mayo y el 8 de agosto de 1867 se retira a Bad Kreutzen para seguir una cura por sobreexcitación nerviosa. En 1865 había asistido al estreno de Tristán en Munich y en diciembre de 1966 y ha escuchado por primera vez la Novena sinfonía de Beethoven. El impacto emocional en Bruckner ante todo esto fue enorme.

La Segunda Sinfonía de esta edición la dirige Riccardo Chailly. El director italiano opta por la versión de 1872/1878, editada por Robert Haas. Al igual que su grabación para Decca, Chailly nos presenta esta sinfonía con una naturalidad y luminosidad excepcionales. El segundo movimiento, que contiene la melodía del 'Benedictus' de la Misa nº 3, es de una ternura inigualable. Puede preferirse la versión Nowak en la grabación de Giulini (Warner-EMI), Testament o el sello de la Sinfónica de Viena, pero este registro de Chailly es magnífico.

Este conjunto de grabaciones del Concertgebouw va in crescendo en calidad e intensidad. La Tercera Sinfonía la dirige Kurt Sanderling en una interpretación amplia, serena y de admirable dinámica. En la discografía de Kurt Sanderling hay anotados hasta nueve registros de esta sinfonía (dos oficiales y seis piratas), a los que hay que añadir esta décima grabación. Sanderling conocía esta partitura hacía tiempo. La grabó con la Gewandhaus de Leipzig en 1963 (Berlin Classics) en una interpretación que fue bien recibida por la crítica, pero la que es objeto de este comentario es superior. Sanderling aborda esta sinfonía con una pulsación densa pero bien proporcionada. Huye de aristas y de trompetería. En el tercer movimiento expone la yuxtaposición del scherzo y el trio con claridad, siempre siguiendo un concepto global lírico pero de coherente fortaleza.

La Cuarta sinfonía bajo la batuta de Klaus Tennstedt es de una emoción arrebatadora. El director alemán que huyó de la DDR dota a esta sinfonía de una gran flexibilidad y calidez. Mas cuando llega al Scherzo todo cambia de forma sumamente acelerada, con un rápido inicio de las trompas, en el que Bruckner parece huir hasta de su propia sombra. Es un movimiento heroico y rebelde. En el trio cambia y Tennstedt lo dirige sumamente lento, con un contraste que genera sorpresa en el oyente. Tennstedt se presenta una vez más como un director subjetivo y dionisíaco. En el 'finale', con platillazo incluido, Tennstedt nos ofrece una coda pausada y elaborada hasta alcanzar un final glorioso.

El veterano Eugen Jochum se hace cargo de la Quinta sinfonía, en una interpretación colosal de esta macro-sinfonía sumamente difícil y con pocas versiones que sean de referencia. Parece ser que el director adoraba esta obra. La coda final es cósmica, una acumulación de música que parece insaciable. Es una apoteosis agotadora que no se escucha en ninguna otra versión, es como si Jochum abriera las pesadas puertas del espacio celeste y entrase la luz a raudales. La enorme aclamación del público da testimonio del acontecimiento. Como propina, Jochum y la orquesta volvieron a tocar el último movimiento. Si se prefiere alguna grabación más terrenal enérgica y contundente, son muy recomendables las de Wand (RCA) y Karajan (DG), ambas con la Filarmónica de Berlín.

La Sexta sinfonía de la serie la dirige Mariss Jansons y no es una interpretación inmaculada. Lo que sucede es que elige la vía del refinamiento, lo que a la postre no resulta bueno para esta partitura, que lo que exige es rotundidad. Bruckner bautizó a esta sinfonía como “la más descarada” y requiere una mayor musculatura, cosa nada fácil de conseguir. En la mente de Bruckner está presente el paisaje austríaco donde nació, y esta Sexta sinfonía no pide urbanidad ni finura. La interpretación debe ser robusta pero no rústica. 

Aquí quisiera deshacer un malentendido. Hace muchos años se publicó un libro titulado Rustic genius escrito por Werner Wolff (New York 1943) con una interesante introducción del musicólogo y apóstol bruckneriano Robert Simpson. Y es que durante un tiempo en la Viena Imperial y en Europa, el mundo musical identificaba a Bruckner como un aldeano, e incluso se reían de cómo hablaba (en su dialecto local), comía o vestía, pero tanto sus alumnos, como gran cantidad de músicos (entre ellos, Hellmensberger, Mahler o Wolff) y directores de orquesta (Hans Richter, Franz Schalk o Arhur Nikisch) no tardaron en darse cuenta de que bajo su apariencia se escondía un genio que cambiaría el mundo de la sinfonía. Su Sexta sinfonía es un buen ejemplo. Frente a este registro con Jansons, son más recomendables los de Keilberth con la Filarmónica de Berlín (Teldec) y Klemperer con la Philharmonia (Warner-EMI), que son los mejores para esta esta obra. 

Bernard Haitink casi siempre dirigió muy bien la Séptima sinfonía Bruckner, y esta serie contiene una muy buena versión con la orquesta de la que fue titular. Fue retransmitida por radio en tiempo de madurez de Haitink, que dirige con fluidez y emoción. La monumental Séptima requiere hondura pero no hay que caer en excesos que sólo algunos elegidos pueden permitirse. Pero esta obra no admite neutralidad ni comedimiento, una vez se empieza pone los pelos de punta y alcanza su plenitud en el 'Adagio', que Haitink dirige contagiando al público de inspiración, con platillazo incluido. La cita en este movimiento lento del Te Deum “non confundar in aeternum” (“no me veré defraudado para siempre”) le hace sentir a uno invulnerable ante tanta grandeza. El contrapeso de esta sinfonía a sus dos amplios primeros movimientos, son los movimientos tercero y cuarto, que hay que conducirlos con agilidad y mesura. Muy buena versión.

Gustav Mahler no se consideró pupilo de Bruckner, pero sí discípulo. En cierta ocasión en la sede de la Academia de Música de Viena, el profesor Bruckner le dijo a Mahler que tocase al piano el 'Adagio' de la Séptima sinfonía. La descripción de Mahler sobre Bruckner: 

Muy accesible y próximo a sus alumnos, y muy querido por ellos, sabio y algo infantil, me considero su amigo. 

Bruckner siempre fue consciente de que este 'Adagio' había sido una de sus más inspiradas composiciones. Para su funeral, ordenó que se tocase este 'Adagio' de la Séptima, cosa que se hizo en un arreglo para la sección de metales de la Filarmónica de Viena, orquestado por Ferdinand Löwe. Al salir del funeral el féretro de Bruckner, Brahms -que estaba entre el público- dijo “Yo estaré en el siguiente ataúd”. Así lo escucharon Bernhard Paumgartner, que tenía 7 años, y su madre que también estuvieron en la ceremonia.

Para la Octava sinfonía de esta caja, se ha escogido una grabación dirigida por Zubin Mehta. Si examinamos la discografía bruckneriana de Mehta en la página web abruckner.com, podemos comprobar que entre las versiones oficiales y las piratas hay hasta doce registros de la Octava, y el presente sería el décimo tercero. Estos datos corroboran que a Mehta le encanta esta partitura, y como sabemos que desde su juventud Bruckner estuvo presente en la carrera de Zubin Mehta y grabó entonces una estupenda Novena (Decca), vale la pena ahora la escucha de esta Octava con la orquesta del Concertgebouw. El planteamiento de Zubin Mehta es amplio y con buena pulsación bruckneriana, aprovechando la excelencia de la sección de viento madera y los contrabajos de la orquesta holandesa. El meditativo 'Adagio' con su clímax hacia el final es de lo mejor. El impactante inicio del cuarto movimiento no empieza bien pero la coda final es embriagadora y al final recibe el merecido aplauso del público. En resumen un buen registro, pero que no supera en inspiración a las mejores grabaciones de esta magna partitura, como los de Karajan con la Filarmónica de Viena (DG), Giulini con la Filarmónica de Berlín (Testament), o la angustiada versión histórica de Furtwängler de 1944 (Tahra, Orfeo y otros).

Riccardo Chailly se encarga de la interpretación de la Novena sinfonía. Esta obra final es sí misma un “estado de ánimo”, y antes de que comience sabemos que es el testamento inacabado del compositor. Empieza enigmáticamente de manera tan envolvente que uno ya se siente atrapado en el corazón de Bruckner. En el pensamiento doliente de Bruckner está presente su fe de creyente. Sabemos por varios testimonios que el compositor sufrió mucho mientras componía esta obra. La dedicatoria escrita no ofrece duda: “Al buen Dios”. Le ofrece la partitura “Si Él la acepta”, dice luego Bruckner a su médico Richard Heller. Chailly no aborda el 'Scherzo' de forma diabólica, lo hace propulsando toda su potencia. En el 'Adagio' se encontraría la respuesta a Bruckner por parte del buen Dios: si ha aceptado o no la dedicatoria. Chailly utiliza todo el material a su disposición y sobre todo la calidad de la orquesta para dar de forma inagotable una respuesta profunda, para que sea la propia música la que ofrezca en su belleza y, aquí sí, en la espiritualidad, de modo que cada quien encuentre aquello a lo que aspira. Si busca estética la encontrará, si busca inspiración también. Otros directores sí van más allá, como Giulini tanto con la Orquesta Sinfónica de Chicago (Warner-EMI) y más aún con la Filarmónica de Viena (DG), o Furtwängler en 1944 en Berlín (Tahra, y otros sellos).

Este estuche del Cocertgebouw es bueno de verdad. Continúa sorprendiendo la genialidad de un tipo como Anton Bruckner, que nació tras varias generaciones de humildes maestros de escuela y campesinos, en un lugar de Austria sin guerras ni conflictos, sin traumas personales y que estaba dotado de una sabiduría y un talento musical fuera de lo común. Bruckner se coloca con su arte sinfónico entre los elegidos. 

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